- Redacción
- •
- 2009-09-01 00:00:00
T raspasar la puerta de la vinoteca-restaurante es adentrarse en la cueva del tesoro de Alí Babá, un lugar donde, si hubiera guerra, a cualquiera le gustaría que le pillara allí. Un espacio generoso, distribuido en tres alturas, en salones y confortables salas de cata, donde las botellas no dejan un mínimo espacio libre, donde el cuerno de la abundancia ha depositado 18.000 botellas seleccionadas con capricho de bebedor más que de comerciante por su propietario, José Manuel Fernández. Su vocación se ha convertido casi en vicio, aunque nació en la madurez. De hecho fue carnicero hasta los 34 años, cuando el azar lo llevó a la hostelería y la barra, a ir probando vinos que le sugerían los clientes, como su amigo, el seleccionador nacional de fútbol, Del Bosque. El descubrimiento cambió su vida hasta el punto de que hoy firma con su huella dactilar sus propios vinos, DA (Dominio de Antargü). El primero lo seleccionó entre los de Mariano García y el actual, entre las nuevas experiencias de Jesús Jiménez en Finca Los Nevados: Syrah y Cabernet Sauvignon criados en dos robles. La vinoteca nació como restaurante, sin duda el más cuidado y espectacular en una zona en auge de Madrid, donde se va afianzando una vida y movimiento cultural y contracultural: el museo Reina Sofía, La Casa Encendida, el Price... Sin embargo, después de dos años de tesón y paciencia, José Manuel ha cedido a los usos del vecindario y, desde septiembre, el lujoso restaurante, los discretos reservados, los confortables sillones para prolongar la sobremesa añaden el servicio de bar-vinoteca. El espacio es perfecto, un amplio corredor arropado con estanterías y botelleros y salpicado en toda su longitud con toneles para las copas y tapeo. Su cocina de temporada se adecua al tapeo, como lo viene haciendo en los menús de picoteo. Delicadas croquetas, clásico salpicón, modernos crujientes, selectos embutidos, quesos... completan la sesión de cata o de armonías, sea propuesta por el cliente o con las sugerencias del propietario, que, en cualquier caso, exige imponer un vino a su capricho, como descubrimiento, como forma de compartir un placer. Un placer que no tiene precio... fijo. Lo marca el vino, desde los 5.000 euros del más caro, un Pingus 96, hasta los 2,90 de un correctísimo Toro. ¿Su favorito, su vino ideal? El Terreus. Pero su pasión es el descubrimiento y, sobre todo, poder transmitirlo, compartirlo, con la filosofía de que cuanto más conozca y sepa el cliente, mayor será su afición. De ahí que se esmere en poner los medios, por ejemplo -¡y no es baladí!- presume de los mejores precios de la ciudad. Dominio de Antargü Ronda de Atocha 16, Madrid. Tel. 91 527 52 44