- Ana Lorente
- •
- 2018-12-14 00:00:00
Desde el split, que viene a ser el equivalente a una copa, hasta el Melquizedek, en el que cabe lo mismo que en 40 botellas de vino de las habituales, hay bastante para elegir en materia de tamaños de las botellas. Algunas son puro adorno o publicidad y suelen estar vacías, pero otras se han concebido con un fin. ¿Realmente influyen en el contenido?
L a capacidad estándar de las botellas de vino, independientemente de su forma, es de 75 cl. Las dosis mas pequeñas, individuales o para compartir en forma de dos copas son el Cuarto (Split o Piccolo) y Media botella, aunque hoy se han incorporado también, como recipiente alternativo, las latas del tamaño estándar de refresco. Pero de ahí hacia delante se multiplican capacidades y nombres más o menos extravagantes, generalmente de origen bíblico: Mágnum (2 botellas), Marie Jean (3 botellas), Doble Mágnum (4 botellas), Jeroboam (6 botellas), Imperial (8 botellas), Salmanazar (12 botellas), Baltasar (16 botellas), Nabucodonosor (20 botellas). Si el contenido es vino espumoso, aún las hay más crecidas: Melchor –o Salomón– (24 botellas), Sovereign (25 litros, más de 33 botellas), Primat (36 botellas), Melchizedek (40 botellas).
La razón de haber elegido los tres cuartos de litro como tamaño estándar se pierde en una nebulosa de mitos y explicaciones; la más extendida, que se basa en la capacidad pulmonar de un soplador de vidrio, pues si tenía que volver a aspirar a mitad del inflado se ralentizaba mucho su labor y la perfección de las botellas.
Mientras la fabricación de botellas fue puramente artesanal, menudearon esos tamaños descomunales solicitados para impresionar en los grandes banquetes o en la propia promoción de las bodegas. Pero desde que se industrializó la fabricación, esas piezas especiales son muy raras, porque hay pocas ocaciones de abrirlas, y porque el manejo es complicado, cuando no peligroso. Mas aún, el envase influye en el vino. Ya hemos hablado muchas veces sobre las condiciones óptimas de conservación, de evolución del vino, tanto en la bodega como en casa. En la bodega, tras el tiempo de crianza en barrica, el vino debe permanecer al menos otro tanto en botella para redondear sus características. Mientras en la barrica recibe aire, oxígeno, aunque sea en mínimas proporciones, en la botella está herméticamente encerrado. Ese proceso de oxidación-reducción es el principio de la crianza, y del mismo modo que el bodeguero elige el tamaño adecuado de las barricas para que deje en el vino la huella deseada, elige el de la botella que determina el tiempo de evolución. Está comprobado que el tiempo actúa en relación inversa al volumen, de modo que si un vino está pensado y elaborado para durar sería bueno que evolucionara más lentamente que otro creado para ser bebido más pronto.
Los dos tamaños más usuales son el Mini, por eficacia en servicio de medios de trasporte o dosis individuales, y el Mágnum precisamente para ralentizar la evolución, para poder prolongar la vida del vino. Esta es la teoría. En la práctica, el formato Magnum tiene otras ventajas: la elegancia en la mesa, la garantía de servir el mismo vino para un plato, sin el riesgo de abrir dos botellas que puedan salir algo diferentes, la satisfacción de seguir al vino en su evolución después del descorche, vivir cómo se va abriendo y expresando poco a poco. Un proceso que en una botella estándar puede resultar un poco precipitado. Sobre todo, si el vino sale muy bueno y va mejorando en la copa, el final resulta un interruptus. Claro que la elección dependerá del numero de personas y del cambio y número de vinos.
Pero lo más genial que he escuchado sobre el tamaño de botella conveniente sobre una mesa decía: “El mágnum es ideal para una cena de dos personas, si una no bebe”.