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Rioja, lenguaje en blanco

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  • Raquel Pardo
  • 2024-10-04 00:00:00

La Denominación de Origen más potente de España suma, de forma creciente, etiquetas de vinos blancos que parecen responder a una tendencia de mercado, de gustos y de momento socioeconómico, lo que hace plantearse, también, si los blancos de Rioja pueden ser un camino para afianzar su prestigio o, por el contrario, un caramelo envenenado que redunde en más referencias sin personalidad que buscan el hueco de la relación calidad- precio.


"Hay un renacimiento del interés por los blancos de Rioja, y no solo en vinos de estilo, sino referencias que exploran otras líneas. Nosotros llegamos allí pensando en tintos, pero vimos las cabezadas de viñedos viejos, con viuras genéticamente complejas, y cambiamos de opinión". Este caso que comenta el master of wine y director de Península Vinicultores, Andreas Kubach, respecto a la puesta en marcha de Bideona, la bodega fruto de la alianza entre dicha compañía y el empresario Gorka Izagirre, expresa muy bien una de las realidades de la Denominación de Origen Calificada Rioja: el vino blanco está generando adeptos y hasta muchos de quienes pensaban que "el mejor blanco es un tinto" se están cambiando de bando. La causa: etiquetas con personalidad, identidad riojana, frescura, complejidad o todo ello, si hablamos de vinos consagrados y buscados en los e-commerce de todo el mundo (a veces, sin éxito; otras, a cambio de grandes sumas fruto de la especulación de los mercados secundarios). Bideona cuenta en su catálogo con dos blancos de nombres explícitos, Las Parcelas y Cabezadas, en los que su intención es mostrar el origen por encima del método y, en estos casos, por un lado dar valor a las viuras más viejas y, por otro, a aquellas que se encuentran en territorios calcáreos.
Y es que la búsqueda de personalidad es permanente en productores que persiguen algo más que lanzar una etiqueta al mercado; en Rioja, y hablando de blancos, el listón no está precisamente bajo: en nuestra mente winelover, vinos consagrados hoy como Remelluri Blanco (icónica etiqueta de la bodega de Labastida, elaborado con variedades como la Viognier, la Moscatel o la Roussane y sin un ápice de Viura); los casi inmortales y buscadísimos Viña Tondonia Gran Reserva Blanco (que en tiendas pueden superar los 800 euros, si es que se encuentra alguna botella); el renacido Monopole Clásico, que volvió a romper moldes poniendo de manifiesto la singularidad que le aporta esa adición de manzanilla sanluqueña; o el perfecto (Wine Advocate dixit) Ygay de 1986, entre otras nuevas incorporaciones. Todas ellas plantean un camino de exclusividad y diferenciación (sin reñirse con un buen rendimiento comercial) que podría ser esencial para que Rioja vuelva a colgarse la medalla de tierra de grandes blancos.

Interés creciente
No, no se trata de una referencia a la situación de los tipos económicos, sino de la atención que han despertado en la crítica, primero, y en los vinófilos, después, los vinos blancos riojanos, ya que, como recuerda irónicamente el productor y propietario de Bodegas Tierra en Labastida, Carlos Fernández, "en Rioja Alavesa hacíamos blancos tres y el de la guitarra". Fernández, que se perfila hoy como uno de los elaboradores más interesantes de blancos por la diversidad que explora tanto en Tierra como en su proyecto hermano, Bodegas Exeo, reconoce que fue en 2005 cuando dio lo que él llama "el gran salto", empezando a elaborar un vino con Garnacha Blanca y a comercializar La Greña, una elaboración con la Malvasía como protagonista que, hasta entonces, formaba parte del off the record de la bodega y se consumía por la familia y los amigos en reuniones y fiestas varias. Su blanco de entrada, Tierra, con Viura, Garnacha Blanca y Malvasía, ha pasado en estos casi 20 años de las 5.000 a las 30.000 botellas.
El salto adelante en su maestría con los blancos que le ha regalado no pocos adeptos (el MW británico Tim Atkin lo reconoció en 2021 como viticultor del año en su informe anual sobre Rioja) se debe, cree, a que "he madurado como elaborador" a base de viajes, de observación de los mercados nacional e internacional y a un interés como bebedor por grandes regiones de blancos, como Borgoña: "Tengo también una parte romántica, y es que me apasiona elaborarlos. También las he pasado canutas porque la mayor parte de mis referencias se pasan al menos dos años en bodega". Esa apuesta le costó, confiesa, acumular en ocasiones hasta cuatro y cinco añadas en sus instalaciones del casco viejo de Labastida: "Llegué a plantearme no elaborar alguna cosecha", afirma. Pero llegó un momento en el que se vendieron tres añadas seguidas de su Cifras Blanco, una Garnacha Blanca de Exeo que combina uvas de dos viñedos, uno con 20 años y el otro, con 80, y eso marcó para la bodega un punto de inflexión que, si bien le cuesta aceptarlo, le ha llevado a ser más reconocido por sus etiquetas blancas que por sus (por otro lado, más que interesantes) tintos.
Se considera afortunado por estar en Labastida, una tierra "de grandes tintos pero excepcional para blancos", que ya se elaboraban allí antes de la filoxera, aunque luego esa tendencia cambió hasta que, a sus ojos, está renaciendo con atractivas elaboraciones de pequeños productores que, considera, también se han desmarcado desde que han incorporado equipos de frío en sus bodegas, pegando con ello un notable salto cualitativo.
No muy lejos de allí, en Villabuena de Álava, Jon Cañas, tercera generación en la bodega Luis Cañas (donde ejerce como director técnico el hermano de Fernández, Fidel), lleva años inmerso en un proceso de recuperación de variedades y conservación de viñedos muy viejos (en ocasiones, más que octogenarios), entre los que también hay variedades blancas poco vistas en Rioja (Palomino, Pirulés, Castellana Blanca o Xarel·lo, entre otras) y diversos clones de viuras que suponen un valioso patrimonio para la elaboración de blancos que marquen la diferencia. "Las viñas viejas conservan suelos que drenan bien y aguantan la erosión, nos indican dónde está el lugar idóneo para el viñedo", comenta Cañas, partidario de educar al consumidor para que "busque vinos con arraigo" y conservar variedades y viñedos que fueron plantados varias generaciones atrás, aunque no proliferaran por ser poco productivas, una circunstancia que, en el entorno climático actual, "puede ser nuestra salvación". Junto al ICCV (Instituto de Ciencias la Vid y El Vino) de Logroño y la Universidad de La Rioja ha desarrollado dos campos de germoplasma para conservar algunas de esas cepas capaces de mantener, en su experiencia, mejor la acidez y el pH, un reto que el cambio climático está acrecentando. Su objetivo, reitera, es defender ese arraigo de variedades que llegaron a Rioja hace al menos 100 años y que han sobrevivido gracias a su capacidad para aclimatarse. Pone el ejemplo de Amaren, un blanco de Malvasía y Rojal de un viñedo en Leza que data de 1912 y del que saca 1.700 litros.
Pero Cañas también ve futuro en los blancos riojanos de larga guarda, con viuras y malvasías, que incluyan esa diversidad que lleva años desvelando y que se materializará para su bodega en un blanco gran reserva con base de Viura y Malvasía a las que se sumarán Albillo, Malvasía Verde o Xarel·lo. En todos los viñedos de Luis Cañas y Amaren hay cepas blancas y los vinos tintos de parcela son field blend, por lo que también incluyen esas castas y busca un equilibrio con las variedades tintas controlando exhaustivamente la maduración fenólica.

La importancia del dónde
El gran reto de los blancos riojanos, una vez superada la fase noventera de la extracción intensa y la madera por delante de la fruta o el suelo, es la frescura, y con ella tiene mucho que ver no solo la variedad que se escoja para uno u otro estilo, sino la zona donde se encuentra el viñedo. En este sentido, la altitud es un criterio que todos los elaboradores con voz en este artículo consideran clave si se quieren vinos frescos y con capacidad de aguantar largas crianzas. Pablo Tascón, director técnico de Barón de Ley, llegó a Rioja para montar un proyecto singular donde el blanco era el exclusivo protagonista: Nivarius, parte de Palacios Vinos de Finca, una bodega que no elabora tintos y solo hace una excepción con un pét-nat rosado. De la mano de Rafa Palacios, Tascón fue adentrándose en los blancos riojanos; primero, elaborando con uvas poco arraigadas como la Verdejo y luego dejándose cautivar por las virtudes de la Maturana Blanca, su apuesta personal desde sus primeras andanzas por el Alto Najerilla: "Me encanta por su capacidad de guarda, su ciclo largo… Me he traído esa obsesión a Barón de Ley", donde, confiesa, está injertando 10 hectáreas en la Finca Carbonera, en Tudelilla, a una altitud de 997 metros, con lo que son los viñedos más altos de la Denominación; y gracias a su conocimiento y estudio de la Maturana ha obtenido un material libre de virus, ya que se ha ido encontrando con estas plantas en diversos viñedos que estaban muy afectadas por diversas enfermedades. En altura también le seducen las virtudes de la Garnacha Blanca y la Tempranillo Blanco.
La combinación de altitud y suelo calizo también es la herramienta de Fernández para lograr vinos frescos y con tensión, que comparte con Andreas Kubach (quien suma las viñas viejas de Viura con factor diferencial) y con el enólogo de Viña Salceda, David González, otro experimentado elaborador de blancos tras su paso por bodegas como Hermanos Hernaiz o Gómez Cruzado, donde marcó un antes y un después en la casa del Barrio de la Estación con Montes Obarenes, un vino de alta gama que combina con una seductora elegancia la Viura y la Tempranillo Blanco.
González, enfrascado en la elaboración de los primeros blancos de la casa propiedad del Grupo Perelada, ve futuro a estos vinos si se elaboran pensando en gamas medias (fermentados en barrica, criados sobre lías) y un futuro "clarísimo" en la larga guarda, valiéndose de viñedos de la Sonsierra y del Alto Najerilla. Su combinación ideal la reflejará en el Viña Salceda Blanco que prepara, y se basa en la "frescura y la verticalidad de la Viura de Cabezadas" y la acidez málica de una Tempranillo Blanco muy madura, sin paso por madera y criado en hormigón sobre sus lías.

Bandera local
Recién aceptadas por el Consejo Regulador variedades como Verdejo, Sauvignon Blanc o Chardonnay, la apuesta por lo tradicional y local sigue siendo la tendencia de los elaboradores que buscan vinos cualitativos con los que sacar pecho en los mercados nacional y exterior. Y, entre las locales, se alza triunfante la Viura, para Kubach, "la gran blanca no aromática de España", capaz de llevar a los vinos viejos a unos niveles de complejidad que muchos sitúan entre los blancos de clase mundial. De hecho, si nos fijamos en los puntos Parker como una de las referencias para encumbrar un vino, el primer blanco con 100 puntos no fue otro que un rioja, Castillo Ygay 1986, un gran reserva especial para el que es necesario desembolsar cuatro cifras y que pasa la friolera de 225 meses en barrica y varios más en hormigón. La directora técnica de Marqués de Murrieta, María Vargas, lo define como "caminar por el filo de un cuchillo" y habla de una materia prima de calidad excepcional porque "no todas las uvas son capaces de generar esta tipología de vinos". En este caso, se trata de viuras y malvasías de la finca Ygay junto a la bodega, octogenarias, que forman parte del vino solo cuando se consigue un perfecto equilibrio entre acidez y alcohol y cuyo mosto fermenta a baja temperatura casi dos meses antes de entrar en barricas. De las que se llenan con este vino, solo las que "aguantan", según Vargas, el efecto de la oxigenación en madera se embotellarán.
La enóloga marca una clara diferencia de este vino, que califica de "otra liga", con su otro blanco de guarda y también llamado al Olimpo, Capellanía, una apuesta también por la Viura sobre suelo calcáreo que compone la finca que le da nombre, criado en roble francés y que define como "el reflejo de un ciclo vegetativo de la finca", con una complejidad que también es fruto de la calidad de las uvas y un largo reposo: "La fama al blanco de Rioja se la ha dado la viña vieja", comenta, y se muestra favorable a la espera y el continuo aprendizaje, que se ha ido reflejando en la evolución del perfil de este vino desde la opulencia hacia la finura y la verticalidad: "Hemos visto que a esas uvas les podíamos exigir más recorrido y más profundidad en el vino resultante, y cada año aprendemos", explica, durante un recorrido que Vargas define como de "disfrute" para ese líquido que tarda seis años en elaborarse. Si bien estos dos vinos se llevan los focos de la crítica y los consumidores, "Murrieta elabora blancos desde que se fundó la bodega" en el siglo XIX, y ella recuerda con especial intensidad uno del año 50 con el que "no pude dormir en toda la noche de la emoción que me provocó". Sin embargo, reconoce que hace años "el cliente no estaba tan preparado, era impensable que un blanco pudiera costar más que un tinto", una situación que ha dado la vuelta y los nuevos públicos sí aceptan pagar un precio alto por ellos. Lo mismo observa Carlos Fernández: "A mí me dicen en 2015 que voy a vender mis blancos a los precios a los que salen al mercado y no me lo creo"; unos precios que, si bien en el caso del de Labastida son más que atractivos (rondan los 35 euros las añadas ya en el mercado), llevan un camino ascendente.

Cuestión de tiempo… y gran reserva
Las elaboraciones blancas en Rioja están viviendo un momento dulce en el que se ven interesantes apuestas por territorios, fincas o combinaciones varietales, con ejemplos como el Tulonio de Tierra, a base de Cariñena Blanca, o la etiqueta de marcado carácter borgoñón de Buradón Las Plegarias de Carlos Sánchez, la gama de vinos de variedades recuperadas que trabaja con maestría el enólogo e investigador Juan Carlos Sancha o los varietales de Torrontés, Malvasía o Garnacha Blanca de Abel Mendoza, entre otras referencias de jóvenes productores que buscan ese reencuentro con el origen, como el discípulo de Fernández, el productor Catalin Grad, que estrenará su primer blanco en breve con el mismo nombre que su tinto inaugural, Capitán Trueno.
Pero si hay una tendencia de elaboración que marca la pauta es la de los vinos de larga crianza, donde la calidad de la Viura vieja (a veces, con Malvasía o Garnacha Blanca) y su capacidad de ganar complejidad con años en botella pueden consolidar los blancos de alta gama de este territorio entre las referencias que aporten valor real a la Denominación. Productores como Remírez de Ganuza se sumaron hace años a la elaboración de vinos con largas crianzas y su director, José Urtasun, optó en 2013 por alargar esa estancia en bodega hasta los ocho años de su blanco (100% Viura) y sacarlo al mercado con el nombre de Gran Reserva Olagar. Y se han sumado otros productores de perfiles distintos: uno de los más recientes, Faustino, que apuesta por la Chardonnay en combinación con Viura vieja para lanzar las primeras 5.000 botellas de su Faustino I Gran Reserva Blanco; y hace dos añadas, la bodega Roda se estrenaba con un blanco de alta gama a partir de Viura, Garnacha Blanca y Malvasía con un estilo entendible para el público internacional.

A contracorriente
Las plantaciones de uvas blancas en Rioja han cambiado con los años, pero si miramos a la última década se puede apreciar esa querencia por los vinos blancos tomando como referencia la superficie plantada. Parte del aumento en las cifras puede tener que ver con el afán comercial y la entrada en el catálogo de la Denominación de Verdejo, Sauvignon Blanc y Chardonnay, uvas que ganan protagonismo en la, por otra parte, minoritaria superficie de viñedo blanco de Rioja. Entre 2005 y 2023, según datos de la Memoria del Consejo Regulador, la superficie de viñedo destinado a variedades blancas creció en 1.300 hectáreas, un 27%, mientras que la de tinto aumentó en un 7,8% (pese a que, en hectáreas, y debido a que el tinto ocupa aproximadamente el 90% de la superficie total de viñedo, la cantidad es superior: 4.300 hectáreas). Si echamos la vista un poco más atrás, en el año 85 la viña blanca, con sus 9.000 hectáreas en un total de 39.000, suponía algo menos del 25%, pero indicaba una presencia mayor de la que tiene ahora, pese al constante crecimiento de las blancas. Quizá lo más chocante de esos datos sea el lugar de la Verdejo en el ranking, una variedad popular en las barras por los productos de precio bajo comercializados bajo la D.O.P. Rueda, que ha entrado fuerte en Rioja y es ya la tercera blanca más plantada en la región, solo por detrás, aunque a distancia, de la Viura, mayoritaria con más del 66%, y la Tempranillo Blanco, que ocupa casi el 13% de la superficie. Si sumamos las tres importaciones, casi se iguala esa extensión, mientras que Garnacha Blanca, Malvasía, Maturana Blanca o Turruntés permanecen con pequeños porcentajes. El panorama presenta, parece, una doble vertiente: la del gran potencial de los blancos cualitativos, con Viura y otras uvas locales o tradicionales, de larga guarda y crianzas con madera y otros recipientes, y la de etiquetas llamadas a fundirse en un mar de vinos de precio bajo, volumen alto y sin más identidad que la contraetiqueta, con presencia de uvas menos enraizadas, aunque populares en el mercado.

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