- Ana Lorente
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- 2014-05-29 11:24:07
Beber con moderación, pero beber vino a diario, acompañar las comidas con una copa y rebozarse en sus subproductos es un seguro de salud, juventud y belleza. El ingrediente secreto está en la piel de la uva.
A mediados del siglo pasado, las compañías de seguros norteamericanas se dan cuenta de que sus clientes les salen más caros que los de la Europa del Sur. Sus asegurados sufren y mueren demasiado a menudo por el colesterol alto y las enfermedades cardiovasculares. Al estudiar las causas, descubren que la alimentación determina la salud y la longevidad y a este estilo europeo, al menú abundante en legumbres, verduras y pescado, lo bautizaron como dieta mediterránea en contraposición con la americana, rica en carnes y grasas animales.
Pero algo no cuadraba. Los vecinos franceses, a pesar de su mesa rebosante de patos, foie gras, asados vacunos y mantequilla, mantenían sus cifras de salud en la misma media que el resto de los mediterráneos.
La solución del enigma resultó estar también sobre la mesa. La ciencia demostró que el vino reduce en el organismo los niveles de mal colesterol, a la vez que los efectos vasodilatadores de una ingesta moderada de alcohol permiten que la sangre fluya mejor.
Las enseñanzas de Hipócrates hace 25 siglos, basadas en la experiencia, van revelando hoy su razón científica: “El vino resulta maravillosamente adecuado para el hombre, tanto en la salud como en la enfermedad, siempre que se tome con tino y justa medida”.
En principio, los estudios médicos justificaron esos beneficios en el propio alcohol, que en pequeñas dosis estimula la circulación y los procesos digestivos. Mañana sabremos más, pero ya hoy se reconocen las virtudes salutíferas de los taninos, que por otra parte venían empleándose en medicina tradicional oriental contra los hongos y los males cardiacos. Ellos los extraen de unos lirios.
En el análisis de la uva y el vino, uno de esos componentes que se encuentran en los hollejos, un polifenol llamado resveratrol, se ha revelado entre los más potentes antioxidantes naturales, de ahí la capacidad del vino para resistir, e incluso mejorar, con el tiempo.
Esas mismas propiedades parece ser que pueden disfrutarse también en el organismo humano, tanto interna como externamente. Por dentro aumenta la tasa de colesterol bueno y disuelve en el sistema circulatorio los ateromas, que son las partículas base de los cúmulos grasos, los que dan origen a los trombos. Por fuera, en los balnearios y masajes, revitalizan la piel y reducen las arrugas y manchas de vejez.
Sobre esto no está todo dicho, mañana sabremos más. Lo indiscutible es que el buen vino invita a la sonrisa, y eso sí que rejuvenece.