- Laura López Altares, Foto: Jordi Gatell
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- 2024-05-01 00:00:00
Esta sumiller y periodista catalana, una de las voces más sensibles y comprometidas del mundo del vino, ejerce su oficio en primera línea de viña, defendiendo con poética vehemencia sus paisajes, 'vivir con la tierra y no de ella' y las historias pequeñas y valientes.
Quizá el periodismo de piel podría parecer una quimera devorada por el ritmo enloquecido de nuestros tiempos (y su brazo armado en nuestro oficio, el clickbait); pero en la voz sensible y comprometida de Ruth Troyano Puig late una forma de contar historias que viene de muy adentro, entre la tierra y las costillas: "Cada uno cuenta el vino como lo siente. Y yo intento contarlo como lo percibo y lo siento cuando las personas que lo hacen comparten conmigo sus historias. Estábamos acostumbrados a leer crónicas muy técnicas que se centraban solo en la parte organoléptica del vino, con un lenguaje a veces muy sofisticado, complejo. Ahora hemos ido matizando esta comunicación y empezamos a analizar el vino desde la vertiente del paisaje y de la persona que está creándolo".
Allí donde se solía despojar al vino de su poesía reivindicativa, Ruth la abandera sin complejos: "Yo creo que al vino le falta profundidad, no pasar solo por la superficie porque detrás de un paisaje hay mucho que contar y explicar. Evidentemente, hay mucha ciencia (la geología, la enología, la biología...), pero también hay mucha intuición, mucho componente artístico, humano y paisajístico. Yo intento explicar el vino desde estas vertientes porque creo que es la manera de acercarlo también al consumidor. Y tal vez alguien pueda leer o entender que hay en ello una manera poética de contarlo, pero quizá es que también me envuelvo de personas que me lo narran así. Hay que intentar ser muy honestas con las palabras que recibimos porque no se trata de interpretar, sino de trasladar. Yo soy alguien que tiene que reflejar lo que me cuenta el elaborador, pasando por el filtro periodístico: que haya rigor y verdad en la propuesta".
Al leerla (y sobre todo conocerla), su honestidad salvaje y lírica te reconcilia con el periodismo genuino, ese que solo se nutre de las historias que merecen ser contadas: "Si creo que no hay verdad en una historia, no la cuento. A mí me atrapan los proyectos pequeños con ganas de conservar un trozo de paisaje y de hacer vino con mucha dignidad y personalidad. Creo que nuestro deber periodístico es darles luz y visibilidad, rescatar estas pequeñas historias que están en los márgenes".
Traducir la tierra
En esos márgenes de piedra habitan elaboradoras como Sara Pérez, Anna Espelt o María Barrena, tres mujeres al frente de tres proyectos desbordantes de verdad: "En todas las comarcas de Cataluña tenemos mujeres liderando y comunicando el vino de una forma distinta. Proyectos con personas muy valientes y muy vulnerables –que son al final las dos caras de la misma moneda– en los que hay una sensibilidad y una manera de hacer y contar el vino que se acerca a ti, a tu lenguaje".
Cuenta Ruth que María Barrena, de Entre Vinyes, ese baluarte desde el que defiende el Penedès más desconocido salvaguardando viñas centenarias, le explicó de una forma muy evocadora cómo es vinificar: "Decía que habían vuelto a los ancestros al hacerlo con pieles porque las pieles tienen mucha información de lo que está ocurriendo en el viñedo, pero también de las manos que lo cultivaron".
A través de sus surcos van tejiendo una historia de resiliencia que la periodista y sumiller catalana, prodigiosa intérprete de su tierra, escucha y traduce en medios como Diari ARA, Diari de Tarragona o Ràdio4-RNE: "Me parece muy significativo que trabajemos comunicativamente contando aquellos vinos que están defendiendo el paisaje, que tengan viticultura ecológica, permacultura, agroforestería, regenerativa... porque queremos suelos sanos y que estén vivos para que el vino también sea sano y vivo. La idea de vivir con la tierra, no de la tierra".
Una tierra generosa hasta la inconsciencia que puede llegar a ser implacable cuando se la agrede: "Es que ya solo el concepto explotación agrícola me parece tremendo porque es como agresivo, habla de arrancar algo. Es cierto que al hacer vino mutilamos a la cepa, pero se trata de minimizar todo lo que sustraemos a la planta, de devolverle todo aquello que le quitamos. Porque si no somos generosos con la tierra, ella tampoco lo va a ser con nosotros, ni nos va a dar vinos que nos provoquen placer ni nos alimenten con algo que sea digno".
Cada día, Ruth se asoma a la región de les Terres del Gaià en Tarragona desde su ventana a esos viñedos mediterráneos que ondulan hasta encontrarse con el mar con los que se siente en deuda: "Vivir en un entorno rural me inspira, me obliga aún más a contar que debemos preservar este paisaje y que una manera de preservarlo es que se pueda cultivar, embotellar, beber. Y que nos lo bebamos antes de que viaje a otras partes del mundo porque así estaremos realmente conectados con nuestra proximidad, generaremos oportunidades de dinamización en nuestro entorno más inmediato y contribuiremos a dignificar las economías rurales. Apreciar lo que tenemos cerca es quererlo y consumirlo. Querer el país es querer bebérselo y comérselo; deberíamos ser embajadores de los productores de proximidad de nuestro alrededor", reivindica.
Y su voz vuela al hablar de los vinos conscientes de Celler 9+ que Moisés Virgili i Rovira elabora a unos pocos minutos de su hogar: "Me siento comprometida con el proyecto porque hay calidad y la defensa de un modelo de vida rural, natural y con mucha artesanía en la elaboración. Por suerte se nos ha pasado un poco aquello de la globalización y volvemos cada vez más a lo próximo, a esas personas que están dando su tiempo para conservarnos el paisaje".
Aunque esta escritora del vino enraizada en Cataluña defiende con ímpetu a sus elaboradores, también le fascinan zonas como Mallorca, en la vanguardia de la recuperación de variedades autóctonas, y proyectos tan singulares como el de Vicky Torres y sus vinos de arena en La Palma o el de Laura Lorenzo en Ourense: "Recupera cepas viejas y entra en diálogo con gente mayor de otra generación, que de alguna manera la adopta porque está haciendo algo que no hace nadie, que es cuidar ese patrimonio vinícola que tenemos", explica.
La danza de la revolución
Sus historias líquidas se dibujan en cerámica, vidrio, granito... y se beben de mil formas diferentes. Para Ruth, la vuelta a los recipientes ancestrales forma parte de la revolución que se está viviendo dentro del sector y que involucra a elaboradores, consumidores, sumilleres y periodistas: "Estamos ante la generación de enólogos mejor preparada de la historia, que ha tenido la oportunidad de formarse en escuelas agrarias o universidades, ha viajado fuera y ha vuelto con el conocimiento para hacer vinos con mucha libertad. Cuando alguien quiere hacer vinos libres o naturales, tiene que tener mucho conocimiento, más aún, porque se la juega más en los procesos. Es una generación efervescente, revolucionaria. Y no solo los productores, también los consumidores, llenos de curiosidad, los sumilleres y la prensa: hablamos desde la verdad más que nunca".
Incluso pese al contexto apocalíptico, lleno de amenazas como la emergencia climática o el polémico etiquetado nutricional impuesto por la Unión Europea: "El vino en las comidas, junto con el aceite y el pan, nos define culturalmente como país, y tenemos que defenderlo". Otra cosa que nos define como país, destaca, es esa voluntad de compartir placeres en una mesa: "En una mesa estamos compartiendo alimento, vida, paisaje. Hace poco me dijo la arquitecta Elisenda Rosàs que las mesas y los huertos nos han formado y definido como especie humana. Son dos elementos tan ancestrales, tan nuestros... y a los que no damos tanto valor, pero que lo tienen todo. Del huerto o del paisaje sacamos los alimentos y también cultivamos la paciencia porque nos enseñan a esperar los productos en la temporada que les toca. Nos educa, nos sitúa en los tiempos, en las estaciones. Y en la mesa es donde comemos todo aquello que el huerto nos ha dado y donde compartimos y socializamos. Me encanta que reivindiquemos esas mesas desde el periodismo".
Un periodismo de piel que Ruth Troyano seguirá ejerciendo desde esos márgenes donde dejó de ser quimera, en primera línea de viña: "Me atrapa mucho poder seguir aprendiendo cerca de gente honesta y sabia porque el periodista se nutre de curiosidad, y me da satisfacción poner en el foco algún determinado proyecto, vino o persona que alguien no tenía en su cosmos. También me parece sustancial la reivindicación de los oficios del vino: los viticultores, los últimos boteros, los que elaboran el tapón de corcho, los que hacen arte con el vino... todo me remueve y conmueve".