- Laura López Altares
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- 2024-04-01 00:00:00
Maribel Gómez lleva en sus manos salpicadas de barro el legado de las cinco generaciones de artesanos que la precedieron, manteniendo vivo un oficio apasionante que se practica en Villarrobledo (Albacete) desde hace casi cinco siglos.
La historia de Villarrobledo está esculpida en el barro de sus tinajas, que desde hace casi cinco siglos han modelado el paisaje y las vidas de sus habitantes. Hubo un tiempo en el que este municipio se dedicó en cuerpo y alma a la alfarería tinajera, un arte casi extinto que en Tinajas Orozco siguen defendiendo como un baluarte. "A principios del siglo XX, la mayoría del pueblo participaba en los distintos procesos de la elaboración de las tinajas: sacaban y molían el barro, cargaban y descargaban los hornos... Todos estaban implicados de alguna manera y había muchas familias que vivían de esto", rememora Maribel Gómez, que recogió el testigo de su padre al frente del taller familiar hace más de 20 años, convirtiéndose en la sexta generación entregada a un oficio que profesan sin moldes, tornos ni reglas escritas. "Ninguna pieza es igual a otra, las medidas nunca son exactas. Es un proceso de aprendizaje en el que vas cogiendo más técnica utilizando el tacto y la vista, pero nunca dejas de aprender", afirma.
La intuición también juega un papel fundamental en la existencia de estos adoradores del barro, que no pueden evitar mancharse las manos cada vez que tienen ocasión: "Mi padre siempre tiene que tocar el barro porque le encanta. Cuando en los sesenta decayó el uso del barro y el cemento sustituyó a la tinaja, tuvo que cambiar de trabajo, pero en los ochenta ya volvió porque le apasionaba".
Legado de barro
Tomás Gómez, que enseñó el oficio a su hija y lo aprendió de su padre, José Gómez Orozco (de ahí viene el nombre del taller), tiene 90 años y todavía se mueve con una destreza asombrosa entre orzas, cantarillas, jarrones, cántaros... y por supuesto tinajas.
Aunque se jubiló oficialmente en 1999, no ha pasado ni un solo día sin jugar en el barro como cuando era niño. Esta pasión poderosa también alcanzó a su mujer, Isabel Caballero, imprescindible en Tinajas Orozco: "Mi madre ha trabajado en la sombra, pero si no hubiera sido por ella mi padre no hubiera podido hacer muchas cosas: una persona sola no puede bajar al suelo las tinajas (que se crean en alto) ni cargar el horno: lo hacían entre los dos", cuenta Maribel. También fue idea de Isabel hacer unas tinajas pequeñitas a torno como homenaje a sus sinuosas hermanas mayores, el primer contacto de Maribel con el sempiterno barro. Pero como a ella le atraían las piezas más grandes, prefirió seguir los pasos de su padre, convirtiéndose en una de las primeras mujeres tinajeras de Villarrobledo: "Me dicen que soy una pionera, pero yo lo veo una cosa normalísima. Choca porque no ha habido nunca mujeres tinajeras".
Las prodigiosas manos de Maribel han dado un giro a la historia alfarera de este municipio que, como sugiere María Dolores García Gómez en Cuatro siglos de alfarería tinajera en Villarrobledo, lleva vinculado a la artesanía desde sus cimientos, posiblemente gracias a la influencia árabe: "Quizá se remontase a los mismos orígenes de su fundación la importancia alfarera de esta ciudad, dada la calidad de sus arcillas".
Se dice que estas tierras tienen una energía especial, y parte de su singularidad radica en las "múltiples variedades de barros, que dan como resultado la rica y variada gama de productos cerámicos". Esta mezcla, principalmente de arcillas amarillas y rojas, aporta un valor diferencial que analizan a fondo en el Centro de Interpretación de la Alfarería Tinajera de Villarrobledo y que Maribel Gómez resume así: "En esta zona tienen propiedades únicas".
Recuerda también los antiguos barreros, y cómo se cavaban galerías para ir buscando las vetas del barro, "como los mineros". Hoy, esos yacimientos de barro han desaparecido bajo el peso de los nuevos edificios, y conseguirlo es una suerte de búsqueda del tesoro: "Tenemos barro acumulado, pero ya no es tan fácil encontrarlo como antes, eso es un problema. Además, no es tan puro porque se saca más superficial".
Baile de elementos
Una vez obtienen el barro, lo dejan secar al sol para que se endurezca y así poder machacarlo después. En esta parte del proceso entra en juego la "única máquina" de Tinajas Orozco: un molino pequeño que lo deja finísimo.
Después, ese barro molido se mezcla con agua, se seca y se amasa con los pies para hacer más fuerza –lo que se conoce como el sobado del barro–.
A partir de ese momento, los artesanos empiezan a modelar la tinaja con sus manos, armados tan solo con un mazo y una paleta. "La tinaja la vamos haciendo por partes: en lugar de una a una, solemos empezar varias a la vez", explica Maribel.
Al igual que los viticultores y sus viñas, los alfareros y sus tinajas también se exponen a las fuerzas de la naturaleza y al paso de las estaciones: en primavera suben la pieza hacia ariba cada dos días, pero en invierno tienen que esperar más para que se seque. "No puedes acelerar el proceso porque hay que respetar los tiempos, cada pieza necesita su proceso de elaboración. Si intentas que se seque más rápido, demasiado viento o sol pueden provocar que se agriete o se rompa".
En la última fase, el fuego templa en el horno con su propia cadencia, y hay que vigilar que su ímpetu no resquebraje la piel de las delicadas tinajas.
Pureza ancestral
Tras este duro y casi poético proceso artesano de elaboración de la tinaja, comienza una nueva vida para el barro, que emprenderá diferentes caminos, casi siempre acompañando al vino en su crianza: "La mayoría de piezas que nos encargan son para hacer vino. Y lo que me cuentan nuestros clientes es que les sale estupendo en las tinajas. La tierra aporta un sabor distinto, le da otro aroma, y respeta a la uva", subraya Maribel.
Las tinajas más grandes que elaboran son de un metro y medio, que es el tamaño máximo que les permite el horno, y el que les suelen encargar las bodegas. Aunque antaño se hacían de hasta cuatro metros de altura, auténticos gigantes de barro que siguen impresionando en su inmensidad: "Las tinajas de Villarrobledo han sido bastante famosas, y es que los tamaños que se hacían aquí no se hacían en otros sitios. La gente que viene de fuera se impresiona con esas vasijas tan grandes y las valora, mientras que aquí estamos más acostumbrados y por eso no les hemos prestado suficiente atención. Yo pensaba: qué pena que el producto sea nuestro y tengan que venir desde otros países a valorarlo más que nosotros cuando es lo que hemos hecho siempre".
Pero, entonces, los elaboradores volvieron a mirar hacia aquellos recipientes desbordantes de vida –y a los que les dedicamos las Historias del vino de nuestra revista 292–, y abrazaron la pureza de los vinos acunados por el barro: "Uno descubre que cosas que ha desechado aportan mucho", afirma Maribel.
Y nos cuenta cómo, al principio, todas sus tinajas de vino viajaban a Francia: "Empezamos a venderlas allí porque los vinos que hacían eran biodinámicos y querían elaborarlos en barro para respetarlos más. En la zona del valle del Ródano es donde hacen vinos más naturales, y son más respetuosos en todo el proceso, tanto con los recipientes como con la viticultura, lo cuidan todo mucho mejor".
A aquellos pioneros franceses se fueron sumando otras bodegas, y hoy en día reciben encargos de elaboradores japoneses, italianos, estadounidenses o españoles. Aunque, como destaca Maribel, el perfil de sus clientes siempre ha sido muy peculiar: "Suelen ser más pequeñitos o hacen cosas más especiales, no les interesa la cantidad. Su forma de elaborar es más artesanal, igual que la nuestra".
Uno de esos elaboradores que se han encomendado a las manos de Maribel es Bodegas Las Calzadas (Cuenca), y en sus tinajas reposan vinos naturales tan singulares como Tinácula White, que recupera los aromas más genuinos de una uva casi desaparecida –la Pardilla– y de una forma ancestral de elaborar vino.
Las tinajas de la estirpe Orozco custodian la memoria del vino y de la tierra entre sus surcos, como hace el Centro de Interpretación de la Alfarería Tinajera con esos "secretos, historias y saberes en los que intervienen las matemáticas, la química, la geología y la física". Ambos se erigen como guardianes de una cultura ancestral que estuvo al borde de perderse en el tiempo, pero que volvió a emerger del barro para desafiar el olvido.