- Laura López Altares
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- 2021-09-29 00:00:00
El carisma salvaje de esta viticultora, enóloga y filósofa es un reflejo de ese Priorat irreductible y telúrico que la llevó a perderse y encontrarse, a habitar para siempre en sus márgenes.
La respuesta siempre se esconde en la piel, y es imposible escuchar a Sara Pérez si no es a través del órgano donde se tatúan los secretos y las grietas. Su historia nos lleva a la búsqueda incesante, casi obsesiva, de unas raíces huidizas: "Me perdí a los nueve años, cuando vine a Falset, y creo que empiezo a encontrarme a los 49", confiesa con una emoción palpable. La misma con la que cuenta cómo otra búsqueda fiera –de belleza, de libertad, de felicidad– guía sus pasos al frente de las bodegas Mas Martinet y Venus la Universal: "Para mí, lo importante es la energía que aporta cada botella. Y eso también es una búsqueda. Estuve mucho tiempo ahí, en el camino, intentando averiguar cuál era ese Santo Grial. Y sé que en Priorat tenemos un suelo impresionante que es la licorella, con una energía telúrica increíble que no se puede explicar, que solo se puede pisar, oler, tocar, beber y hablar cuando estás aquí; y que me he movido hacia Monsant con Venus para poder ser un poco más libre. Pero en las dos denominaciones de origen la búsqueda es la misma".
Cuando la tierra aúlla
Aquel territorio magnético e irreductible marcó a Sara Pérez de un modo animal, despertando su fascinación, proporcionándole sustento... y también sembrando la semilla del desencanto: "Me habían educado en una cooperativa de padres de la Universidad Autónoma de Barcelona y era como un colegio superprogre en ese momento: eso significaba que tú podías ser aquello que querías y ya está, no había límites. Luego nos mudamos a Priorat, y pasé de poder ser todo lo que yo soñaba a algo como demasiado terrenal y retrógrado (ahora me sabe mal decirlo) para mí. Fue muy duro, no entendí nada durante muchos años", recuerda.
Lo que sí entendió incluso entonces es que sus padres, Josep Lluís Pérez y Montse Ovejero, habían focalizado toda su energía, su dinero –"también el que no tenían"– y su futuro en algo muy creativo que podría suponer una gran oportunidad para la familia: la bodega Mas Martinet. Pero entonces, ese anclaje tan profundo en el territorio se convirtió en un grillete para Sara: "Yo no tenía esa necesidad de reducir mi mundo en ese momento, yo solo quería volar". Y lo hizo. Después de debatirse entre su necesidad de buscar raíces en la historia y la arqueología, y de conectar con la biología y la ecología, apostó por estudiar Biología en Barcelona y por aquello que llevaba deseando tanto tiempo: volver a casa.
Pero descubrió que tampoco se sentía parte de aquella ciudad, sino la eterna outsider: "Nunca estaba en el lugar que tocaba, nunca pertenecía al lugar donde estaba. Yo tuve una infancia hasta los nueve años muy feliz, y después fue una búsqueda constante para entender de dónde soy: viajando, estudiando... y buscándome. Y empecé Biología, y luego dije: esto no me sirve, no es eso. Simultaneé los estudios de Biología y Filosofía, y luego me apunté en Enología y Viticultura. Al final es como una ansia de búsqueda, y en realidad te buscas a ti mismo, sean los caminos y las historias que sean...".
Ahora que se ha (re)encontrado, Sara Pérez habla, serena y perspicaz, desde el mismo epicentro del laberinto: "Soy muy feliz de todo el camino que mis padres me han ofrecido (durante años he pensado que me lo habían dificultado), del amor de toda la familia, de la originaria que me creó, de la que yo he creado y de la que he generado con todos los amigos en el mundo del vino y por el contacto con esta tierra que tanta energía me ha dado. Es algo como muy animal, muy mamífero, porque Priorat es un lugar madre, realmente especial, y como suelo madre te protege y te acoge, pero si te rebelas en demasía sin justicia, si quieres sacar algo de ella –dinero, prestigio...– a cambio de nada, se rebela y te escupe".
Vivir hasta la raíz
Sus padres, que tan bien supieron leer las pendientes de esa tierra compleja hasta la locura (y que ella describe como una fuerza telúrica), formaron parte de la revolución del Priorat en los años ochenta. Sara Pérez también emprendió la suya propia, entendiendo el viñedo como un "agroecosistema existencial", como un individuo autónomo: "Hay un momento en el que empiezas a entender que el vino te lleva mucho más allá, y tiene que ver con la energía. El vino es una manera absolutamente fantástica y única de expresar un paisaje, una intención, un manifiesto, una manera de vivir, y eso es lo que estoy intentando". Esa forma sostenible de sentir el viñedo, tan ligada a la naturaleza, está muy relacionada con su vida personal: "Yo era muy protocolaria, veía el poder y lo imitaba. Y llegó un momento en que fui madre (si no hiciera vino, sería comadrona) y empecé a sacar capas, a deshacerme de todo eso, y a dejar de importarme ese mundo tan estructural, tan statu quo; y empecé a sentir. Para mí, vivir tiene que ver con ser consecuente y es como muy radical en el sentido de raíz, de defender algo que sale del vientre y de seguir tu luz. En el mundo del vino normalmente hay que ser un poco más snob, defender un territorio de una manera más heteropatriarcal y encorsetada y, joder, no. Caben todos los defectos si los aceptas, todas las maneras de ser… todas las debilidades, las fragilidades, y me encanta haber descubierto esa faceta".
Sara Pérez, que creó Venus la Universal junto a su pareja, René Barbier Jr., también nos habla de esa vida familiar tan poco convencional que comparten, tan suya (educan a sus cuatro hijos en casa): "Cuesta mucho ir a la contra, subir a los márgenes de piedra, tropezar, caer, y no estar en medio con todo el rebaño; pero al final es tan satisfactorio que a mí esto me da la vida".
Sus debilidades vinícolas, por supuesto, también habitan los márgenes que tanto le fascinan, lugares límite o marginales "de corazón, vientre o emoción que, cuando llegas, te transforman. Como Sanlúcar, que tiene ese desorden, esa vivencia liberal... A mí me cautiva muchísimo la crianza biológica en velo". Y esa relación con la oxidación, que la pone en contacto con la raíz más pura: "La complejidad está en esa oxidación, que me conecta con los ancestros y me da una capacidad de visualización que me emociona".
Esta mujer irrepetible, impregnada de la vertiginosa energía de Priorat, intenta desprenderse cada día de juicios ajenos y dejar una huella en este mundo que no sea material: "Tiene que ver con que cada uno pueda ser lo suficientemente libre como para encontrar su propio camino. Yo homenajeo con Escurçons los viñedos de antes de la filoxera, con Clos Martinet los viñedos de los años ochenta... Hasta que no reconoces a las generaciones anteriores no puedes encontrar paz para poder seguir tu propio camino y expresarte a través del vino rancio, de todas las historias raras que estoy haciendo [como las maceraciones con pieles]. Y sé que ahora podré aceptar todo lo que mis hijos, sean carnales o no, hagan en el Priorat".