- Antonio Candelas
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- 2020-11-04 00:00:00
El paisaje de Rioja Alavesa es infinito. Inagotables terrazas orientadas al capricho de los portentosos movimientos geológicos, suelos diversos que somenten a la viña al mismo tiempo que la miman bajo un precioso equilibrio que nunca se quiebra, que evoluciona, que emociona. Lo hemos comprobado en Bodegas Amaren.
Bodegas Amaren ha sabido interpretar con exquisita pulcritud el carácter de unas viñas escasas que campan austeras pero valientes por la Rioja más pintoresca, quizás la más bella, la Alavesa. Se ha logrado, con profundo respeto, plasmar en los vinos cualquier matiz que el entorno ha grabado sobre ellas con la delicadeza de no intervenir sobre su esencia y con la sabiduría de permitir que sean esas pequeñas parcelas las que hablen del paisaje que llevan viendo durante tantas décadas.
Estos tres vinos forman parte de la colección de riojas calificados como Viñedos Singulares. Una mención de calidad con la que la D.O.Ca. Rioja busca reconocer aquellos vinos que trasladen al consumidor algo tan interesante como las particularidades de un terreno marcado por unas condiciones muy concretas. Con este formanto de cata horizontal indagamos sobre las cualidades de esas ubicaciones manteniendo fija una añada tan complicada como la 2017, un año con escasas precipitaciones y muy cálido desde el comienzo del ciclo de la cepa que hizo que los primeros brotes se desarrollaran precozmente hasta ser frenados en seco por una helada en los últimos días del mes de abril. Un año complicado en el que se tuvo que trabajar duro aunque el mes de septiembre ayudara a que la planta pudiera acabar de madurar su fruto.
Estamos ante uno de los ejercicios más esclarecedores que se pueden hacer para descubrir las enormes diferencias entre un enclave de la viña y otro que acabarán trasladándose al vino. Os aseguro que en ningún caso os dejará indiferentes.
Carraquintana 2017
Leza (Álava)
Altitud: 570 metros
Superficie: 1,33 hectáreas
Año de plantación: 1930, 1940, 1962
La edad de las cepas, las tres pequeñas parcelas que conforman esta viña con diferentes orientaciones y una proporción de Malvasía que acompaña al Tempranillo confieren a este vino la singularidad basada en una delicadeza floral que se percibe en nariz y que abre la puerta a otros matices de monte, frutos silvestres y balsámicos. Tanta finura en sus formas deja al descubierto unos apuntes minerales extraordinarios. En boca es completamente arrebatador. Comienza sedoso, envolvente y se desarrolla con una estructura muy consistente que dota a la elaboración de empaque y carácter. Esto, unido a ese perfil elegante con el que los matices van surgiendo en su largo posgusto, hace de él un vino inimitable. Todos los factores que dan sentido vinícola al entorno del viñedo son engranajes que encajan con armonía y precisión para conseguir esa dualidad de sensaciones.
El Cristo de Samaniego 2017
Samaniego (Álava)
Altitud: 625 metros
Superficie: 1,86 hectáreas
Año de plantación: 1980
Esta parcela divida en tres terrazas fue el primer viñedo plantado a semejante altitud, quizá como anticipo a los que vendrían unos años después, convirtiéndose en casi una obsesión de los elaboradores: encontrar ubicaciones que favorecieran la frescura en los vinos. El Tempranillo manda en el vino, pero hay una participación de Viura, Garnacha y Malvasía que sin duda marcan su personalidad. La composición arcilloso-calcárea del suelo traslada una sensación de terruño al vino que adorna con originalidad el esqueleto frutal. Su profundidad queda arropada por la mesura de la crianza. En el paladar, destaca por su frescura y por la firmeza y carnosidad del tanino. En todo el recorrido se mantiene la tensión y deja al final recuerdos florales muy sugerentes. La dureza de su entorno, que linda con el bosque de la Sierra de Cantabria, queda contrastada en el perfil fresco, austero y longevo del vino.
Viña Chelus 2017
Samaniego (Álava)
Altitud: 525 metros
Superficie: 1,15 hectáreas
Año de plantación: 1920, 1945, 1950, 1972
Aquí la viña vuelve a ser de una edad considerable y eso irá en favor de que el fruto sea más escaso y concentrado. Si sumamos a la ecuación una orientación que tiende hacia el sur, nos encontraremos con el vino más potente de los tres. De nuevo la Tempranillo es la protagonista y, aunque hay alguna pincelada de Graciano y Garnacha, la Viura y Malvasía son sus acompañantes mayoritarias. Sus aromas destilan raza y poderío, con los de fruta negra y tinta inundando la copa mientras van apareciendo detalles de tierra húmeda, finos ahumados y refrescantes toques balsámicos. En boca adquiere una dimensión donde la exuberancia llega a todos los rincones del paladar dejando una gustosa sensación golosa que cobra sentido gracias a una precisa acidez que acude para sostener todos los matices. La persistencia es admirable y nos lleva a un final con recuerdos de fruta negra en licor.