- Redacción
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- 2017-04-02 11:42:52
Hoy una máquina produce 6.000 botellas por hora, pero aún existen lugares donde el oficio de vidriero sigue vivo y se fabrican 50 botellas al día o poco más de 100 copas si a eso se dedica la jornada
U no de esos lugares es la Real Fábrica de Cristales de La Granja, donde el vidrio se sopla, se talla y se trabaja con mimo ancestral, de forma artesanal, poco a poco, botella a botella, copa a copa, de manera que cada una es una pequeña obra de arte. En 1770 reinaba Carlos III y el Palacio de la Granja de San Ildefonso adquiría su ordenación definitiva. Junto a él nació la Real Fábrica para suministrar vidrio y cristal para ventanas, espejos, vajillas... Además, las sílices de la zona y su masa forestal también decidieron su ubicación, porque aseguraban la materia prima y el combustible imprescindibles para la producción.
El vidriero surge –como tantos otros oficios tradicionales– de la necesidad, de la misma forma que nacen canteros, carpinteros o herreros, todos ellos siempre con algo en común: el respeto por la materia que trabajan y su capacidad de transformación mediante la aplicación de técnicas artesanales.
Es el de vidriero un oficio claramente vocacional. Ser maestro soplador o tallador requiere no solo destreza y conocimiento del oficio, sino también un sentimiento de pertenencia y arraigo que permite expresar emociones en cada creación. Cuando nació la Real Fábrica, la corona trajo a los mejores maestros centroeuropeos, que transmitieron su saber a las siguientes generaciones y, por increíble que parezca, este dogma se ha conservado a través de casi 250 años de historia. Es una carrera larga en el tiempo. El aprendiz se inicia con un maestro y así avanza con los años hasta oficial para, con el beneplácito de su maestro, alcanzar el grado que este ostenta.
El maestro vidriero extrae con la caña una primera posta o toma de vidrio caliente, a unos 1.100ºC, del crisol, y sopla a través de la caña logrando una pequeña burbuja que introduce en el molde, adaptándose a su forma. Formado el depósito se aplica el puntil por el extremo opuesto a la caña y se desprende la caña de la pieza para poder dar forma a la boca o aplicar las asas. Terminado el proceso, hay que recocer el vidrio, enfriarlo muy lentamente en un horno llamado arca de recocido o mufla. Así formada, la pieza puede ya ser decorada mediante grabado a la rueda, talla, esmalte o dorado. Es este en suma un antiguo oficio del vino, muy antiguo, complicado y delicado, en el que lo que más satisface al maestro vidriero es la posibilidad de crear, la capacidad de sorprender, de poder mostrar su magia, su poder de comunicación con la materia, aseguran en la Real Fábrica de Cristales de La Granja.