- Laura López Altares
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- 2024-11-11 00:00:00
Durante siglos, la sinuosa línea que une España con Portugal desde Galicia hasta Andalucía ayudó a abrir y cerrar heridas, se llenó de puertas secretas y sembró una poderosa semilla de afectos entre los dos países. Esta red creció hasta casi convertirse en hermandad en algunas zonas, donde la Raya se desdibuja para hacerse puente.
Hoy, esos puentes fortuitos se mantienen más vivos que nunca gracias a pequeños elaboradores de uno y otro lado de la frontera que, con una misma visión de la vitivinicultura, defienden un patrimonio genético único en el mundo desde sus bastiones de viñas viejas y autóctonas. El carácter reivindicativo y la genialidad a la hora de expresar el territorio en unos vinos tremendamente genuinos y originales los hace imparables, y su lucha compartida no ha hecho más que empezar...
Tejida de abrazos, batallas, afectos, secretos, alianzas, cicatrices y nostalgias –saudades–, la Raya –a Raia, en portugués– que une España y Portugal es una de las fronteras más antiguas y largas de Europa. Y también ese lugar remoto donde la improbabilidad se vuelve poesía, como apuntó el master of wine Pedro Ballesteros en Madrid Fusión The Wine Edition 2022. Según este "narrador del vino errante" –como se define–, en esta tierra, olvidada durante siglos, se elaboran algunos de los mejores vinos del mundo: encarnan "la poesía de lo improbable", y sus elaboradores, desobedientes por naturaleza, "han guardado una riqueza genética" desbordante. Afirma que "esos dos países que se daban la espalda se dieron la vuelta y se miraron a los ojos", y fue cuando la magia estalló.
Aunque otros portuñoles de habla y espíritu, como la comunicadora del vino Patricia Villasante (@maridadebaco en Instagram), expresan esa idea romántica de Ballesteros como un deseo inconcluso: "Llevamos muchos años dándonos la espalda o incluso mirándonos por encima del hombro. Ahora comenzamos a mirarnos de reojo, el interés crece y sueño con el día en que nos miremos de frente y que la línea trazada en el mapa, oníricamente, se parta en trocitos que se conviertan en lazos o puentes".
Para la periodista salmantina, nuestra guía alrededor de los más de 1.200 kilómetros de hilo rojo invisible que mantienen cosidos los destinos de ambos países desde Pontevedra a Huelva, hay zonas de esa Raya donde las fronteras casi desaparecen: "España y Portugal están tan cerca y tan lejos al mismo tiempo... Somos muy parecidos y distintos a la vez, pero nadie duda de la personalidad y la identidad de cada uno. Solo quien vive en la Raya o cerca es capaz de llegar a tener el sentimiento ibérico. Una raya que se desdibuja sobre todo en Galicia y Extremadura, donde tan solo unos pasos separan, o unen, los dos países".
El camino a la libertad
Al otro lado de esa frontera quebradiza en la que los límites tienden a volar por los aires, la Raya tampoco se percibe como una división, sino todo lo contrario: "La palabra raya para mí significa también libertad. No la veo como una separación entre pueblos, es más bien una colaboración. Yo desde pequeño he escuchado que, para muchas personas que querían huir del fascismo y que no querían ir a la guerra, el objetivo era pasar la Raya para cruzar de Portugal a Francia atravesando España. Entonces, en mi imaginario, era la línea que separaba dos pueblos, sí, pero también era la línea que pasaron las personas para salir de un gobierno de extrema derecha antes de 1974. Entonces, es una cosa buena: era el camino de la libertad", explica Luís Lopes, enólogo de Palacio Quemado y de Moreish, la marca que creó en 2013, con la que elabora vinos itinerantes en diferentes territorios donde "cria raízes".
Lopes también recuerda una de las actividades que más arraigaron en esta zona escarpada y llena de rutas secretas, el contrabando: "También he escuchado siempre que, además de las historias de la libertad, había muchas historias de contrabando. Y me parece bonito pensar en nosotros, latinos, haciendo intercambio de comida. Y, por supuesto, de cultura" ("contrabando de conocimiento", que lo llaman también en Arribas Wine Company).
Luís Cabral de Almeida, director de Enología de Alentejo y Bucelas –una pequeña región productora a 20 kilómetros de Lisboa– para Sogrape, aporta una visión incluso más apasionada a ese intercambio cultural: "Realmente también es intercambio de amor, de matrimonios que unen los dos lados de la frontera".
Escribía Manuel Rivas en El lápiz del carpintero que "lo único bueno que tienen las fronteras son los pasos clandestinos". Y la Raya está repleta de puertas entreabiertas al otro lado que han reforzado la hermandad entre Portugal y España durante siglos: "Olvidamos que siempre nos hemos necesitado, en las épocas de contrabando ilegal y legal: quién no ha cargado con kilos de café y ha sido inspeccionado en la antigua alfândega [aduana]. Y, actualmente, ha ocurrido lo mismo con los incendios y la ayuda que España no ha dudado en ofrecer. Ninguno es más que otro y ojalá el abrazo del que habla Pedro Ballesteros sea una realidad. Me conformo con que nos miremos cara a cara y nos tendamos la mano siempre. Y que el contrabando sea de historias en torno al vino y con vino, de uno y otro lado", apunta Patricia Villasante.
Otro comunicador del vino con raíces en la Raya, Albert Martínez López-Amor, que en 2018 puso en marcha Corazón Continto Lumbrales, su pequeño proyecto vitivinícola en ese pueblo de Salamanca, la describe como el epicentro de la hermandad entre España y Portugal: "Es un espacio físico, pero también tiene el potencial de convertirse en un espacio conceptual, en algo que tenga una identidad propia y que realmente deshaga fronteras. Algo así como el embrión de una hermandad. Me gusta pensarlo así, aunque sea como una utopía: que no esté tan marcada la frontera y que la Raya sea muy permeable. Como siempre lo fue, en realidad".
Una hermandad en ciernes
De hecho, Vinos Sin Fronteras fue el evocador nombre de la cata que impulsó hace unos meses junto a otros elaboradores de la Raya que comparten una forma similar de entender el territorio como Picotes Wines, Arribas Wine Company o El Hato y el Garabato.
Precisamente, José Manuel Beneitez, enólogo y fundador de esta "minúscula" bodega de vinos artesanos en Formariz (Zamora) junto a su mujer, Liliana Fernández, es una de las voces más reivindicativas de la Raya y defiende una unión sin fisuras entre ciertas zonas con filosofías afines, como los Arribes del Duero y las Arribas do Douro: "En los últimos años ha surgido un grupito de pequeños productores portugueses y españoles que compartimos filosofía y forma de entender este territorio y creo que eso también es superbonito, y hace a los Arribes muy interesante: porque, más allá de lo administrativo, somos una zona vitivinícola portuguesa y española, y eso le da mucho encanto. Tenemos a buenos amigos elaborando justo enfrente con una forma de entender el territorio muy hermanada con la nuestra, y nos encanta que sea así".
Desde los bellísimos, laberínticos y durante muchos años olvidados Arribes del Duero, José Manuel aboga por una colaboración más activa entre elaboradores de uno y otro lado de la Raya: "Yo siempre digo que Arribes es un viñedo español con alma portuguesa, porque realmente nosotros somos Duero, pero no nos parecemos absolutamente en nada al resto del Duero español. Sin embargo, sí que tenemos cosas en común con nuestros vecinos portugueses, ¡es que como territorio somos lo mismo! Compartimos suelo (básicamente granitos y pizarra), clima (con influencia atlántica), variedades (Juan García/Tinta Gorda, Bruñal/Alfrocheiro, Puesta en Cruz/Rabigato o Doña Blanca)... ¿Qué más es una zona o una Denominación de Origen? Lo único que nos separa son cuestiones administrativas, y eso no me parece que sea lo realmente importante. Porque embotellar paisajes está muy bien, pero los territorios que llevamos cultivando uva y produciendo vino durante siglos también tenemos una historia y una tradición que nos une y se recoge en nuestras elaboraciones. Y eso significa ponerlas en valor y respetarlas, que creo que muchas veces no lo hacemos".
Arribas do Douro, el reverso portugués de los Arribes, también cuenta con varios defensores apasionados de la hermandad hispano-lusa: uno de ellos es António Picotês, de Picotes Wines, un proyecto familiar en Miranda do Douro desde el que elaboran pequeñas producciones de vinos naturales a partir de viñas viejas.
Para António, la creación de una denominación de origen transfronteriza que hermanase a los Arribes y las Arribas de los dos lados del Duero es casi un imposible, a pesar de que sus similitudes "sean inmensas" y de que considera que la Unión Europea vería con buenos ojos un proyecto tan interesante de cooperación internacional: "El río Duero no nos separa, nos une. Pero nunca ha habido ese interés, esa voluntad de reconocer, de identificar. Política y legalmente, entendemos que no sería un camino fácil cuando ni siquiera es posible crear una subzona en la subregión de Planalto Mirandês dentro de Trás-os-Montes (la zona a la que perteneceríamos por localización, pero que para nosotros no tiene sentido porque el Planalto es típicamente para cereal y no tenemos nada que ver. Por eso nuestros vinos son de mesa). Además, el término Duero está extremadamente protegido, ¡si hasta hemos tenido que quitar Miranda do Douro como lugar de procedencia de nuestros vinos!".
Belleza combativa
Pero Picotes Wines, El Hato y el Garabato, Bodega Frontio y Arribas Wine Company no sucumben al desánimo; al revés, las puertas cerradas los han motivado para crear Arribaes, "una asociación informal de productores con la misma visión", como la describe António Picotês. "Creemos que nuestras tradiciones van más allá de cualquier frontera entre Portugal y España. Se dice que la producción de vino en Arribas (Portugal) y Arribes (España) es muy antigua y siempre ha habido interacción entre ambas zonas, incluso antes de que se formaran ambos países", explican en su presentación, donde también indican los cinco principios en los que se basan sus proyectos: "Agricultura sostenible, variedades tradicionales, uvas cosechadas a mano, vinos sin maquillaje y el azufre como única adición autorizada". Desde Arribas Wine Company, Frederico Machado y Ricardo Alves sintetizan así su objetivo: "Que cuando cates nuestros vinos identifiques la zona".
Este ha sido el primer paso para hacer frente común, pero no el único: las cuatro bodegas están colaborando también para dar forma, junto a otros productores agroalimentarios fronterizos, a la Associação para a Preservação do Património e Desenvolvimento Tecnológico (APPDT), que busca promover la preservación del patrimonio a través de una plataforma digital.
Un patrimonio que desde el punto de vista de la vitivinicultura es absolutamente excepcional, tanto en Arribes del Duero como en Arribas do Douro: "Tenemos un viñedo muy viejo y muy singular [ellos trabajan ocho hectáreas]. La mayor riqueza genética que hay en la Península Ibérica ahora mismo está en estas pocas hectáreas que sobreviven en la frontera, pero el viñedo en este territorio ha sido brutalmente maltratado durante décadas y está en grave peligro de desaparición porque, además, vivimos en un desierto demográfico. Quienes conservaron esas viñas viejas tienen un mérito y un valor tremendo, porque eran despreciadas. O sea, no es que no fueran valoradas, sino que eran directamente despreciadas y por eso se arrancaron miles y miles de hectáreas. Desde mi punto de vista, existe una deuda histórica con estos pequeños territorios", defiende José Manuel Beneitez.
Paradójicamente, su maldición ha sido al mismo tiempo su mayor fortaleza: debido al aislamiento y a la pobreza histórica de la región, las viñas han mantenido su esencia intacta. "Eso ha provocado que la mezcla de variedades que tenemos en este rinconcito no esté en el resto del Duero español y tampoco nos han llegado las variedades que se han impuesto allí. Luego, además, la viña jugaba su papel en la economía de subsistencia que existía en este territorio. La gente hacía vino para su consumo personal, y la mezcla de variedades está condicionada a cómo le gustaba el vino a cada paisano. Eso me parece que tiene una fuerza brutal porque cada parcela muestra una personalidad prácticamente única", destaca José Manuel, que en vinos tan sugerentes como Otro Cuento o De Buena Jera refleja la expresión más pura de una tierra-espejo, generosa hasta la raíz.
"Lo que intentamos en El Hato y el Garabato es contar Arribes desde su personalidad y de la forma más honesta y respetuosa posible. Nuestros vinos son mediterráneos, pero con graduaciones alcohólicas muy bajas y acideces naturales muy frescas. Entonces, creo que lo realmente interesante es que ofrecemos algo diferente al resto de zonas productoras españolas. Ahora, el mercado valora la autenticidad, la singularidad, la personalidad diferencial", concluye.
Las tierras del olvido
Desde la despoblada Raya salmantina, allí donde la meseta empieza a tantear el vértigo de los acantilados, Albert Martínez López-Amor también señala el potencial salvaje de este "refugio de la viticultura ibérica ancestral". Corazón Continto Lumbrales es su pequeñísimo proyecto en Lumbrales, ese pueblo olvidado que en los años ochenta llegó a tener 150 hectáreas de viña y que hoy no llega a las 20. Junto a su socia, María José Amador, reivindica un paraje que lucha contra su propia decadencia, y lo hace desde dos vinos –un tinto y un blanco magnéticamente agrestes y minerales– que rezuman Insolenzia: la misma que les da nombre y que María José mostró cuando desafió a su padre atreviéndose a cultivar las viñas de su familia ("¿Cómo te atreves a trabajar la viña? ¡Eres una insolente!", le dijo), la insolencia y la resistencia de quien se queda "al margen del margen".
Pero combatir en las fronteras también tiene sus ventajas: "El vino es puro territorio de allá a todos los niveles, con esas parcelitas superpequeñas y preciosas y esa mezcla varietal tan rara y tan fascinante. Aunque estoy de acuerdo con Pedro Ballesteros en que en vez de hacer bandera de las variedades, la zona de los Arribes debería basar su potencial en el factor territorial: jugar la carta del valor de los pueblos y los parajes, independientemente de las variedades".
También habitando los márgenes, en el Parque Natural del Duero Internacional, António Picotês recuerda todo el patrimonio genético que se perdió cuando se arrancaron variedades tradicionales para plantar otras más productivas (también en ese episodio terrible de la historia fuimos espejo). Desde Picotes Wines, salvaguarda un pequeño reducto de viña vieja que ha convertido en baluarte: "Ahora el camino se ha invertido: el mercado está pidiendo vinos más leves, más frescos y fáciles de beber que pongan el foco en la expresión del territorio. Si vamos con levaduras tecnológicas, con extracción y con alcohol, al final el vino puede hacerse en cualquier parte del mundo, no tiene definición de territorio. En ese sentido, lo que queda en la viña aquí es muy bueno, y espero que haya programas que lo protejan y lo incentiven para que no se pierda".
Antonio empezó su idilio con aquellas viñas viejas casi por linaje: su bisabuelo, su abuelo y su padre elaboraban vino para consumo local que sobre todo vendían en la taberna familiar. "Mi abuelo producía más o menos los litros que yo produzco hoy, ¡pero en esa época cada persona bebía uno o dos litros de vino al día!", cuenta divertido. Cuando murió su padre en 2018, aparcó su formación en el mundo del vino para cuidar del viñedo familiar, la raíz de Picotes Wines, un proyecto genuino que recupera la forma tradicional de elaborar vino: "Mi mujer, mis hijos y yo pisamos la uva, se usa raspón, optamos por la fermentación espontánea, no filtramos... Mi eslogan es: En el vino está la verdad [él lo escribe en mirandés], la expresión máxima del territorio debe estar en la copa. También me gusta la expresión de suelos vivos, vinos vivos". Como su vibrante Picotes Palhete, donde se entremezclan variedades tintas y blancas tal como están –y siempre estuvieron– en la viña.
La búsqueda de la expresión más pura del territorio también guía a Arribas Wine Company, que inició su singular aventura en 2017 con un viñedo de casi dos hectáreas en Mogadouro y 2.900 botellas: "Ahora elaboramos una media de treinta a cuarenta mil botellas al año. Es un poco más grande, pero con el mismo espíritu de proyecto pequeño, siempre haciendo todo de una forma muy tradicional: pisamos las uvas con los pies, usamos raspón... Lo hacemos todo como lo hacían nuestros abuelos, pero con un poco más de conocimiento", explican Frederico Machado y Ricardo Alves. Al igual que António, confían en que el cambio generacional siga desdibujando las fronteras de la Raya: "Muchos de nosotros hemos viajado mucho y hemos visto que la fuerza está en la unión. Pero estamos en las zonas más pobres de Portugal y España, y donde no hay mucha gente obviamente la voluntad de hacer cosas es menor a nivel político. ¡Pero no nos rendimos!".
Puentes fortuitos
Camino al sur, tres proyectos muy diferentes atraen nuestra mirada y nos descubren cómo respira la Raya entre Alentejo y Extremadura. Luís Lopes, enólogo de Palacio Quemado, pone acento portugués a la Extremadura alentejana desde una propuesta muy inspiradora que al principio lo asustó por la lejanía y el aparente calor extremo, pero que lo atrapó en cuanto pisó el terruño: "Estuve con los responsables de Alvear catando un montón de vinos y me di cuenta de que olían a lo que olía el terruño cuando salí del coche, y eso me dio ganas de quedarme. Además, trabajaban con variedades portuguesas, como la Trincadeira Preta, que conozco desde niño y funciona muy bien en suelo calcáreo con barros. Y las raíces de Palacio Quemado están en un macizo calcáreo que guarda el frescor. Por eso los vinos tienen ese frescor impresionante y ese estilo que yo llamo de polvo de tiza".
La Raya es quizá el más magnético de todos ellos, el que lleva en el nombre y la etiqueta la frontera quebrada con más puentes tendidos y "une la tradición vinícola alentejana y el terruño de las Tierras de Barros". Para preservar la pureza de la Trincadeira Preta y del suelo, Luís apuesta por una crianza "en barricas usadas de 500 litros y en fudres". Y revela su secreto para que la fruta esté siempre en el punto óptimo: "Yo decido mi trabajo basándome en la cata de uva: decido el coupage, la fecha de vendimia... Es la sensibilidad que tengo, yo digo que un poco artística. Conozco bien la técnica, estudié Enología, pero para mí hay una cosa que es mucho más importante que la técnica, la pasión".
Explica Luís que hay tanta riqueza varietal en la zona que quedan muchas uvas por identificar y estudiar, y está sobre la mesa una colaboración entre Palacio Quemado y las universidades de Évora y Lisboa para ahondar en este patrimonio único.
Ya en el Alentejo portugués, "allende el Tajo", hablamos sobre esta fascinante región vitivinícola con el enólogo Nuno Duarte, de Maquete Vinhos, el proyecto biodinámico de vuelta a las raíces que comparte con João Ramos en Reguengos de Monsaraz: "Nuestra filosofía es volver a los tiempos antiguos, el respeto por la identidad y la historia. Elaboramos vinos artesanos de talha, tinajas viejas típicas de la frontera del sur entre Portugal y España". Y lo hacen desde un viñedo viejo salpicado de castas autóctonas: "En blancas cultivamos Rabo de Ovelha, Roupeiro, Diagalves y Manteudo; y en tintas, Moreto, Alicante Bouchet y Castelão". Como dice la periodista Patricia Villasante, "son maestros del blend".
En el Alto Alentejo fronterizo, ese que nos lleva a montañas poco exploradas y retorcidas cepas con cien vidas, se encuentra el Parque Natural da Serra de São Mamede (Portalegre), donde Luís Cabral de Almeida, responsable de Enología de Alentejo y Bucelas para Sogrape, dirige su proyecto más desafiante. "Es un lugar increíble con viñedos viejos en altitud, parcelas chiquitas, suelos principalmente graníticos y un frescor fantástico. Los vinos tienen olores distintos, más de montaña, a frutas del bosque, a pinos. Tienen una profundidad y una exclusividad impresionantes. El Alentejo de montaña está siendo redescubierto ahora, y como grupo bodeguero grande tuvimos la necesidad de recuperar y preservar esto tan pequeño y desconocido, un patrimonio vitivinícola importantísimo", cuenta Luís. Série Ímpar Retorto Blanco –retorcido– es el evocador nombre de un vino que es también símbolo de resistencia de una zona que fue encumbrada hace años, pero después olvidada.
Y antes de despedirnos de esta Raya hipnótica con mil caras, subimos hasta las tierras del norte, entre Ribeiro (Galicia) y Melgaço (Portugal), donde Gutier Seijo lleva la artesanía del vino a otro nivel en Mixtura Independent Wines: "Es un proyecto conceptual e independiente que no está regido por ningún límite político y cuya base es explorar el Miño para encontrar grandes viñedos y elaborar vinos de calidad que sean la expresión del río". Sus mezclas, una suerte de genialidad irreverente, no están sujetas a ninguna norma. El ejemplo más mestizo es su Mixtura Gold, elaborado con Treixadura de Ribeiro y Albariño de Melgaço: "Siempre trabajamos con variedades que son las reinas de cada zona del río, como la Treixadura de Ribeiro. Y si nosotros entendemos que la parte portuguesa nos da mejor Albariño, o vamos a tener una parcela más interesante y un clon antiguo de la variedad, no vamos a limitarnos. Eso nos hace mucho más eficientes y libres".
De nuevo regresamos a la libertad, ese poderosa condición que ha regido el destino de la Raya desde hace siglos... y que, según Frederico Machado y Ricardo Alves, de Arribas Wine Company, sigue (y seguirá) haciéndolo: "Es una imagen muy bonita, el camino a la libertad. Y creo que es una metáfora increíble que sigue válida hoy. La Raya hace que todos seamos más libres de esas ideas preconcebidas del pasado. Sí, es un camino a la libertad".