- Ana Lorente
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- 2019-10-08 00:00:00
No teman, no vamos a entrar en las últimas disquisiciones juridicopolíticas del país. Hablamos de viñas y de nacimientos, no de entierros y desentierros.
D ecía el viejo refrán que No hay mal que por bien no venga, y eso aplicado a la terrible invasión de la filoxera en el viñedo no deja de tener razón. Es impresionante la cantidad de cambios que el maldito bichito propició en la agricultura y en la globalización, democratización y modernización del hasta entonces tan inmovilista sector del vino. Y uno de los cambios radicales –nunca mejor dicho– fue precisamente este, el de las raíces de las cepas.
Allá por 1850, un entomólogo estadounidense describió ese insecto encontrado en una cepa. Diez años más tarde se había extendido por todo el globo en nuevas plantas importadas de América y, antes de que los agricultores y científicos descubrieran su ciclo de reproducción e invasión, habían arrasado buena parte del viñedo del Viejo Mundo, con escasas excepciones como Chile, Irán, Irak, Egipto… o en España las Islas Canarias. El proceso se prolongó más de 30 años.
Lo que se descubrió, y aquí lo simplificamos al máximo, es que la mayoría atacan y destruyen a través de las raicillas de la Vitis Europea y se trasladan de una a otra horadando el suelo. De ahí que en terrenos arenosos y secos donde la tierra se desmorona no proliferen, y así el 30% de las vides españolas de tierras secas pudieron resistir y aún hoy se sigue manteniendo esa cifra del viñedo en vaso y a pie franco. El resto hubo de cambiar y replantarse con pies (raíces) de Vitis Americana que, por el complejo sistema reproductivo de la filoxera, son inmunes a su ataque.
De modo que desde entonces, por seguridad, la mayoría de las nuevas plantaciones se hacen con pies americanos sobre los que se injerta el sarmiento (rama) de cualquiera de las variedades elegidas de Vitis vinifera. Y así han pasado los siglos y los portainjertos han proliferado y se han diversificado y perfeccionado para adecuarse a cada variedad y a cada diseño de vino, capaces de intensificar las cualidades del injerto y minimizar sus defectos. Parecería un remedio eterno, aunque en 1983 un nuevo brote destructivo, esta vez en California, lleva a replantearse si está todo descubierto.
El caso es que los viñedos a Pie Franco o Pie Directo, además de los prefiloxéricos, son aquellos en que la raíz y la planta son una unidad, una variedad única. Son escasos y muy apreciados en la enología. Su ventaja es que representan todas las características de la variedad y eso acrecienta la riqueza varietal, que por selección se va perdiendo. Y que enterrar un sarmiento de una planta conocida es más barato que comprar pies y plantas en el vivero. El riesgo podría ser la propagación de enfermedades.
Medir la influencia del pie franco en la calidad de los vinos que produce es muy difícil, por no decir imposible, ya que la unión de la cualidad del suelo y la vejez de la planta son tanto o más definitorios de la calidad. Pero seguramente mañana sabremos más.