- Laura López Altares
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- 2024-05-01 00:00:00
Galicia es tierra de lobos y tempestades, de criaturas invisibles que durante siglos han regido sus destinos desde las sombras, de valles húmedos y generosos, de morriñas y naufragios, de bocados salinos y suculentos, de romerías y peregrinos, de mares feroces y exuberantes ríos, de magias ancestrales y, sobre todo, de paisajes del vino fascinantes que la atraviesan de este a oeste.
De la seducción marinera de las Rías Baixas al vértigo adictivo de la Ribeira Sacra, todos ellos están marcados por la singularidad de sus variedades autóctonas -más de 70- y el minifundio extremo, lo que intensifica la diversidad y el carácter artesano y parcelario de unos vinos que llevan el Atlántico dentro: incluso los más lejanos al océano sucumben a ese hechizo de roca y sal que les confiere magnetismo, frescura y vida a raudales.
Hace un tiempo leí que todos los gallegos tienen algo de ser marino (y quizá también todas sus viñas). Está escrito en Fábulas y leyendas de la mar, de Álvaro Cunqueiro, quien a pesar de nacer tierra adentro siempre sintió fascinación por ese océano insondable repleto de reinos sumergidos –asolagados–, barcos fantasmales, olas mágicas e hipnóticas sirenas. A estas alturas, nadie en Galicia osa poner en duda que aquellas escurridizas criaturas mitológicas habitaron sus aguas en algún momento: lo dice Cunqueiro en el Centro Virtual Cervantes –"Del corazón del mar, para quien pasee por la orilla, parece surgir la canción antigua de la sirena que, como es sabido, aquí la hubo y dejó, además, amplia descendencia"– y hasta la Xunta en su página de Turismo. Ese mar, que en las tierras del fin del mundo es tan terriblemente bello y salvaje como el propio canto de una sirena y trepa hasta la garganta de todo gallego genuino.
Se lo contaba Manuel Rivas a un extraterrestre en el genial y delirante libro Una espía en el reino de Galicia: "Galicia tiene, así a ojo, 30.000 kilómetros cuadrados de superficie y 1.200 de litoral marino. El mar bravío que trepa por los abruptos farallones y el mar que penetra por las venas, tierra adentro. Nuestro mejor camino. Casi todo llegó y se fue por mar".
Pero Galicia también es la humedad sinuosa de sus ríos, los susurros que se deslizan entre su memoria de piedra y el refugio de todos los verdes –algunos vibran y otros juegan al camuflaje– que alimentan sus bosques, valles y viñas.
En estos parajes, exuberantes y misteriosos, las cepas rezuman una viveza extraordinaria: incluso las más antiguas, que portan la memoria de quien las cultivó en todas sus vidas.
Marcadas en casi toda la región por el carácter abrupto del paisaje, habitualmente se reparten en pequeñas parcelas que dan forma a un minifundio extremo. Juanjo Figueroa, presidente de la Asociación Gallega de Sumilleres (AGASU), señala esta fragmentación como una ventaja fundamental respecto a otras zonas de producción: "Al final, los vinos gallegos son vinos de parcela, muy artesanos y exclusivos, y con muchísima diversidad".
Nuestro carismático guía en este viaje apasionante a través de la Galicia politeísta –esa que venera por igual a Neptuno y a Baco– también apunta a su asombrosa diversidad como elemento diferenciador: "En todas las zonas hay aleaciones de tipos de suelos diferentes, esto nos da muchísima riqueza: ¡hay más de 70 variedades de uva censadas en Galicia! Además, tener este clima atlántico con distintos microclimas y tanta tipología de suelos y variedades nos da la posibilidad de hacer muchísimos vinos diferentes".
Remolinos de viñas
Para Figueroa, que considera las diez denominaciones de origen –Rías Baixas, Ribeiro, Valdeorras, Monterrei y Ribeira Sacra– e indicaciones geográficas protegidas –Ribeiras do Morrazo, Barbanza e Iria, Terra de Betanzos, Val do Miño Ourense y Terras do Navia– de Galicia "igual de importantes e igual de interesantes", no tiene sentido hacer una división por marcas de calidad, sino por zonas de producción con elementos comunes: "Yo partiría Galicia en oeste (Rías Baixas, Ribeiras do Morrazo, Barbanza e Iria y Terra de Betanzos) y este (Ribeiro, Valdeorras, Monterrei, Ribeira Sacra, Val do Miño Ourense y Terras do Navia). Hacia el oeste, el suelo es más granítico, por lo tanto los vinos son más ligeros y algo más salinos por su proximidad al mar. Además, los vinos de toda esta franja son muy delgados y con muchísima tensión, muy vibrantes y con muy buena acidez, tanto los blancos como los tintos. En la parte más oriental el suelo cambia a perfil pizarroso, por lo tanto son vinos más estructurados, tienen más volumen. Pero siguen siendo vinos atlánticos, con mucha frescura".
En todos ellos se respira ese Atlántico mágico y omnipresente y gozan de muy buena acidez, lo que les suele augurar una larga vida (terrenal y metafórica). De hecho, Figueroa hace una reflexión muy certera sobre su futuro: "Creo que se nos ve como una zona de blancos, y es cierto que Galicia es una buena zona de vinos blancos. Pero me parece que ver a Galicia como solo una zona de vinos blancos es no entender demasiado ni su historia ni su potencial. Creo que tiene grandes tintos y, aunque los vinos blancos están muy en forma, serán también importantes en el mercado, tienen mucho mucho que decir y van a crecer en valor y calidad".
Sortilegio marinero
Si seguimos la ruta que nos ha sugerido nuestro guía y miramos hacia el oeste, la primera Denominación de Origen que irrumpe en el horizonte –también la más cercana al antiguo fin del mundo y la que más alma de sirena conserva– es la seductora Rías Baixas. Aunque muchas regiones vinícolas de España enredan sus viñas en el mar, probablemente ninguna evoque tanto el Atlántico como las Rías Baixas (una evidencia salina de que en Galicia penetra en las venas tierra –y viña– adentro).
Exuberante de valles, aguas, piedra y brumas, extiende sus raíces entre Pontevedra y una pequeña parte de A Coruña, y se divide en cinco subzonas (Val do Salnés, O Rosal, Ribeira do Ulla, Condado de Tea y Soutomaior) que van desde los alrededores de Santiago de Compostela hasta la frontera con Portugal, pasando por la fascinante villa de Cambados.
En casi todas ellas los suelos son mayoritariamente de roca granítica, con zonas de granito descompuesto (xabre), aunque también hay vetas de esquisto, arcilla y arena de playa. "Así, dependiendo de dónde crezca el viñedo, los vinos darán diferentes sensaciones en boca. En las Rías Baixas, la mineralidad está ligada al suelo, mientras que la salinidad está relacionada con la influencia oceánica", señalan desde la Denominación.
Ambas se funden en una danza canalla y marinera dentro de la regia Albariño, que ha conseguido alzarse como una de las variedades más deseadas del planeta. "El Albariño de Rías Baixas está considerado uno de los mejores del mundo y su presente y futuro son magníficos. Lo evidencia la calidad de estos vinos blancos fáciles de beber y frescos cuando hablamos de añadas jóvenes, consideradas extraordinarias. Pero también es cierto que las bodegas de esta Denominación de Origen han evolucionado en sus elaboraciones en muchos casos hacia un carácter más austero de este vino atlántico, entendiendo la acidez como algo sumamente positivo. Esto ha permitido que se estén elaborando vinos de gran longevidad con muchos matices que solo se aprecian con el tiempo a través de añadas más viejas. Esta apuesta de las bodegas muestra al mercado la capacidad que tiene la variedad de vivir en el tiempo una vez embotellada, demostrando estar a la altura de los grandes blancos clásicos del mundo", defienden los guardianes oficiales de esta suerte de tesoro atlántico, que se ha aliado a conciencia con el marisco de las Rías para extender su reinado de voluptuosidad salina.
Pero aunque la Albariño concentra el 96% de la producción de la zona, otras variedades autóctonas minoritarias como la Caíño, la Espadeiro o la Loureiro reivindican su personal versión de la historia. "Son vinos muy delgados, con muy buena acidez y muy golosos", describe Juanjo Figueroa.
El presidente de la Asociación Gallega de Sumilleres recuerda que comparten muchos rasgos comunes con los vinos de la I.G.P. Barbanza e Iria. Nacidos en la zona baja del litoral norte de la ría de Arousa y en el tramo inferior y la desembocadura del río Ulla, también son "vinos muy frescos y con mucha salinidad".
Para su elaboración se utilizan uvas locales como la Albariño, la Caíño Branco, la Loureira, la Caíño Tinto o la Brancellao; y entre todas ellas sobresale la Branco Lexítimo (conocida en la zona como Raposo), que da vinos muy aromáticos y personales.
En los valles que rodean la ciudad de Betanzos, epicentro de la I.G.P. Terra de Betanzos, los vinos "son muy afilados, con mucha frescura y muy buena salinidad", y entre las variedades autóctonas entra en juego la Mencía, coqueteando con las tierras del oeste.
Ribeiras do Morrazo, una I.G.P. muy singular conformada por ocho ayuntamientos (entre ellos, Pontevedra), sigue la misma senda, con "vinos de muchísima tensión y guarda". Su originalidad radica en sus "suelos arenosos y en esas viñas al lado del mar" que se contagian de su espuma y su ímpetu.
Travesías ancestrales
Avanzando hacia el este, en el extremo noroccidental de la provincia de Ourense –en la bellísima confluencia de los valles de los ríos Miño, Avia y Arnoia, que forman subzonas naturales de producción– aguarda la D.O. más antigua de Galicia (y una de las más antiguas de España), con sus historias de navegantes, enigmáticos monasterios y lagares milenarios.
Se cuenta que los vinos de Ribeiro fueron los primeros en viajar a América a bordo de las carabelas de Cristóbal Colón, "una historia maravillosa que está documentadísima", como nos confirma Juanjo Figueroa. El sumiller y propietario de Lume de Carozo también rememora que Ribeiro fue "el gran primer exportador de vino a nivel mundial potente", y el precursor de las indicaciones geográficas protegidas (en las Ordenanzas Municipales de Ribadavia que se publicaron en 1579 se especificaban zonas y condiciones de producción y comercialización de los vinos de Ribeiro).
Juan Manuel Casares Gándara, presidente del C.R.D.O. Ribeiro, comparte las singularidades de esta comarca ancestral asentada sobre el sábrego (granito descompuesto), su tierra madre: "Siempre suelo decir que el Ribeiro es mucho más que vino, viticultores y bodegas. Esta Denominación de Origen se traduce en la práctica en una promoción de la región vitivinícola histórica de Galicia aprovechando todos los recursos tangibles que tiene, como el termalismo, el paisaje o el patrimonio arquitectónico vinculado al vino más importante de la Península. Pero también hay otros intangibles como son la tradición, nuestra larga historia o el buen saber hacer de nuestras gentes".
Entre pintorescas aldeas medievales, paisajes bellísimos –hechos de laderas, bancales y terrazas– y construcciones del vino de otro tiempo, crecen las vides de su uva reina, la blanca Treixadura, siempre sugerente y capaz de expresarse de formas muy sorprendentes y diversas cuando se combina con otras variedades arraigadas en la zona, como la Torrontés, la Godello, la Albariño, la Loureira, la Lado o la Caíño Blanco.
"Es una zona superinteresante que siempre ha hecho blancos y tintos plurivarietales. Con esas subzonas que da el propio terroir se pueden hacer estas mezclas de variedades en viñedos para conseguir vinos supernítidos. A mí me parece una maravilla. Tienen volumen y una buena acidez, un equilibrio perfecto. Además, son muy longevos", destaca Juanjo Figueroa.
Sus tintos, elaborados mayoritariamente con Caíño Longo, Caíño Bravo, Caíño Tinto, Ferrón, Sousón, Mencía y Brancellao, despuntan por su originalidad y frescura, tiñendo el futuro de Ribeiro de rojo centelleante (hoy en día representan en torno al 9% de la producción de la D.O., que está creciendo para adaptarse a una demanda cada vez más creciente).
Decía Cunqueiro que "el vino de Ribeiro es hermosura del Románico rural" (esta poética descripción es uno de los emblemas de la Denominación de Origen). Y sus colleteiros, los embajadores más genuinos del espíritu del Ribeiro y su diversidad ancestral. Esta figura identifica a pequeños productores que elaboran menos de 60.000 litros por cosecha, siempre a partir de uvas propias.
La pequeña I.G.P. Val do Miño Ourense, situada a lo largo del valle del río Miño, guarda ciertas similitudes con la vecina Ribeiro: "A lo largo de los siglos, los viticultores de esta región fueron buscando las mejores zonas para el cultivo, en suelos sobre los que, en muchas ocasiones, tuvieron que construir muros para contener el terreno, frecuentemente en laderas, configurándose así un paisaje singular modelado por el hombre [el elemento más característico del relieve en esta zona son esos ribeiros aluviales]", explican desde el Agacal –Axencia Galega da Calidade Alimentaria–. Y sus vinos frescos y expresivos le auguran un futuro vibrante.
El origen de la Godello
El vértigo empieza a tomar forma en las tierras orientales, y al llegar al noreste de Ourense se alza uno de los paisajes del vino más espectaculares que hemos vivido: Valdeorras, con sus tierras rojas y negras y unas viñas que danzan en sus pendientes, irresistiblemente atraídas por el precipicio. En esas escarpadas laderas que se asoman a las cuencas de los ríos Sil, Xares y Bibei mora la Godello, una de las uvas más codiciadas del momento, aunque en otros tiempos fue arrancada de sus dominios para plantar uvas más productivas.
Gracias a ReViVal, un proyecto de recuperación de variedades autóctonas iniciado en los setenta, la uva pródiga regresó a casa... y entonces muchos fueron en su busca para extender por otras zonas la revolución de la Godello. "Nosotros la recuperamos, la planta salió de aquí. La investigamos en el 74 y apostamos por ella porque era autóctona", cuenta Jorge Mazaira, director técnico de la D.O. Valdeorras.
¿Y cuáles son las diferencias entre la genuina Godello de Valdeorras y las demás godellos? "El 95% de nuestras plantaciones tienen más de 35 años, que es una ventaja que llevamos al resto. Ya tienen su personalidad marcada porque las viñas han alcanzado su madurez. La Godello agradece la frescura: aquí tiene 14 grados y 7 de acidez, ¿dónde encuentras de forma natural eso? Madura con ese punto tan cálido, te da esas notas dulzonas y ese amargor que siempre está ahí presente y que hace que sean unos vinos con una estructura en boca maravillosa. Y después está su evolución en la botella. Nuestros vinos tienen una proyección en el tiempo espectacular".
Otra característica que distingue a la D.O. es que certifican 100 % Godello: "Eso es importante porque siempre que aparece en nuestra precinta es 100% Godello", explica Mazaira.
En este territorio de belleza dramática, también apuestan por los monovarietales de Mencía, que muestran la cara tinta de sus viñedos. "Este es un mundo de matices, y hay que venir a pie de campo para sacar la esencia del territorio. El paisaje no es parecido a nada, eso es lo que te va a dar las diferenciaciones. En Valdeorras hay caminos infinitos. Dicen que Galicia es la Comunidad de los mil ríos, ¡pues Valdeorras es la D.O. con mil caminos que llevan a mil viñas!", comenta divertido su director técnico.
La diversidad dentro de la Denominación de Origen es salvaje: diferentes orientaciones en menos de 400 metros, cambios de suelos en menos de 500 metros... "Todos esos matices hay que meterlos en la botella. Eso es la diferenciación".
Dentro de esta variedad de suelos predominan la pizarra y el granito, aunque algunos son más ricos en arena e incluso los hay que se asientan sobre sedimentos y terrazas de cantos rodados.
Hace miles de años, los romanos ya adivinaron la generosidad de estas tierras y construyeron lagares que hoy salpican la comarca con sus piedras prodigiosas. Otra de las construcciones más fascinantes de Valdeorras son esas covas –de arcilla, granito o pizarra– para elaborar y conservar el vino que constituyen un patrimonio arquitectónico y etnográfico único en Galicia.
Una isla en la frontera
Allí donde el territorio gallego se encuentra con Portugal y Castilla, en la región orensana de Verín, se respiran vientos fronterizos. La D.O. Monterei encarna la Galicia más insospechada, aunque con una tradición vitivinícola ancestral que ha llenado sus tierras de lagares rupestres.
"Nuestra D.O. se distingue por su variedad de uvas autóctonas, como Godello y Mencía, así como por sus diversos microclimas y suelos. Esta conjunción edafoclimática da lugar a una amplia gama de vinos con sabores y características distintivos. Además, la rica tradición de la región, que se remonta a época romana, se combina con un enfoque moderno basado en la sostenibilidad", apunta Luis Miguel López Núñez, director técnico del C.R.D.O. Monterrei.
Sus veranos calurosos y secos y sus duros inviernos hablan de una singularidad climática casi continental, aunque el (ahora) lejano Atlántico siempre hace llegar su influjo. Porque así sucede desde el principio de los tiempos en toda Galicia, a pesar de que el sinuoso río Támega sea un afluente del castellanísimo Duero –por eso esta zona también es conocida como la otra Ribera del Duero–.
Una curiosa dualidad que alimenta esos viñedos en vaso enraizados sobre las dos subzonas de la D.O.: Valle de Monterrei y Ladera de Monterrei (con sus suelos pizarrosos, graníticos o arcillosos).
Juanjo Figueroa, presidente de la Asociación Gallega de Sumilleres, explica que, al ser la D.O. gallega más próxima a la meseta, tiene un punto más continental: "Nos da un juego maravilloso para introducir a la gente que no esté acostumbrada a los vinos gallegos".
Godello, Treixadura, Albariño, Loureira, Caíño Blanco, Doña Branca, Blanca de Monterrei, Mencía, Araúxa, Merenzao, Sousón, Caíño Tinto... Las variedades autóctonas gallegas se arremolinan juntas y separadas en unos vinos blancos fragantes y muy expresivos donde la frescura atlántica se combina con una estructura continental más potente, mientras que los tintos, muy originales, coquetean con la potencia castellana e incluso con su uva más emblemática, la Tempranillo (que en Monterrei se llama Araúxa).
La lengua del vértigo
Nuestro viaje por los viñedos que una vez habitaron el fin del mundo (casi) concluye en uno de los rincones más fascinantes del planeta: esa Ribeira Sacra vertiginosamente bella donde las viñas danzan al borde del precipicio y una paz inimaginable se desliza entre cañones: el del Sil y el del Miño.
Repartidos en cinco subzonas –Amandi, Chantada, Quiroga-Bibei, Ribeiras do Miño y Ribeiras do Sil–, los viñedos se encaraman sobre bancales imposibles que pueden alcanzar pendientes con un 85% de desnivel, tan complicadas de trabajar que a veces solo se puede acceder a ellas a través de los ríos, o prácticamente trepando. Aunque esa naturaleza indomable y poética también caracteriza a sus viticultores, que han aprendido a caminar como funambulistas en un alambre de granito y pizarra.
"Lo que hace tan especial a Ribeira Sacra es su paisaje, en bancales (socalcos), esa viticultura de montaña que se conoce también como viticultura heroica", matizan desde la D.O. Ribeira Sacra.
Candidata a Patrimonio de la Humanidad, esta región vinícola situada al sur de Lugo y al norte de Ourense reivindica su singularidad salvaje: "La zona es muy especial por su orografía y también por su cultura, ya que alberga la mayor concentración de arte románico rural de Europa, por su cantidad de iglesias y monasterios".
Actualmente, la D.O. está llevando a cabo una "revolución tranquila" para dar aún más valor al origen de sus vinos, avanzando en la zonificación y apostando por pequeñas producciones y elaboraciones únicas que reflejan la identidad de su extraordinario terruño.
"En Galicia somos la única D.O. que elabora sobre todo vinos tintos, más del 80% es vino tinto, y principalmente de Mencía; aunque también se elaboran otros vinos con variedades autóctonas gallegas como pueden ser la Brancellao, la Merenzao... o plurivarietales de todas estas variedades. En los vinos blancos la uva principal es la Godello, aunque también tenemos otras uvas como la Treixadura, Albariño...", resumen desde el C.R.D.O. La energía telúrica del territorio, al límite de la verticalidad, transforma esas uvas en prodigiosos frutos del vértigo.
Y una última parada nos lleva todavía más al norte, a los confines del territorio gallego. En la frontera noroccidental de Galicia ha irrumpido la última I.G.P. certificada, Terras do Navia, cuyas viñas se reparten entre Negueira de Muñiz y algunas parroquias de A Fonsagrada y Navia de Suarna, protegidas por la dorsal de los Ancares, la sierra de Uría y la sierra del Acebo al norte. Para Juanjo Figueroa, los vinos que se hacen allí son "maravillosos", con monovarietales de Branco Lexítimo absolutamente únicos.
De este a oeste, Galicia se escribe con magnéticos paisajes del vino, tan diversos y misteriosos como su propia esencia. Esta primavera, muchos de ellos participarán en la Primavera de Portas Abiertas, un atractivo programa de enoturismo organizado por Turismo de Galicia y las cinco asociaciones de las Rutas de los Vinos de las denominaciones de origen gallegas (Rías Baixas, Ribeira Sacra, Monterrei, Ribeiro y Valdeorras). Tendrá lugar durante cinco fines de semana entre mayo y junio, e invita a descubrir, entre degustaciones, rutas monumentales, paseos en barca o armonías especiales, el alma líquida de un territorio inmenso y fascinante.
Como escribió Manuel Rivas a aquel extraterrestre del que os hablábamos al principio: "A los gallegos les gusta nombrar. Poner nombres a las cosas para que las cosas puedan existir y hablar. A la manera budista, el gallego sabe que las piedras solo hablan si tienen nombre. Los geógrafos de la antigüedad llamaban bellas durmientes a los territorios incógnitos. Una bella durmiente despierta cuando la llamas por un nombre. La tierra gallega, desde las montañas orientales a los fondos marinos, es un manuscrito miniado que no tiene márgenes en blanco". Tampoco en estas páginas, donde el vino también tiene mil nombres.