- Raquel Pardo
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- 2023-03-30 00:00:00
La diversidad vitivinícola de Castilla y León parece estar funcionando como un estímulo para algunos emprendedores que en los últimos años están desarrollando interesantes proyectos centrados en explorar el territorio con libertad, sin que las normas de alguna de las diferentes denominaciones de origen de la Comunidad desvíen su camino.
" Ancha es Castilla", que decía el mesonero segoviano Cándido aludiendo a la libertad para hacer y deshacer sin ataduras. Y diversa, se puede añadir, cuando se trata de elaborar vino en las más de 72.300 hectáreas de viñedo de la Comunidad. Y ancha es Castilla para algunos elaboradores que han emprendido una aventura vitivinícola en cualquiera de sus territorios sin la necesidad, o la ocasión, o la posibilidad, de ceñirse a las normas de una sola Denominación y, a veces, poniendo de manifiesto que el territorio que amparan es fruto de decisiones ajenas a él.
En los últimos diez años, que en tiempo vinícola es apenas un comienzo (una cepa puede tardar unos tres años en proveer de uvas aptas para vino, y al menos uno o dos años se tarda en reacondicionar un viñedo viejo que iba a ser abandonado para que vuelva a estar en producción y dé materia prima de calidad), han ido apareciendo bodegas, y viticultores con ganas de explorar las regiones vitivinícolas de Castilla y León desde una nueva mirada, lo que ha ido dando relevancia a zonas hasta entonces casi olvidadas, como los Arribes del Duero, la Sierra de Francia o el Bierzo Alto, por poner solo algunos ejemplos, o cambiando la perspectiva de zonas más establecidas como Toro, la Ribera del Duero o Rueda.
De La Aguilera al Bierzo-no Bierzo
El asturiano Germán R. Blanco salió de su casa familiar, en Gijón, con 14 años para vivir con su bisabuela Aurora en la villa de Albares, una localidad del Bierzo Alto al norte de Astorga (a menos de 40 kilómetros) en plena montaña berciana. Allí en el pueblo comienza a crecer su interés por el vino, que veía elaborar a Aurora para consumo propio, como hacía el resto de los vecinos.
Alternando la vida entre Albares y Asturias, Blanco terminó sus estudios de Hostelería y se trasladó a Madrid para cursar la carrera de Ingeniería Técnica Agrícola, a la que sumó la de Enología. Pasó por la vinoteca Lavinia para trabajar y poder pagar su estancia en la capital. Allí recuerda que su jefe de entonces, Carlos España, le permitía tener un horario con el que pudiera acudir a clase y terminar el Máster de Enología que estaba cursando. Luego llegaron bodegas como Fontana o Callejo, hasta que la distribuidora Coalla, entonces una tienda familiar de Gijón, le fichó para trabajar con ellos y poner en marcha su importadora.
Entre tanto, encontró a la mujer de su vida en la asturiana Cristina Noval, con quien se trasladó a Aranda del Duero para poner en marcha su primer proyecto vinícola, ese con el que había soñado desde su adolescencia, en el pueblo de La Aguilera y de la mano de su socio, José Luis el Niño Herrero de Pablo. Blanco tomó las riendas de la bodega, que echó a andar, primero, mediante la venta de uvas, hasta que en 2008 elaboró la primera añada de Milú, que bautiza este proyecto e inaugura la trayectoria elaboradora de Germán, esta vez, dentro de la D.O.P. Ribera del Duero.
Como la familia no terminaba de adaptarse a la vida en Aranda de Duero, un ataque de señardá –quizá– los devolvió a Asturias, donde Blanco puso en marcha un restaurante y una tienda de vinos a la que llamó La Maleta del Loco, que era lo que le decía su bisabuela Aurora que parecía con tanto viaje al extranjero para aprender y promocionar sus vinos. Cuando Milú empezó a despuntar comercialmente, en 2013, vendió el resto de los negocios para centrarse exclusivamente en la bodega, en la que comenzó a elaborar con el criterio que él mismo denomina de "exclusividad geográfica", es decir, de una sola zona, La Aguilera, "el mejor pueblo de viña de la Ribera del Duero". El objetivo, comenta Blanco, era descubrir primero las posibilidades de los viñedos y elaborar vinos zonales como Milú o La Cometa, y después, embotellar parcelas concretas, como Bellavista o Valdevicente. Todo el trabajo de viña lo realizan él y El Niño y el concepto vitícola lo definen como "tradicional, orgánico y sostenible" para elaborar "vinos artesanos y de pueblo".
Y al pueblo, pero esta vez a aquel en el que se había criado, regresó Blanco por casualidad, cuando subía hacia Asturias y decidió desviarse a Albares. Le volvió a inundar la señardá y se le ocurrió buscar la viña de su bisabuela, hasta donde le llevó una amiga de Aurora. Y se encontró con La Galapana, un viñedo viejo con diversidad de variedades (Mencía, Garnacha Tintorera o Palomino, entre otras) que "se convirtió en mi gimnasio", porque empezó las tareas para recuperarla y ponerla en producción. Fue así como, en 2010 nace Casa Aurora, un proyecto de viñas de montaña en una de las zonas vitícolas más altas del Bierzo, a 870 metros de altitud, que se inaugura con la primera añada de La Galapana, 2013. El concepto es el mismo que instauró en Milú y se inspira en la Borgoña, una de las zonas de referencia del asturiano, aunque en este caso el punto de partida es la viña familiar. El patrimonio de viña fue aumentando de una manera singular, pues los vecinos de Albares, que ya conocían a Germán de cuando era pequeño y vivía con Aurora, lo vieron dedicarse a la viña y le ofrecieron sus viñedos, con los que ha ido aumentando la colección de vinos con etiquetas como La Nave, vino regional en el que se incluyen uvas de viticultores de la zona, y tintos de pueblo como Poula o Clos Pepín.
En Albares, la viticultura es similar a la que realiza en Ribera del Duero, sin herbicidas y utilizando infusiones para prevenir enfermedades. Las viñas, que conservan la estructura antigua de viñedo "de supervivencia" y donde conviven variedades, se asientan sobre suelos de arcilla, un terreno que le gusta a Germán para obtener la finura que persigue, aunque, confiesa, "aquí convivimos permanentemente con el verde", en referencia a las dificultades para madurar de las uvas, que suelen vendimiarse en torno a un mes más tarde que las últimas bodegas del Bierzo. Y tras diez años desde que elaboró el primer vino, Blanco no se plantea entrar en la Denominación de Origen, que cuando comenzó con Casa Aurora no tenía entre los pueblos amparados a Albares, un municipio a cinco kilómetros de Bembibre que ahora sí forma parte de la D.O. y está siendo testigo de la llegada de viticultores bercianos que "suben" hacia las montañas para elaborar, como Raúl Pérez o Verónica Ortega.
Un Barco a toda vela por tierras castellanas
Sin denominación de origen nació Barco del Corneta, bodega fundada en La Seca por la enóloga Beatriz Herranz, que contribuyó a exhibir un nuevo lenguaje de autenticidad y pureza de la Verdejo en el corazón de la región de Rueda, pero sin la contraetiqueta de la D.O. En 2010 lanzó Barco del Corneta, su primer vino, fruto de un viñedo en el pago de Cantarranas, que había pertenecido a su abuelo. El buen rumbo de este blanco la llevó a elaborar Cucú, una suerte de segundo vino, también de Verdejo, con un carácter más jovial y de consumo más rápido que incorpora uva de Aldeanueva de Codonal, en Segovia. Después llegarían los Parajes del Infierno, una colección de tres vinos elaborados, respectivamente, con Verdejo, Viura y Palomino procedentes de viñedos en Alcazarén y Villanueva de Duero sobre suelos de arenas depositadas allí por el viento miles de años atrás: La Sillería, El Judas y Las Envidias, este último, elaborado dejando que se desarrolle el velo de flor en la barrica.
Herranz, formada en Palencia y con experiencia adquirida en Gredos, tenía en la mente elaborar un tinto, y se encontró en Fermoselle con Jesús, Varas, propietario de una viña de Juan García que sería la materia prima de Prapetisco, cuya primera añada es la de 2014.
Al proyecto se unió como socio, en 2016, su amigo Félix Crespo, con quien ha encontrado una perfecta armonía para hacer crecer Barco del Corneta y seguir explorando territorios con una filosofía de poca intervención y vinos transparentes con el origen. Prapetisco, explica Crespo, conjuga la incursión en el tinto de Barco del Corneta con la vocación por preservar la viticultura de una zona como Fermoselle (que territorialmente pertenece a los Arribes del Duero), trabajando con una variedad local en un sitio donde apenas había viticultores dispuestos a dar valor a esta zona, aunque, recuerda, ya estaba allí Charlotte Allen con su proyecto Almaroja desde 2007. Es un vino que define como "rústico" y confiesa que "nos ha costado mucho entender la Juan García, y no sé si la hemos entendido todavía", ya que venían ambos con una mentalidad de trabajo heredada de su paso por Gredos con garnachas de allí y se encontraron con una uva completamente distinta, en la que han ido variando su elaboración para hallar armonía: han ido eliminando el raspón, bazuqueando más a menudo y reduciendo el tiempo de maceración para lograr un tinto maduro y potente que a Crespo le recuerda "a una combinación de Cabernet Franc y Syrah", y del que cree que necesita unos diez años para expresarse plenamente, justo los que cumplirá en 2024 la primera añada de este tinto.
Su inquietud ha llevado al dúo a interesarse por otra región castellana que para ellos es tremendamente familiar y cercana como Cigales, aunque siguen manteniendo su idea de estar al margen de una denominación de origen, en este caso, porque la bodega donde elaboran es la de su propiedad en La Seca.
Crespo cuenta que Cigales siempre le ha llamado la atención "desde que empecé a beber vino en Valladolid" y, además, él mismo pasó un tiempo haciendo prácticas para Museum, la bodega de Cigales del grupo Barón de Ley. Ahí conoció a Ismael Revilla, con el que ahora Beatriz y él han encontrado un nuevo mar en el que navegar: Revilla tiene viñedo en el pueblo de Cubillas de Santa Marta, en el Paraje de Sallana; y de ahí, con una mezcla de Tempranillo y uvas blancas como la Verdejo o la Viura y la Palomino sale Tres Navíos, su primer clarete elaborado al uso tradicional de los de la zona. Crespo, que reconoce tener una vinculación emocional con Cigales, ve en esta tierra un "potencial enorme desaprovechado" por elaboraciones destinadas al consumo de bajo precio, y percibe cierto conformismo con esta situación, en la que él ve "tradición, viñedo viejo, buenos suelos, paisaje y el Duero", ingredientes de sobra para elaborar vinos a la altura de otras zonas próximas como Ribera del Duero. Eso sí, sin imitarlos: "En Cigales siempre ha habido buenas uvas, pero no buenos vinos", comenta al tiempo que añade que "vas por el campo y ves chicha". Cree que el clarete tiene una oportunidad en Cigales si se hace bien como para crear un vino que marque la diferencia y no vaya a precio bajo, siendo, como son algunos, vinos de viñas casi centenarias.
Tres Navíos está ahora en su primera añada y es una fase en la que Beatriz y Félix lo están dando a conocer y encontrando escépticos a los que toca convencer con un clarete de Cigales que, encima, no lleva el sello de la D.O., pero "esto ya lo hemos vivido con la Verdejo", recuerda. Y añade que están en un momento muy ilusionante en el que el viticultor ve futuro en esa profesión "y está deseando poder dedicar todo su tiempo a la viña". Lo siguiente de Barco del Corneta será un vino tinto también de Revilla, a quien Crespo y Herranz están ayudando a transformar la viticultura para poder elaborar un vino de alta gama y acorde con su forma de trabajo. De momento, hay dos añadas de un tinto aún por salir al mercado procedente de una zona que no pasa por su mejor época de prestigio, pero en la que sí están fijándose algunos viticultores y bodegueros ya experimentados en otras regiones y curiosos por explorar esta tierra de viña vieja.
Viognier de La Seca, Garnacha de Gredos y el descubrimiento de Cigales
Precisamente unos viticultores y bodegueros que se han quedado fascinados con el encanto del viñedo de Cigales son los hermanos Martina e Ignacio Prieto Pariente, ambos al frente del grupo bodeguero que ahora lleva este nombre y que comenzó su madre, María Victoria Pariente, en La Seca y dentro de la D.O.P. Rueda. Si bien la bodega fundacional sigue marchando a buen ritmo tras cumplir 25 años, los hermanos, cuenta Martina Pariente, tenían inquietud por elaborar tintos, algo completamente diferente a lo que habían hecho junto a su madre. Y lo que se plantearon en 2013 es conocer otras zonas de Castilla y León, como Ribera del Duero o Toro, para probar estilos locales y escoger alguna región donde comenzar a elaborar. Pasaron por Bierzo o Arribes, a veces de incógnito, para buscar viñedos con los que hicieron pequeñas vinificaciones y pruebas para encontrar el perfil de vino que querían y que, aclara Martina Prieto, "tenía que tener frescura y delicadeza y una acidez casi más de blanco que de tinto", ya que ese tipo de vinos es el que les gusta beber. En Gredos vieron que la Garnacha de Arrebatacapas (en Cebreros) y la de San Bartolomé de Pinares, también en la provincia de Ávila, tenía todo eso por sí sola y dio lugar al tinto Confines, y escogieron viñas de Tempranillo y Garnacha de Mucientes (en la región de Cigales) y Garnacha de Pedrosa del Rey (Valladolid, amparado por la D.O.P. Toro) para elaborar otros dos tintos con mezcla de uvas de esas regiones, con un concepto bordelés: La Provincia y El Origen, hermanos menor y mayor, respectivamente. El primero lleva más Garnacha que el segundo, elaborado mayoritariamente con Tempranillo.
"Ya tenemos muy identificados los viñedos y ahora jugamos con las proporciones para conseguir el equilibrio que buscamos en los vinos", comenta Martina, que destaca que es el vino, más allá de denominaciones de origen o variedades, en lo que ponen el acento: "No es rebelión, sino concepto", aclara, y señala que la distancia máxima entre las zonas que trabaja es menor que la que hay entre los dos extremos más alejados de la D.O.P. Ribera del Duero. Este año están elaborando un vino de Tempranillo de Mucientes en esa localidad, que podría salir con sello de Cigales: "Tener D.O. no es sinónimo de calidad", explica, y recalca que su intención es tener la posibilidad de jugar con las piezas del puzle para lograr el vino que buscan. Por eso no descartan elaborar en otras zonas si encuentran viñas viejas interesantes con las que hacerlo. La enóloga reconoce que le gusta Arribes por su finura y personalidad, ingrediente imprescindible en una oferta vinícola inagotable.
Una curiosa excepción en su búsqueda de tintos ha sido el primer blanco fuera de la D.O.P. Rueda que, sin embargo, procede de un viñedo en La Seca. ¿La razón? Que es Viognier, y cuando Martina se encontró con ese viñedo, fruto, posiblemente, de un error del vivero que proveyó las plantas, la Viognier no estaba autorizada en Rueda (ahora sí lo está). Lo elabora en huevo de hormigón, barrica e inoxidable (un tercio en cada uno de los recipientes) y, tras nueve meses, lo ensambla. De nuevo, concepto.
Prieto Pariente observa la diversidad de estilos y elaboradores que cuestionan lo establecido y se ciñen a vinos que están convencidos de hacer, respetando la tradición pero con una mirada actual, aunque, recuerda, "habrá que ver dentro de unos años qué se queda en el camino y qué logra marcar un hito para el futuro".
Un tropezón que fue un paso adelante
En el futuro piensa, precisamente, el viñador de El Pego (Zamora) Álvar de Dios cuando observa los viñedos plantados por él en la cercana localidad zamorana de El Maderal, para los que ha injertado sobre Rupestris de Lot, respetando el estilo de viñedos centenarios de la zona, y en que las viñas sean capaces de vivir, al menos, cien años, al igual que las que son ahora su materia prima. Lo mismo hizo al plantar en Villadepera, otro de los pueblos donde trabaja, escogiendo variedades de ciclo largo capaces de aguantar en mejores condiciones las inclemencias del clima afectado por el calentamiento global y la incertidumbre.
Pero, volviendo a su principio, lo de Álvar de Dios con el vino fue, tal como él mismo describe, un tropezón que le hizo no caer, sino avanzar profesionalmente. El viñador de El Pego era vendimiador y se ganaba los cuartos llevando cuadrillas, pero, por casualidad, se cruzó con Fernando García, ahora miembro de Comando G, pero entonces en el proyecto de Telmo Rodríguez, que buscaba gente para trabajar en su proyecto toresano: "Ahí se me abrió un mundo que ni siquiera sabía que existía", comenta, ya que se rodeó de personas que hacían parecer fácil algo tan complicado como hacer buenos vinos.
De Dios decidió encargarse de las viñas centenarias de su abuelo en 2008, situadas en El Pego, y un año más tarde amplió sus miras hasta El Maderal, a tan solo tres kilómetros, donde empezó a recuperar un viñedo viejo que le había salido al paso de casualidad, en una conversación de bar con el viticultor. Ese año se animó a elaborar tan solo una barrica de cada lugar que, curiosamente y pese a la poca distancia, pertenecen a distintas denominaciones de origen: El Pego es uno de los pueblos de la D.O.P. Toro y El Maderal, de la D.O.P. Tierra del Vino de Zamora.
Cuando arranca el proyecto definitivamente es en la añada 2014, en la que ven la luz Aciano, el tinto del viñedo familiar, y Vagüera, un blanco de Doña Blanca de viñas a 950 metros de altitud.
De forma casi paralela, y mientras estaba estudiando Enología en Palencia, había hecho pequeñas (y fallidas) incursiones en los Arribes, en Fermoselle, que no habían dado el resultado que esperaba. Después de 2007 pasó por Bernaveleba, una bodega de San Martín de Valdeiglesias (Madrid), y Comando G (varias zonas de Gredos), compatibilizando esta labor con el cuidado de sus viñas. Seguía con la idea de hacer algo en Arribes, donde vio potencial en los suelos de granito y pizarra –que ya le eran familiares por su paso por Gredos– y en las variedades, las desconocidas Juan García y Rufete. El proyecto se volvió a frustrar y en 2014 regresó de nuevo, esta vez para elaborar un vino con uva comprada en Fermoselle, que llevó el nombre de Camino de los Arrieros. En 2015 repite el episodio, aunque cuenta que "no me entendía bien con la Juan García, era una lucha constante, veía el potencial pero no me convencía y quise buscar otros suelos; el granito, creo, era demasiado pobre para una uva que busca vigor", comenta.
Y así, buscando suelos de pizarra llega a Villadepera en 2016, donde "encuentro mi lugar, donde todo parecía fácil y todo el mundo me ayudó" a poner en marcha su proyecto. Ahora tiene 12 hectáreas, siete en Villadepera y cinco más en El Maderal y El Pego, con las que De Dios crea vinos inspirado en el concepto borgoñón, que es una zona que aprecia como consumidor; elabora vinos de pueblo y vinos parcelarios de viñedos que tienen características diferenciales, a su juicio: Aciano es su vino de parcela fundacional, en El Pego, de donde también es Tío Uco, tinto de pueblo. En El Maderal elabora el parcelario Vagüera y en Villadepera, el village Camino de los Arrieros (cuyo concepto importó de Fermoselle y ahora solo procede de sus viñas en este municipio, plantadas con variedades como Tinto Jeromo, Gajo Arroba, Mandón, Bastardo o Trincadeira) y los parcelarios Las Vidres, con Doña Blanca de una colina a salvo de la humedad del Duero, y Yavallo, tinto donde predomina la Bastardo y criado en barrica y en ánfora.
En general, todos los vinos tintos llevan un pequeño porcentaje de uva blanca, presente en los viejos viñedos que trabaja con animales y tractor, dependiendo del territorio.
Originario de un pueblo dentro de la D.O.P. Toro, De Dios ha optado por no etiquetar sus vinos con el sello que les correspondería a los tintos de El Pego porque, afirma, "ya me he llevado muchas cornadas" y no concibe que se descalifiquen algunos vinos con la excusa de la falta de tipicidad, cuando se pregunta a qué tipicidad se refieren, si a la de los orígenes, en los años setenta, de bodegueros como Fariña y otros, o a la de más adelante, con la llegada de grandes grupos bodegueros a la zona y la moda de la extracción y la madera nueva: "Aquí no se conocía la barrica de 225 litros hasta que no llegaron bodegas que la usaban en otras zonas", comenta. Al tener la bodega en El Pego, Álvar no puede etiquetar sus vinos de Villadepera ni los de El Maderal (un pueblo que dista apenas tres kilómetros de El Pego) con el sello de las denominaciones que les corresponderían por la situación de la viña: D.O.P. Arribes y D.O.P. Tierra del Vino de Zamora, respectivamente.
Con una producción de 50.000 botellas, no se plantea ampliar su trabajo a más zonas, aunque podría crecer en algunas referencias; pero, con un proyecto joven, quiere ir despacio y, sobre todo, reivindicar el valor de esos viñedos que, en muchos casos, se plantaron como medio de supervivencia o para consumo propio, pero que han pasado del siglo de vida y son testigos de la historia del lugar: "Mira, tengo viñedo de dos familias en el pueblo que plantaron Garnacha Tintorera porque les gustaban los vinos negros", comenta, y recuerda que la Garnacha era habitual en los viñedos de Toro, aunque la D.O. prohibía hacer vinos 100% Garnacha pese a que en la zona había viñas centenarias de esa variedad. Para De Dios, el valor de la viña que se plantaba para que durara toda la vida es la clave y es lo que le gustaría dejar como legado a las generaciones siguientes. Ve que en municipios como el suyo la supervivencia pasa por la calidad y la diferenciación, que pueden hacer los pequeños proyectos viables y garantizar la pervivencia de los pueblos.