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Pisando fuerte

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  • Laura S. Lara, Foto: Paco Barroso
  • 2022-09-28 00:00:00

La Ribera del Duero vive un momento de renovación. A sus flamantes 40 años, la Denominación se llena de nuevas caras y nuevas generaciones que toman el relevo en bodegas ya consolidadas o ponen en marcha proyectos revolucionarios. Ideas frescas, innovadoras y, de alguna manera, transformadoras, que hablan de otra manera de entender la región.  Esa que tiene que ver con el respeto a la tierra y a la tradición, esa que no reniega de su origen, que recibe orgullosa el testigo y mira al futuro con la mente abierta de quien prevé la necesidad de un cambio. Para estos jóvenes enólogos, el vino es pureza, es raíz, es disfrute. Les sobra preparación, han dado la vuelta al globo varias veces y han probado todo lo que había que probar. Y ahora vuelven con ganas de aplicar lo aprendido. Ellos son la nueva Ribera.


Patricia Balbás es una de esas representantes del cambio generacional que está viviendo la Denominación de Origen Ribera del Duero. Ser la séptima generación de una familia con tanta tradición a sus espaldas supone para ella un doble reto: adaptarse a los nuevos tiempos y preservar el saber hacer de su casa. "Mi deseo y deber es mejorar lo que he recibido, no acomodarme y no caer en el error de pensar que todo está conseguido, reconocer las tendencias y plantear nuevas iniciativas manteniéndonos siempre fieles a nosotros mismos y nuestras raíces", decreta con firmeza. A sus 29 años, la hija de Juan José Balbás, uno de los nombres que dieron vida a la Denominación allá por 1982, es la actual directora comercial de Bodegas Balbás. Ingeniera Mecánica de formación con Máster en Ingeniería Industrial, su pasión innata por el vino hizo que hace unos años tomara la decisión de desarrollar su carrera profesional en este sector y continuar con el legado familiar: "Gran parte de las bodegas de la Ribera del Duero vienen de una tradición familiar, y el cambio generacional se produce precisamente cuando los hijos deciden continuar con el negocio, como está siendo mi caso. Somos gente muy preparada, con muchas ganas de mantener vivo el espíritu de nuestra tierra y capaces de compartir nuevos puntos de vista, algo muy bueno para el sector".
Patricia ha tenido clara su devoción por el viñedo desde pequeña, y sabía que en algún momento esa pasión la llevaría a hacerse cargo de la bodega. "El vino siempre ha sido mi vida. No obstante, primero me licencié como Ingeniera Industrial y comencé a trabajar en otra empresa, para formarme y para tener experiencia externa antes de enrolarme en la dinámica de trabajo de Balbás". Hoy, asegura tener la suerte de que en la bodega conviven dos generaciones, con lo que puede aprender de su padre y a la vez aportar visiones de cambio desde sus conocimientos: "Hay que tener en cuenta todo lo que se ha hecho bien desde el principio. Veo necesario mantener la tradición, haciendo pequeños cambios de forma progresiva y siendo cautelosos, pues hay un gran trabajo de muchas generaciones detrás que han mirado siempre por el futuro de la familia. Es un reto muy bonito mantener vivo este sueño y aportar mi granito de arena en nuestro crecimiento".
La filosofía de Bodegas Balbás no ha cambiado, asegura Patricia: "Queremos continuar haciendo grandes vinos, mantenernos en un crecimiento constante desde el respeto y poner en valor el trabajo de todas las generaciones anteriores que han llevado a base de lucha y esfuerzo, tanto a nuestra familia como a la Ribera del Duero, a ser referentes a nivel nacional e internacional. Hay que mantener lo heredado y respetarlo, pero siempre continuando con la innovación y el progreso", sentencia. Sobre esos nuevos proyectos evolutivos que la bodega está implementando poco a poco, la directora comercial destaca todo lo que concierne a la sostenibilidad y el cuidado del medio ambiente: "Entendemos que el cambio climático es un hecho y que hay que cuidar la tierra que tanto queremos. Necesitamos tener un respeto máximo por el viñedo, pero también llevar a cabo esta filosofía en los diferentes procesos de elaboración del vino". En su pelea por liderar el cambio, Patricia Balbás asegura que la clave la da el propio mercado: "Intentamos entender, leer, escuchar y detectar al consumidor actual para adaptarnos a sus gustos, con la misión de mantener intacto el alma de la familia Balbás. Para nosotros, cada añada es un nuevo proyecto, siempre estamos evolucionando". Sus últimos vinos dan fe de ello: "Ancestral es una mirada a la tradición de la familia; La Retama, un albillo con 12 meses en barrica, refleja el apego a nuestra tierra y la marca de la paciencia en su evolución, y Pago de Balbás es un tinto plagado de vida y energía que procede de una zona muy concreta de nuestro viñedo y que lleva la naturaleza por bandera".

El viñador rebelde
Lo de Jorge Monzón es otra historia. El alma máter de Dominio del Águila se ha ganado a pulso el apodo de enfant terrible de la Ribera del Duero con su mirada indómita y sus maneras de vigneron, sin duda adquiridas en su paso por el Domaine de la Romanée-Conti. Desde esta bodega familiar con sede en el pequeño pueblo de La Aguilera (Burgos), Jorge Monzón e Isabel Rodero unen esfuerzos para hacer realidad el sueño de hacer vino a su manera. A partir de viñedos viejos de muy alta calidad recuperados con mucho esfuerzo a lo largo de los años y de una agricultura puramente ecológica, Jorge se ha propuesto elaborar verdaderos grands crus en la Ribera, vinos donde la Tempranillo es la protagonista, aunque convive amistosamente con otras variedades como la Bobal, la Garnacha, la Albillo o la Tempranillo Gris. "Lo que está pasando en la Ribera es algo lógico. Se está produciendo una evolución y una diversificación reclamada por el propio mercado. El público pide que haya más tipos de vinos dentro de Ribera del Duero y la Denominación no puede ser un ente monolítico sin evolución –declara Monzón–. No sé si se trata tanto de un cambio de generación como de una nueva visión de los vinos por parte de algunas bodegas, tanto nuevas como asentadas". Al fin y al cabo, recuerda, Ribera del Duero es todo y debe caber todo: "Cada uno ha de tener su propia idea y tratar de desarrollarla siendo fiel a su proyecto. Te podrá gustar más o menos, pero en la variedad está la grandeza, el público es diverso y los vinos han de serlo también, por supuesto siempre desde la calidad, que es lo que defiende el Consejo Regulador".
Para este apasionado de la viña que ha crecido en familia de vino y cuyos estudios sobre el suelo, la viticultura y la enología le llevaron a Burdeos y Borgoña para trabajar con algunas de las mejores bodegas del mundo, los vinos que siguen esta nueva tendencia quieren ser más frescos, más ligeros, más fáciles de beber y no tan marcados por la madera: "El público está demandando vinos que no tengan que acompañar necesariamente a una comida, sino que acompañen cualquier velada: una botella, tres copas, tres amigos y una buena conversación". Según Jorge Monzón, no hace falta más. Por eso la filosofía de Dominio del Águila es hacer las cosas de la forma más natural posible: "Estamos certificados como ecológicos y elaboramos de manera artesanal: seguimos pisando nuestras uvas, que proceden de viñedos centenarios, todos situados en nuestra zona y muchos de ellos recuperados. Tratamos de aplicar las técnicas ancestrales de elaboración del vino que hemos visto en la región desde siempre. Más que un cambio, quiero pensar que es una vuelta al origen, a las tradiciones". Y de vez en cuando, para hacer honor a su apodo, también le gusta llevar a cabo algún experimento que le permita expresar la diversidad de las parcelas: "Ahora tenemos un proyecto para elaborar un clarete de muy alta calidad, que queremos sacar en breve y nos gustaría que tuviese continuidad. Seguimos empeñados en reivindicar el clarete".

Con los pies en la tierra
Celia Vizcarra es la quinta generación de viticultores de Bodegas Vizcarra. "Tercera de bodegueros", matiza, porque su abuelo José Manuel Vizcarra ya elaboraba vinos en un lagar, "y segunda de enólogos". Acaba de terminar la carrera de Enología en la Universidad Rovira i Virgili​ de Tarragona y su nombre supone uno de los relevos generacionales más frescos de la Ribera. Desde su insultante juventud, Celia agradece que haya una nueva estirpe de bodegueros interesados en seguir elaborando vinos y cultivando viñedo, incluso empezando de cero sus propios proyectos. "Venimos pisando fuerte, estamos muy preparados a nivel universitario, y esto va a ayudar a profesionalizar la Denominación de Origen", presume. "Además, tenemos la gran suerte de poder disfrutar de los viñedos que plantaron viticultores como mi abuelo en los años ochenta, que están dando ahora calidades magníficas. Es nuestra obligación, nuestro deber, conservar el patrimonio que nos han dejado, cuidarlo tan bien como nuestros antepasados y elaborar vinos que expresen lo mejor de ellos", asegura. Según la enóloga, es un buen momento para Ribera del Duero porque hay mucho potencial. "La manera de hacer vino ha cambiado, antes se buscaba más extracción, más tanino y más potencia en pro de un mayor potencial de guarda, y ahora, sin embargo, lo que se intenta es expresar la variedad al máximo, mantener sus aromas frutales y ser más respetuosos, en definitiva, con el varietal".
Desde que tiene uso de razón, Celia ha estado vinculada al viñedo. Se ha criado en una familia en la que el vino, además de una profesión, es una forma de vida, por lo que seguir con el negocio familiar, en su caso, es una consecuencia natural. Asegura que su experiencia en Napa Valley (California) fue de las mejores de su vida. De allí se llevó muchos conocimientos y estrategias de elaboración: "No quiero parar de formarme, estoy trabajando en diferentes bodegas porque me gustaría ver otros proyectos antes de incorporarme de lleno a la bodega familiar. Creo que es importante empaparme de distintas zonas vitícolas y aprender de los enólogos otras filosofías de elaboración". Su próximo destino será Argentina, y hasta dentro de un par de años no prevé estar al pie del cañón, junto a su padre, en Bodegas Vizcarra. Sobre los principales cambios que está experimentando la Ribera del Duero, comenta que se está mecanizando mucho el campo, pero no es su caso. "Siempre apostaremos por una viticultura tradicional y de respeto, somos muy exigentes y perfeccionistas, respetamos mucho el producto, tanto en viñedo como en bodega, buscamos vinos sinceros y elegantes, que tengan mucha personalidad", afirma. "Nuestro nivel de exigencia ha estado siempre por encima de las reglamentaciones, intentamos dar un plus a todo aquello que consideramos que merece la pena vigilar o controlar".
En su afán de estar constantemente haciendo cosas nuevas, Bodegas Vizcarra apostó hace unos años por una línea de monovarietales de Merlot, Garnacha o Albillo. Pequeños proyectos que, según Celia, los animan a seguir aprendiendo: "Me gustaría que la nueva Ribera estuviese llena de nuevas ideas, que hubiese diversidad, elaboraciones diferentes y que la gente joven se animara a entrar en el mundo vino, porque es un mundo que engancha; cuando aprendes, quieres seguir aprendiendo más y más. Es lo guay de la enología, todas las personas que vas conociendo en tu trayectoria y que se quedan ahí para toda la vida". Sin embargo, Celia mantiene una posición firme con respecto a la labor del Consejo Regulador: "Desearía que nos dejara elaborar otro tipo de variedades de uva, soy una fanática de la Garnacha y hoy por hoy no puedo elaborar un monovarietal de Garnacha bajo la D.O.P. Ribera del Duero. Me encantaría poder hacerlo, no solo porque a mí me guste, sino porque esta variedad podría ser una solución frente al cambio climático". Investigar en sus mezclas y experimentar con el raspón, por ejemplo, para dar forma a una línea de vinos más personal es uno de sus principales retos que quiere retomar cuando vuelva a casa. El siguiente, elaborar un espumoso.

Herederos de Borgoña
"Es notable que en la Ribera del Duero está habiendo muchos proyectos de gente joven en los últimos años, ya sean hijos de bodegueros que deciden hacer sus propios vinos o personas que empiezan de cero a elaborar". Son proyectos pequeños, pero de mucha calidad que, tal y como defiende Francisco Barona, suponen un soplo de aire fresco para las grandes bodegas, ya consolidadas y más orientadas a la producción: "Estas iniciativas se dirigen al margen opuesto, a sacar más pureza del viñedo, a reflejar la esencia de los suelos y de las diferentes parcelas". Estas son las dos realidades que coexisten actualmente en la Ribera, según el elaborador: "Hace 30 años, las bodegas hacían vinos jóvenes, reservas o grandes reservas, porque era lo que había, hasta que se abrieron al roble. Ahora, los jóvenes queremos ir un paso más allá, queremos elaborar como en los grands crus de Borgoña, diferenciando por tipos de suelos, de municipios, hacer vinos de pueblo y de paraje", explica. Todo lo contrario a lo que se hacía antes y lo que se sigue haciendo ahora.
Con 14 años, Francisco dejó de estudiar y se puso a trabajar de tractorista en los viñedos de Roa. Pero a los 18 se plantó delante de su padre y le dijo que quería independizarse y manejar su dinero. "Me dijo que mientras viviera en su casa, el que mandaba era él, así que me fui a Burdeos". Nada más y nada menos que a Château Pavie Macquin, en Saint-Émilion, todo un referente en la región francesa. Después de demostrar sus aptitudes en la viña, Barona entró en bodega y empezó a formarse en viticultura. Con 24 años ya había terminado la carrera de Enología. Empezó entonces su periplo por las grandes regiones vitivinícolas del mundo, pasando por California o Sudáfrica, hasta regresar en 2009 a Ribera del Duero. "Un tío mío tenía tres hectáreas de viñas viejas y llevaba vendiéndole la uva a Vega Sicilia desde el año 58. Eran las uvas más antiguas que tenía esa bodega, unos viñedos espectaculares, tanto que cogieron de ellos toda la genética y el material vegetal para plantar sus propias viñas. Así que le propuse a mi tío hacer un vino nuestro con esas uvas. Me dijo que no, que no quería cambiar su forma de vida y que no iba a dejar de vender la uva a Vega Sicilia. Entonces no me quedó otra que buscarme la vida. Me puse a trabajar de enólogo con el objetivo de ir comprando viñedos viejos para hacer mi propio vino". Lo consiguió. En 2014, Francisco Barona sacó su primera añada a partir de cinco majuelos abandonados que compró con sus primeros ahorros y un préstamo del banco: "Fui recuperando esas viñas con mucha paciencia, mucha pasión y mucho esfuerzo, porque eran centenarias y llevaban mucho tiempo sin trabajarse; estaban más muertas que vivas, pero lo hice sin pedir mucho a cambio, simplemente confiando en que, si esos viñedos no habían acabado de morirse y yo los cuidaba, tal vez cogieran fuerza y volviesen a ser productivos algún día. Y eso fue lo que pasó cinco años después". Francisco estaba convencido de que aquel vino iba a ser especial, las uvas le recordaban a las de su tío.
A partir de ahí, la filosofía de Barona ha sido recuperar los viñedos históricos de la Ribera del Duero, donde se encuentra esa auténtica Tinta Fina de racimo pequeño, bayas comprimidas y raíces profundas que tanto le interesan. "Desafortunadamente, se arrancó mucho viñedo en los años setenta y ochenta, y mi idea de hacer un vino que oliese a la tierra fue una tarea difícil". Pero no cejó en su empeño y no se equivocaba. Su primer vino fue un éxito en el mercado porque era diferente, porque competía con tempranillos muy similares entre sí, y el suyo iba cargado de garnacha, bobales, jaenes, monastreles y malvasías, mezcladas en ese viñedo viejo, aportando frescura, fruta y mayor capacidad de envejecimiento. Aquella primera cosecha se agotó en meses y ahora sus vinos se venden por cupos porque la demanda es elevada. No obstante, siempre hay trabajo para una mente curiosa como la suya. Nos cuenta que este año ha vinificado todas las cepas viejas de blanco que tiene dispersas por los viñedos, con la idea de hacer un vino blanco de guarda a la altura de los grandes blancos de España y del mundo, sobre todo de su amada Borgoña. Un gran vino blanco de Ribera del Duero. "Para la Denominación, mi primer vino supuso un cambio de estilo, un paso de vinos con mucho color, mucha estructura y mucha madera, demasiado ásperos, hacia vinos frescos y elegantes, de paso suave, más agradables y placenteros, vinos de los que te abres una botella y te la bebes sin darte cuenta simplemente porque te apetece, porque una copa te pide otra copa", sostiene Francisco. "Por ahí va el cambio en la Ribera del Duero, los jóvenes elaboradores estamos buscando el respeto de la cepa y de la tierra, los sabores más profundos y genuinos, los de toda la vida, esa mezcla de variedades que da lugar a vinos con más fruta, más fáciles de beber y con capacidad de guarda. Y todo esto está en manos de gente que ha viajado, que hemos probado el vino de otras zonas y que creemos que los vinos se hacen para ser bebidos. Para mí, la nueva Ribera es eso". Lo dice Francisco, pero Patricia, Jorge y Celia lo confirman: el vino es para disfrutar. Y así debería ser siempre.

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