- Redacción
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- 2002-09-01 00:00:00
Con unas 500 referencias de partida en vinos, Javier Loya del Río ya comienza a dominar todos los secretos de El Real Balneario, un restaurante situado en Salinas (Asturias) en un lugar privilegiado, con el Museo De Cousteau al fondo. Ya solo el lugar se merece una visita.
Pero no constituye, en modo alguno, éste su único atractivo. La sutileza de su cocina está alcanzando unos grados muy altos en su expresión, tanto de contenido como de forma, sin olvidarse de las exquisiteces gastronómicas naturales que nos depara esta privilegiada tierra.
Y es que ya Miguel, su padre, San Félix, su abuelo (presente ya en Casa Mingo), y su abuela María en la sombra, pero siempre controlando, han atesorado un caudal incomparable de sabiduría culinaria que se refleja en los más mínimos detalles, tanto en la degustación como en el servicio. El número de comensales habla a las claras de esta vieja y remozada sabiduría del buen hacer que acumula esta saga.
Y aquí se encuentra Javier que, al decir de su madre, es una suerte de psicópata del vino, porque una voracidad sin límites inunda su conversación cuando de vinos se trata. Atento a la menor novedad, cuida y mima la bodega y, a veces, desespera a su padre cuando las facturas de pedidos de vino llegan inmisericordes.
Pero así es, y así debería ser siempre. Olfatear lo que se tiene y otear lo que viene. Única manera de convertirse, como lo es él, en un punto de referencia para sus clientes. Ya son muchos fieles los que le siguen, que no piden sino que se dejan aconsejar. En su restaurante, según nos dice, vinos como Marqués de Vargas (reserva), Artadi (Viñas de Gain), Roda I, que coinciden, por otra parte, con sus gustos, son los más demandados.
En güisquis, 250 referencias dan para todos los gustos, aparte de poseer unas cuantas añadas especiales; con 10 cognacs y 20 brandies, muchos de ellos nada comunes, ya podemos permitirnos un verdadero festival del gusto.
Una labor de Javier, en cuanto a las bebidas se refiere, que cuesta, sobre todo mentalmente, mantener. La renovación de la bodega es constante; ojo, y paladar vigilantes día a día. Y, al final, tratar del adecuado emparejamiento de platos y bebidas. Y al ser los primeros de suma elegancia degustativa, es necesario mantener esa pulsión permanente entre comida y bebida, un matrimonio en el que no predomine ninguno de los dos: una pareja que necesariamente ha de ser bien avenida.
SUS VINOS PREFERIDOS:
En general, vinos modernos.
Roda I (94-95). Mauro Vendimia, selección ‘95. Marqués de Vargas (colección privada) ‘95. Ribas de Cabrera ‘98. La Calma ‘98.