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Andrés Proensa

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  • Laura López Altares
  • 2024-07-18 00:00:00

El director de 'Planeta Vino' y la 'Guía Proensa' lleva más de 40 años revolucionando el periodismo vitivinícola con su pluma afilada y su honestidad salvaje: una suerte de rockero maldito –cáustico e irrepetible– que vive y narra su oficio a pleno pulmón.    


Dos inesperadas figuras custodian el despacho del enfant terrible del periodismo del vino: un gremlin malvado y el pitufo Gruñón. Hay quien caería en la tentación de pensar que estos simpáticos aprendices de villano son una especie de álter ego del ingobernable Andrés Proensa –y quizá no les falte razón–; pero tras su aparente dureza, se esconde un carismático antihéroe de mente afilada y lealtad inquebrantable que ha revolucionado el sector armado de una honestidad brutal: "De verdad que no busco la polémica o ser polémico. Yo lo que quería era ser honesto con mis lectores, que es lo que siempre me ha movido, tanto trabajando para otros como siendo editor y director de publicaciones propias. Siempre pienso en la gente que nos lee y que sigue nuestras recomendaciones y me parece un tema muy serio, es una responsabilidad gorda".
Desde que irrumpió con su pluma desafiante y certera en el Grupo Gourmets a principios de los ochenta, el lenguaje del vino ha sido el anhelado blanco al que apuntan (casi) todas sus saetas: "Me interesa mucho el lenguaje. Nos tenemos que hacer entender y es una obsesión. Contamos historias. No podemos transmitir el vino, intentamos describir lo indescriptible, y por eso le ponemos cara. El vino es algo que hacen manos humanas y a mí me gusta contar las manos que lo hacen, y eso me parece fundamental porque es la forma de entender el vino", explica.
Estamos absolutamente de acuerdo en que lo más importante en esta vida es hablar el mismo idioma. Y Andrés Proensa, que sigue escribiendo con una quijotesca pluma ajeno a los cantos de sirena de la tempestad digital, pide un esfuerzo a los periodistas del vino para hacerse entender; el mismo que reclama a los lectores para que entiendan el nuestro: "Y ahí nos encontraremos", predice.
Esta escurridiza encrucijada nos pone frente a un idealista irredento, espejo del adolescente que "andaba por ahí danzando en asociaciones y colectivos y pintando en las paredes libertad porque estábamos cambiando España", y que eligió este oficio "porque veía que ser periodista era llevar los ojos abiertos".

Periodismo a quemarropa
Aunque de niño tuvo un pequeño desliz y se le ocurrió que quería ser arqueólogo –"no sé por qué demonios"–, a los catorce, el precoz Andrés empezó a perseguir la quimera: entró a trabajar como botones en una empresa periodística, y en cuanto hubo un hueco en la redacción fue suyo.
A los 19, ya estaba cubriendo la tragedia del camping de Los Alfaques para La actualidad española: "Toda la redacción salió corriendo, estaba enloquecida, y me tocó hacer una primera selección de fotos. Las agencias venían con las diapositivas a vendértelas, me tocó mirarlas y había imágenes terribles. Pero comí, no me quitaron el hambre", comenta entre risas.
El sentido del humor de Andrés Proensa, tan negro e incisivo y a la vez tan reconfortante, es otra de las cualidades que lo convierten en un antihéroe irrepetible. Igual que su tenacidad feroz. Cuando cerró aquella revista, se fue a hacer la mili y a la vuelta encontró trabajo en Gourmets: "Y allí volví a empezar. De las posibilidades que me dieron me apeteció mucho más el vino, así que hice un curso de cata de posgrado en la Facultad de Agrónomos de la Complutense. Ya me metí en el mundo del vino con ánimo de dedicarme exclusivamente, ¡y lo he conseguido!".
Entre 1983 y 1992 fue responsable de la Guía Gourmets, y desde 1995 hasta 2002 de la Guía de Oro. Ese fue un año decisivo en su carrera y su vida: creó VadeVino junto a María Jesús Hernández "para fomentar la difusión de la cultura del vino de calidad" de forma independiente a través de las publicaciones especializadas Guía Proensa de los mejores vinos de España y PlanetaVino, haciendo volar por los aires el tablero editorial de aquella época.

Retrato de un antihéroe
Este provocador nato se confiesa borde, radical y alérgico a los artificios: "Lo que pasa que tengo tres ideas claras y quiero explicarlas, y la única forma es con un lenguaje rotundo. No quiero que me confundan. Un compañero fotógrafo me decía que era bruto cuando hablaba, pero es que no tengo que pedir perdón por mis opiniones". Andrés en estado puro. Y los que lo conocen lo quieren –queremos– así: a quemarropa.  
Sus colegas y amigos María Jesús Hernández, Mara Sánchez y José Luis Casado coinciden en describirlo como "excesivamente sincero, honesto, un poquito gruñón, con un corazón inmenso, algo cabezón y leal con sus amigos". Las críticas las encaja divertido; los halagos, con cierto sonrojo: "Es que si no tienes lealtad con tu entorno, ¿entonces qué tienes? No me gustaría pasar por hipócrita. Y ser honesto es ser leal conmigo mismo".
A pesar de que Andrés Proensa rehúye la poesía "porque nos aleja del mensaje", se desliza sibilina en su discurso: "El vino es algo que te puede cambiar la vida, y eso lo he visto en mi socia, María Jesús. Recuerdo que hace años fuimos a un bar y yo quería marcharme a otro lado porque olía a humedad, a aceite rancio, y ella me dijo: 'Entras a los sitios venteando como los perros'. ¡Y eso mismo le dijo su hermano a ella un tiempo después! El olfato es nuestra primera barrera defensiva, más que la vista, incluso. Y entonces esto te cambia la vida. Cuando tienes un entrenamiento en cata de vinos, ya no comes una naranja igual ni un cocido igual. Tiene una fuerza impresionante".
 Quizá por eso, todavía hoy abraza con el mismo ímpetu la adictiva sorpresa del mundo del vino: "Me sigue sorprendiendo cada rato. Y afortunadamente, porque si no sería un coñazo. Puedo cambiar de opinión en cualquier momento sobre cualquier variedad, y eso es lo que me emociona. Yo cato casi 3.000 vinos al año y siempre hay algunos que te levantan la ceja. En una cata rutinaria en la que todos son iguales, de repente el muy malo desde luego levanta el dedo, pero el muy bueno también. Y entonces te despierta y dices: 'Hombre, no era yo que estoy imbécil, que seguramente también [risas], es que los vinos son monótonos y de repente ha habido uno que lo ha dejado de ser. Ese vino es el que te emociona. Y me pasa con frecuencia".
Su opinión sobre el ritual de la cata es igual de directa y genuina: "Yo hago catas cortas de ocho o diez vinos porque tardo una hora u hora y media, y más allá me aburro. Entonces son catitas cortas aunque haga tres, cuatro o cinco, pero tengo que parar y hacer otra cosa. Algún colega nuestro que dice que cata 300 vinos en una mañana y eso supone dos minutos por vino, que me parece una falta de respeto".
Reivindicativo y lenguaraz, también desprecia ciertas etiquetas –vino natural, de alta expresión– porque confunden y simplifican lo irreductible: "Solamente hay una etiqueta: calidad, con todos los matices que quieras. Desde esa calidad excelsa que te levanta el culo del asiento y te hace levitar hasta ese otro extremo que te da ganas de no probar un vino en tu vida. También detesto la relación precio-calidad: cuando me dicen eso ya sé que es un vino mediocre que se protege detrás de un precio barato. El precio está en el corazón y no en la cartera".


De amores y odios fieros
Como asegura entre risas, odia mucho (aunque, como aquel pitufillo, odia odiar): "En determinadas cosas soy serio: en mi trabajo, en mi ideología. No soporto el machismo, el racismo, el clasismo, el fascismo... Se me nota enseguida porque me levanto y me voy. Tampoco soporto a los cocineritos Versace actuales que han crecido comiendo con Coca-Cola y ahora se empeñan en ponerme a mí dulce hasta en lo alto de un cochinillo. Odio a los niños. Odio a la humanidad, sobre todo cuando está toda junta. Detesto las multitudes". Eso sí, ama con la misma fiereza: "La novela negra, la música... sobre todo el rock. Y a mis amigos".
Andrés Proensa, con su halo de rockero maldito, aboga por "vivir rápido, morir joven y dejar un bonito cadáver". Y por una promoción del vino un tanto peculiar: "La dirigiría a los viejos como yo porque tienen tiempo y dinero". Entre risas terminamos la entrevista, también. Nos espera una botella. Dice que se siente abrumado de ser protagonista y que espera que no sea "como cuando te hacen un homenaje: ¡vamos a hacérselo antes de que se muera!". Al revés, así lo inmortalizamos. Y que se vean bien esos "ojitos pequeños" y las arrugas de reír. La prueba irrefutable de que jamás fue un villano.

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