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Territorios (casi) invisibles en la pugna por el foco

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  • Mara Sánchez, Foto: David G. Coca / Pintan Copas
  • 2025-02-06 00:00:00

O al menos se podría decir discretos, no tanto por voluntad propia como porque no son los más habituales entre el consumidor de vinos, porque tampoco los caracteriza un gran tamaño. Lo que tienen a su favor son diversos valores diferenciales en los que reside su atractivo, sin olvidar una historia vinícola como territorio, más o menos extensa, pero que los avala y ayuda a reforzar su argumentario en unos mercados cada vez más duros por competitivos. Por eso son zonas que tienen el mérito que les proporciona el hecho de competir dentro de sus comunidades autónomas con denominaciones de origen de enjundia, potentes, que disfrutan de prestigio e incuestionable posicionamiento. Una situación que añade valía al trabajo que realizan por el tamaño del reto que enfrentan.


A l mismo tiempo que se ven favorecidos por la curiosidad que identifica al nuevo consumidor, los datos reales de consumo soplan a la contra, porque cuando la demanda flojea son los territorios conocidos los beneficiados por eso de ser considerados valor refugio. Pero es también cierto que el relevo generacional en lo que a tomar vinos respecta sí está beneficiando a este tipo de territorios. Zonas pequeñas, poco o nada mediáticas, con pasado vinícola pero no conocido pero que han ido ganando eco desde la singularidad, lo que les aporta identidad y las distingue del resto. Y son estas pequeñas (y grandes) cosas en las que pone el foco y valora ese nuevo consumidor. Un público que en paralelo se muestra bastante reacio, en algunos casos hasta el escepticismo, a las zonas vinícolas más tradicionales y populares, esas reivindicadas por sus mayores.
Más allá de la importancia que tienen los consumidores, lo cierto es que también ellos, al igual que las bodegas y cualquiera de los territorios vitícolas del país, se enfrentan a una oferta inabarcable de vinos que no termina en las elaboraciones nacionales. Porque la competencia es ya internacional, los elaboradores compiten con sus homólogos mundiales y el público puede adquirir lo que quiera, de donde le apetezca, en cualquier momento sin moverse del sillón. Y este escenario es el mismo en el que tiene que desenvolverse todo el vino español, ya proceda de la denominación más potente y afamada que del territorio vinícola más reducido.
De vuelta a España, la realidad tampoco es poca cosa. Frente a unos datos de consumo per cápita que no logran aumentar, sino que más bien están a la baja, contamos con más de un centenar de indicaciones geográficas (entre Denominaciones de Origen y Vinos de la Tierra), a las que se suman decenas de bodegas que elaboran vinos ajenas a indicación geográfica de cualquier índole, y unos y otros no dejan de lanzar referencias al mercado porque la producción no para de aumentar. Pero, con todo, ante una oferta sin parangón hace no tantos años, la presencia y fuerza sigue siendo de los cuatro territorios populares por todos conocidos (Rioja, Ribera del Duero, Rueda y Rías Baixas). Las identificadas como las erres del vino y que, a pesar del músculo del que pueden presumir, ya también están sufriendo esa enorme competencia al tiempo que la caída del consumo y, en paralelo a esto, la aparición de un nuevo consumidor que no tiene nada de fiel a la hora de beber vino.   

La infidelidad, una buena oportunidad
Es aquí, es esa falta de fidelidad, donde los territorios más pequeños tienen su oportunidad de conquista. Porque es la curiosidad, el deseo de conocer, probar, descubrir, lo que mueve a ese nuevo consumidor –por lo general iniciado y por eso mismo receptivo– a ir más allá de lo que le proponen mercados y lineales, a dar una oportunidad a cualquier territorio, y en especial a esas zonas de característica singularidad. La vallisoletana Cigales, Uclés (Cuenca), Sierra de Salamanca o la murciana Bullas se encuentran entre ellas –aunque son bastantes más en el país–, porque además las cuatro tienen su propio recorrido vitivinícola en el tiempo, si bien su visibilidad es hasta la fecha menor de lo que querrían, aunque en algún caso ya se esté produciendo un destacable acelerón.
Lo reseñable, en cualquier caso, es que para ese aficionado interesado hay muchísima vida vinícola más allá de la que acontece en las zonas más famosas (siempre valor refugio), y van en aumento esos más pequeños territorios que están alcanzando cierto eco como dignos competidores desde la singularidad y con calidad, que tampoco les falta.
Claro que el tamaño que tenga la denominación es también determinante, pues a más bodegas más recursos en todos los sentidos y para las más diversas acciones de promoción. Aunque a esto es necesario añadir que, por lo general, estos territorios no disponen de grandes producciones en lo que a cantidad se refiere, con lo que al final sus mercados se suelen limitar al ámbito regional, e incluso en algunos casos tan solo al local. Luego, son diversas las bodegas que a título particular, al margen de las denominaciones correspondientes, cuentan con una buena distribución y logran hacerse presentes más allá del territorio cercano. Pero no solo el líquido, actualmente también es importante la filosofía de elaboración, el mensaje que se transmite desde la botella y este es sin duda otro de los caminos por los que transitan esas zonas que buscan visibilidad y espacio.   

Sostenibilidad, valor al alza
Los dominios de la Denominación manchega Uclés se extienden entre las provincias de Cuenca y Toledo, si bien la mayor parte de sus viñas están en el pueblo conquense de Tarancón. Es una de las denominaciones más jóvenes de España –nació en el año 2006– y consta tan solo de cinco bodegas, de las que únicamente tres embotellan, como nos recuerda Lola Núñez, directora-gerente de la D.O.P. Uclés. En lo que a la viña respecta, alberga un amplio repertorio de variedades nacionales con las más populares francesas, aunque es la Cencibel (el nombre de su Tempranillo) la que se impone entre las tintas. Disfruta de un clima continental, con no demasiadas lluvias al año y donde los periodos secos caracterizan la época estival, lo que influye en la viña y se refleja en sus vinos. Junto a esto, desde un primer momento es un territorio comprometido con la sostenibilidad ambiental, social y económica, lo que incluye además la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, por lo que la optimización de los recursos se ha convertido en eje central de su estrategia empresarial, lo que se traduce, explica Núñez, en una "concienciación con el entorno, un trabajo responsable y la formación continua en materia de calidad y medio ambiente, bases para llegar a ser unas bodegas pioneras en cuanto a la sostenibilidad, compromiso cualitativo y medioambiental y competitividad en el sector". En este sentido vale la pena recordar que Uclés fue en 2013 la primera Denominación que medía la huella de carbono en su totalidad. Y, a día de hoy, las tres bodegas que embotellan en el territorio –Bodegas y Viñedos Fontana, Finca La Estacada y Bodega Soledad– cumplen con los requisitos de la certificación Sustainable Wineries for Climate Protection (SwfCP), orientada a la mejora continua y a la sostenibilidad de las bodegas. Esas tres elaboradoras formaron parte del grupo de ocho bodegas españolas que en 2016 obtuvieron las primeras certificaciones, un sello que desde entonces han seguido renovando cada dos años.
En sintonía con esto, desde la Denominación se vienen celebrando cada año unas Jornadas Técnicas de Divulgación centradas en la difusión y comunicación de estas actuaciones en pro de la sostenibilidad en el sector del vino: "Se trata de una formación técnica desde el lugar en el que vivimos y, dado el interés que ha ido generando en estos diez años, demuestra que si haces algo que merece la pena, a la gente le llega". Y esto para Lola Núñez es una herramienta muy útil para encontrar como territorio un hueco en el mercado, entre los consumidores y frente a la competencia. Porque ella refiere la sostenibilidad como un valor añadido real. Luego, de cara a las ventas, asegura que no tienen queja de cómo trata el mercado a los vinos de Uclés, "teniendo en cuenta que tenemos un porcentaje muy importante de ventas en exportación".   

Cada cual, con sus fortalezas
Cigales con sus rosados es una de las denominaciones castellanoleonesas que han conseguido hacerse un hueco a pesar del peso y relevancia que tienen las otras denominaciones más famosas de la región (Ribera del Duero y Rueda). Con el añadido de que, en los últimos años, los vinos rosados han ido ganando el foco de una manera considerable y esto ha supuesto un empuje incuestionable para Cigales y sus elaboraciones.
Raúl Escudero, gerente de la Denominación, cree que su valor diferencial lo aportan el clima, los suelos en los que están las viñas y el alto porcentaje de viñedos viejos que tienen. Y es que si bien la D.O.P. Cigales nacía oficialmente en 1991, sus raíces vinícolas viajan hasta el siglo X cuando, aseguran, ya había gente que tenía plantas en distintos municipios de la comarca. De ahí que Escudero también refiera la tradición vinícola de esta zona, que ha sido transmitida de padres a hijos y que, sin duda, aporta valor al producto. "Con todo, el mercado no nos trata tan bien como nos gustaría, en lo que a venta se refiere, aunque somos conscientes de que cuando nos prueban les gusta, por lo que nuestra  pelea es la fidelización de los clientes. Por eso nuestro futuro más inmediato pasa por la elaboración de vinos elegantes, fáciles de beber, frescos, con menor graduación alcohólica, para llegar a los nuevos consumidores", concluye Escudero. Y para ello, considera determinante fomentar la comunicación y el marketing en torno a "un mensaje que ponga en valor las bondades de nuestro territorio y nuestros vinos".
Pero sin duda son los rosados, en este momento, los que mejor pueden tirar de este carro, dado el interés que hay en el mercado por este tipo de elaboraciones. Una realidad de la que son tan conscientes que hace cinco años llevó al propio Consejo Regulador a modificar la normativa relativa a las características técnicas de estos vinos ampliando la gama cromática admitida y que a día de hoy abarca desde el rosa más pálido hasta los colores fresa más potentes que antaño eran el emblema de la Denominación.   

La singularidad del paisaje
Desde la D.O.P. Sierra de Salamanca, Miquel Udina –actual presidente además de uno de los socios de Viñas Serranas– señala entre las fortalezas de su territorio el bajo grado alcohólico de los vinos, una clara tendencia en el consumo de hoy. "A pesar de lo complicado del panorama general para una zona como la nuestra, creo que estamos en un buen momento porque se valoran los vinos auténticos, con personalidad, de variedades distintas y que resulten ligeros, agradables y elegantes, que es justamente el perfil que da nuestro terruño". Es por esta razón que no le preocupa tanto la caída de la demanda como el cambio climático, "porque este sí puede afectar de forma drástica y a largo plazo al cultivo de la vid. El consumo espero que se recupere, siempre hay tendencias, pero el vino lleva con nosotros muchísimo tiempo y así seguirá siendo".   
La Sierra de Salamanca es un escenario único definido por la naturaleza que le da forma al tiempo que lo limita. Reconocida como Reserva de la Biosfera por la Unesco, en ella se dan cita una frondosa y exuberante vegetación y un paisaje abrupto, montañoso, con formaciones graníticas, en un espacio de reducidas dimensiones a causa de esas características físicas y climáticas. Al sur de Salamanca, limitando con las Hurdes cacereñas y en pleno Parque Natural de las Batuecas, las viñas se localizan en suelos diversos (si bien abundan el granito y la pizarra), con orientaciones y altitudes diversas, pues van desde los 400 hasta los 1.000 metros de altitud, y gran parte de ellos en bancales a causa de esa particular orografía que la define. Sin olvidar que en torno al 80% son cepas de más de 50 años, y un 50% incluso supera los 80.
La historia vitícola de esta zona serrana se remonta a la época romana, si bien la expansión llega en el siglo XIX, cuando las exportaciones a Francia hacen de la viña uno de sus pilares económicos, aunque con el abandono del campo y la despoblación todo pasó al olvido hasta comienzos de este siglo. Es entonces cuando arranca una segunda vida vitivinícola para este territorio que tiene su punto de inflexión en 2010 con el reconocimiento como Denominación de Origen y que a día de hoy conforman 17 bodegas, un número que en estos 14 años no ha dejado de aumentar.
Ese paisaje que define el territorio es el que reflejan sus vinos, por lo que son elaboraciones con identidad, tipicidad, que pueden gustar o no, pero sí reproducen ese lugar en el que nacen. Y la diferencia que confiere el origen es la mejor carta de presentación y herramienta de venta...
Un plus al que añaden variedades autóctonas con tanta personalidad como la Rufete –expresiva, aromática, tánica–, la tinta dominante en el viñedo, y la Rufete Serrano Blanco –de alta acidez y cierta carga tánica, por eso idónea para blancos de guarda–, una uva propia autorizada desde la cosecha 2020. "Particularidades todas que contribuyen al valor diferencial de la Sierra de Salamanca, un territorio maravilloso y único", dice con pasión su presidente, Miquel Udina, que no duda en añadir que son pocas las zonas en las que se conjugan tantos factores diferenciales: "Tenemos variedades locales en viñedos centenarios plantados en bancales de muy diversa localización, y esto hace que nuestros vinos tengan mucho carácter y personalidad, sin olvidar que estamos en un paisaje de alto valor ecológico y paisajístico".
Durante la conversación, además, Udina adelanta que en este momento tienen en estudio una nueva variedad blanca autóctona, la Piñonera, "con bajo grado, buena acidez y de ciclo largo", y confían en que no tarde tanto tiempo como la Rufete Serrano Blanco en ser aprobado su uso. "Creo que puede ir muy bien para combinar con la Rufete porque tiene más estructura", opina.
Lo cierto es que esta Denominación ha protagonizado una reseñable renovación en la última década a pesar de su pequeño tamaño y la limitada producción (unas 300.000 botellas anuales). Un cambio de estilo que los mercados, poco a poco, van reconociendo con las ventas. "Podemos estar muy contentos. Estamos creciendo bastante en los últimos años, tanto en número de bodegas inscritas como en tirillas emitidas. El perfil de nuestros vinos ha funcionado muy bien en la exportación, supone más de la mitad en volumen de ventas. El cambio de estilo que busca hoy el consumidor nacional nos beneficiará, dado que está orientándose a los vinos que se llevan comprando hace tiempo en mercados internacionales como Estados Unidos, Australia o el norte de Europa. Luego, en lo que respecta al consumo local, estamos muy agradecidos con la hostelería serrana porque ha apostado decididamente por nosotros casi desde el primer momento. La asignatura pendiente es Salamanca capital, donde tenemos presencia en bastantes locales, sobre todo los de mayor nivel, pero aún nos falta darnos a conocer más porque queremos que el salmantino nos tenga en cuenta entre sus vinos de diario", concluye Udina con la confianza puesta en que lo lograrán más pronto que tarde gracias al intenso trabajo que están realizando.   

El reto del vecindario (mediático)
Aunque el imaginario colectivo, en lo que al vino se refiere, tiene la tinta Monastrell asociada a Jumilla como su autóctona principal, es igual de importante y protagonista en su vecina D.O.P. Bullas. Con influencia exclusiva sobre pueblos murcianos, los viñedos de Bullas se localizan a una altitud entre los 600 y los 900 metros sobre suelos por lo general pobres en materia orgánica y un territorio que soporta un clima menos cálido que el resto de regiones murcianas. Esta Denominación echaba a andar oficialmente en 1994 y en la actualidad son tan solo 13 las bodegas productoras que la componen. Hay que recordar también que la mayor bodega de Bullas fue la cooperativa, nacida a mediados del siglo pasado y que acaparaba el 85% de la producción del territorio, pues sus vinos se vendían a granel tanto a otros territorios como fuera de nuestras fronteras para dar color y grado a vinos a priori más delgados.
De cualquier modo, la cantidad de bodegas tradicionales que aún se conservan, tanto en el campo como en las zonas urbanas, puede dar idea de la intensa producción de vino que tuvo Bullas en otras épocas. Bodegas concentradas en casi todas las casas del casco antiguo, algunas con más de 300 años de antigüedad. Pero también aquí la extensión de los viñedos y la generalización del consumo llegaría en la época romana –como atestiguan elementos arqueológicos encontrados en diferentes yacimientos–, aunque es desde el siglo XVI cuando la plantación de viña se extiende por todo el territorio que hoy abarca la Denominación convirtiendo esta zona en una tierra vinatera. Referencias históricas que avalan el pasado de esta zona como productora, si bien por entonces era para un consumo más bien local y regional, como sucedía en el resto de lugares del país. Pero, a día de hoy, Francisco Carreño Sandoval, presidente de la Denominación, destaca los argumentos con los que cuentan para llegar al consumidor. "Hay varios, pero creo que el que más recorrido puede tener a medio plazo es conocer nuestra variedad Monastrell. Nos hemos unido cinco denominaciones que tenemos Monastrell para fomentar estos vinos en el mercado nacional e internacional. La asociación es Monastrell España y reúne a Jumilla, Alicante, Yecla, Almansa y Bullas. Junto a esto, otro valor diferencial reside en nuestro viñedo por la altura y el paisaje montañoso que lo rodea".
Pero si bien en Bullas sus monastrelles tienen la particularidad que les imprimen tanto la ubicación como las condiciones climáticas en las que crecen, empezando por una menor madurez a causa de un clima menos caluroso, hasta la fecha ha sido Jumilla la que se ha apropiado de la variedad y el discurso. Y ambas cosas son importantes, pero la D.O.P. Jumilla ha ganado un posicionamiento que se va fortaleciendo cada año restando foco a sus vecinos. No es cuestión de culpas, es tan solo reflejar una realidad que resulta incuestionable y en la que la competencia es desproporcionada. Pero es un hecho con el que se enfrenta Bullas, al igual que otras tantas denominaciones pequeñas en otras comunidades en las que conviven con otras de mayor tamaño, más pulmón económico y por ende con bastante más capacidad para tener presencia mediática y tirón comercial. Dicho esto, Carreño Sandoval, como máximo representante de Bullas, se muestra satisfecho con la respuesta de consumidor, que es "muy buena cuando conoce nuestros vinos de calidad y comprueba que son diferentes".