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Arribes del Duero, paisaje, viña y vida

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  • Antonio Candelas
  • 2024-05-01 00:00:00

Los Arribes del Duero es el único territorio capaz de torcer con singular belleza el cauce de un río tan poderoso como este. Es como si, en esta zona fronteriza entre España y Portugal, la tierra se esforzara especialmente en tornearlo para crear uno de los lugares de vino más singulares de la Península. 


La principal causa de que el majestuoso Duero se doble con semejante plasticidad se centra en la naturaleza geológica del entorno, que se convierte en la arquitecta silenciosa de un paisaje grandioso y sobrecogedor. Aquí, las rocas cuentan la historia de milenios de transformación, de la implacable acción del tiempo y la fuerza incontenible del agua. Las paredes de granito se erigen como testigos mudos de un pasado remoto donde la tierra misma ha sido moldeada con determinación.
La Denominación de Origen Arribes del Duero se caracteriza por una compleja geología, donde la presencia de granito, pizarra y cuarcita confiere al paisaje una riqueza y diversidad sin igual. Estas formaciones rocosas, talladas por la erosión durante millones de años, crean un laberinto de cañones y gargantas que sorprenden al viajero con su imponencia y su belleza.
El río Duero, con su caudaloso fluir, ha esculpido estas rocas con paciencia y perseverancia, creando un sistema de terrazas y bancos de sedimentos que albergan los viñedos con una generosidad única. Las viñas se aferran a la tierra con raíces profundas, encontrando en los suelos pedregosos y pobres el hábitat perfecto para desarrollarse y dar fruto.


Patrimonio único en el mundo
Para enfocar con acierto la foto vitícola actual de esta denominación de origen hay que prestar atención no solo al capricho de la geología durante milenios, sino al desarrollo de la actividad durante las últimas décadas y, cómo no, a las características climáticas y culturales de su viticultura. Visto con perspectiva, el daño que en su momento pudo generar el hecho de que la zona quedara fuera de la influencia del diseño radial de las principales vías de comunicación y el abandono rural debido a la industrialización de las ciudades, hoy se puede ver con cierto optimismo. Mientras durante el desarrollismo vitivinícola de los años setenta muchos viñedos tendieron a la estandarización, ese abandono vitícola de los Arribes dejó latente un patrimonio que hoy es una auténtica joya en proceso de recuperación. Si bien es cierto que en aquellos años solo en la zona de Fermoselle contaba con unas 3.000 hectáreas y hoy, en el conjunto de la Denominación de Origen, apenas se contabilizan 300 hectáreas, la variabilidad genética y varietal es extraordinaria.
Thyge Benned, más conocido como Chus, es el actual presidente de la Denominación de Origen Arribes del Duero y propietario de Bodegas Frontío. Este danés afincado en Fermoselle (Zamora), donde tiene la bodega, vio en los Arribes la posibilidad de desarrollar el extraordinario potencial de una zona por descubrir a nivel varietal y paisajístico. "La maduración tardía de la zona, las diferencias microclimáticas que encontramos por la multitud de orientaciones y altitudes (entre 400 y 800 metros) y las variedades minoritarias hacen de estas 300 hectáreas un patrimonio único en el mundo", nos cuenta Chus con orgullo. Y es que de las 49 variedades minoritarias reconocidas en Castilla y León, Arribes cuenta con 16. Esto nos da una idea de la inmensa riqueza a la que los elaboradores de la zona pueden echar mano para crear sus vinos con la singularidad como principal seña de identidad.
Podríamos pensar que toda esa variabilidad de la que presume Chus no facilita la definición de un estilo propio de la zona para que pueda ser identificada por el consumidor, pero esta cuestión no le preocupa en absoluto. "La interpretación que pueda hacer de la zona a través de mis vinos no tiene por qué parecerse a los de otros proyectos. Ahí radica el valor de esta zona. No son ni mejores ni peores, son diferentes".
José Manuel Beneitez y Liliana Fernández están al frente de El Hato y el Garabato, un proyecto familiar ubicado en Formariz (Zamora) con el que disfrutan enseñando a través de sus vinos no solo esta diversidad de la que hemos hablado, sino una forma de elaborar muy concreta que quieren reivindicar. "Aquí todo es minoritario, incluso la variedad Juan García, siendo la más abundante de la zona. La singularidad y oportunidad que nos brinda esta cualidad es lo que intentamos aprovechar para posicionarnos en este mundo tan atomizado", reflexiona José Manuel. Para que nos hagamos una idea, de las 300 hectáreas aproximadas de toda la Denominación de Origen, casi la mitad son de Juan García.
Este matrimonio completamente volcado con la zona entiende que la elaboración de vinos monovarietales es sumamente interesante e incluso divertida, como nos confiesa José Manuel, porque de esta forma se conoce cada variedad por sí sola y porque la estructura del viñedo no ha permitido que nunca se elabore así. Sin embargo, la personalidad de la viña vieja de los Arribes del Duero está en la mezcla de variedades que se encuentra en aquellas viñas remotas. "Elaborar según la mezcla que el viticultor de la época plantó en su momento nos plantea un estilo de vino muy concreto de la zona. Es más, es muy interesante observar cómo en cada pueblo de los Arribes la fórmula de esa mezcla varía".
Al igual que Chus, José Manuel entiende los Arribes como una zona vitícola en la que la maduración de la uva no tiene que estar relacionada con el grado alcohólico. "La variedad Juan García es de piel muy delicada. Una uva muy madura marca un perfil diferente de como nos gusta que se exprese. Es por esto por lo que estamos en torno a los 12% de alcohol", explica José Manuel con su pedagogía natural. Esta forma de entender la viticultura –junto con la gama de variedades minoritarias de ciclo largo como el Tinto Jeromo, Mandón o Gajo Arroba y otras como la Puesta en Cruz o Bruñal, que garantiza una buena acidez– da lugar a vinos singulares en los que en aromas podríamos ubicarlos en un perfil más mediterráneo y, sin embargo, en boca –debido a su moderado grado y frescura natural– expresan el lado más atlántico.
Las oportunidades de esta tierra son enormes, y los elaboradores de prestigio lo saben. Así hemos visto cómo en los últimos años se han interesado en la zona referentes en la elaboración de vinos como Raúl Pérez. Para ello cuenta con la colaboración de José Manuel y Liliana y las instalaciones de su proyecto. Empezaron en 2021 con un vino parcelario y hoy ya son tres las referencias. Se trata de tres vinos de parcela de pueblos diferentes pertenecientes a la parte zamorana de la D.O. (Badilla, Fermoselle y Cibanal) en los que se intenta plasmar la impronta de los suelos (pizarra, granito y arcillas) y esa mezcla de variedades en campo que, aunque predomina la Juan García, siempre difiere entre unos municipios y otros. "Es un proyecto interesante por dos motivos: uno, porque son vinos con identidad de municipio; y otro, porque prestar atención al suelo es definitivo porque marca la estructura tánica del vino", explica José Manuel.
Pero no queda aquí el interés de los grandes elaboradores por los Arribes del Duero. Antony Terryn, ideólogo y creador del reconocido proyecto Dominio del Bendito en Toro, se ha asociado con el propio José Manuel para crear Tierra Prometida, un vino de una parcela de suelo granítico con cuarzo ubicada en Fermoselle. Elaborado con Bruñal, Juan García, Garnacha y una pizca de Syrah, la 2022 es la segunda añada y la intención de ambos es la de ver crecer el vino con el paso de los años. Como veréis, la D.O. Arribes del Duero es tan pequeña como apasionante y repleta de oportunidades que sus bodegas están sabiendo materializar.

El encanto del Duero
La zona vitícolamente hablando es apasionante, pero algo tendrá que hasta el río Duero gira y gira como si no quisiera abandonar aquella tierra. Y es que los Arribes es un lugar de vinos, pero también de unos paisajes que cortan la respiración, de una artesanía sacada de otro tiempo y unos escenarios que han servido a películas míticas. Todo ello acompañado de la gastronomía local, que siempre supone un aliciente al visitante y unos alojamientos a la altura de semejante experiencia.
Liliana Fernández, además de estar al pie del cañón de la bodega El Hato y el Garabato, es gerente de la Ruta del Vino de Arribes. Cuando le preguntamos sobre qué hace especial a este lugar, nos cuenta con un entusiasmo que es difícil de explicar en pocas palabras porque, aunque suene a tópico, hay que ir para comprobarlo. Aquí el vino elaborado a partir de un costoso concepto minifundista casi se convierte en una excusa para vivir tanta cultura, paisaje y talento que lo rodea. "Cuando llegas a los Arribes tienes la sensación de que estás descubriendo por primera vez una zona". Quizá estas palabras de Liliana definen muy bien lo que se siente al llegar a un lugar tan especial.
Enclavada entre pendientes escarpadas a lo largo de los ríos Duero y Tormes, la Ruta del Vino Arribes emerge como un santuario natural, con su propio bullicio, que nada tiene que ver con el de la perturbadora ciudad. Allí, en los confines de Castilla y León, de tal manera que al alzar la vista nos topamos con el país vecino, este remanso de paz cuenta con innumerables cañones y cascadas que han florecido en un microclima propicio para el cultivo de viñedos, desafiando la monotonía de la penillanura circundante. Algo importante a tener en cuenta cuando visitamos lugares tan hermosos es disponer de espacios en los que poder gozar de las panorámicas con un acceso fácil. La Ruta del Vino de Arribes ha trabajado para habilitar hasta 60 miradores accesibles para que nuestra retina capte hasta el más mínimo detalle y lo incorpore a nuestro particular álbum de la vida.
El Parque Natural Arribes del Duero y la Reserva de la Biosfera Meseta Ibérica han abrazado este tesoro natural otorgándole una doble protección por su riqueza medioambiental incomparable. Su bella orografía guarda una flora exuberante de tonalidades mediterráneas, hogar de especies protegidas de gran valor, así como una variada fauna de mamíferos y reptiles.
La artesanía en la zona es una actividad clave a nivel de desarrollo económico, pero también social y cultural. La Ruta del Vino Arribes, sabedora de su valor, cuenta entre sus socios con un buen número de artesanos que ofrecen una diversidad de la región completamente enriquecedora, desde su arquitectura hasta su gastronomía, pasando por su cultura e historia. Estos pequeños productores, verdaderos guardianes del legado local, destacan por su trabajo en la promoción de productos y recursos autóctonos como la vid, el olivo, el queso y los embutidos, entre otros manjares que deleitan los sentidos, como la miel o las mermeladas. Este turismo agroalimentario es digno de experimentar porque nos cuenta otra forma de entender la vida y de cómo ganársela de la mano de un entorno que cuenta con el ser humano para sobrevivir. Un equilibrio maravilloso que, por desgracia, no suele verse en otros lugares.
Entre tanta naturaleza y artesanía parece que no hay lugar para la ingeniería y otros tipos de intervenciones del hombre en el paisaje, pero poder disfrutar de una de las obras de ingeniería hidroeléctrica más impresionantes es otra muestra de ese equilibrio entre la naturaleza y el hombre. Nos referimos al Salto de Aldeadávila de unos 140 metros de altura encajado sobre una vertiginosa garganta del Duero que supone una de las construcciones más importantes en cuanto a generación de energía hidroeléctrica de nuestro país. Pero resulta que además fue escenario de la oscarizada cinta Doctor Zhivago de David Lean.
No queríamos terminar sin mencionar otras actividades de igual interés en la zona aprovechando esos giros inesperados del Duero que nos brindan rutas de senderismo y cruceros fluviales deliciosos o los talleres de alfarería y catas de aceite de oliva que se convierten en una gran oportunidad para sumergirse en la riqueza cultural y gastronómica de la región. Ya sea disfrutando de la rica cocina típica que cuenta con la influencia de la vecina Portugal o relajándose en encantadoras casas rurales. Como podéis observar las opciones son infinitas y la visita promete una experiencia inolvidable.
El entorno de los Arribes del Duero es mucho más que paisaje y vino, son un símbolo de la fuerza y la resistencia de la naturaleza, un recordatorio de la fragilidad y la grandeza del ser humano frente a la inmensidad del mundo y de su ensordecedor ruido. En aquel rincón fronterizo en el que el Duero remolonea como si no quisiera avanzar a base de retorcerse, cada terraza, cada viña, esconde una historia de lucha y perseverancia que ha ido ganando terreno a la indiferencia. Una historia que se entrelaza con la del río y la de la tierra, creando un vínculo indisoluble entre el hombre y su entorno.

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