- Redacción
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- 2025-03-27 00:00:00
Monastrelles históricas que atrapan la esencia de Jumilla, garnachas centenarias, viñedos prefiloxéricos de Verdejo... Viñas Familia Gil está hecha de distintos terruños especiales que este ingeniero aeronáutico con alma de viñador atesora junto a sus ocho hermanos.
Las tierras del Mediterráneo interior llevan dibujado un mapa de resistencia en sus surcos sedientos. Quien sostiene el pincel es un sol extremo que, a cambio de frutos casi prodigiosos, exige un compromiso límite. Esta suerte de pacto (no tan) clandestino con el astro rey fue sellado por la familia Gil hace ya más de un siglo, mientras "el mundo libraba su primera gran guerra y Einstein anunciaba su Teoría de la Relatividad".
Miguel Gil Vera, cuarta generación de esta estirpe vitivinícola que comenzó su andadura en 1916, dirige el grupo Viñas Familia Gil junto con su hermano Ángel con responsabilidad, mesura y un plan muy claro: "Nuestra obsesión es dar variedades autóctonas a los mejores precios posibles. Todos nuestros proyectos, y ya son once, los hemos iniciado desde cero prácticamente, y creo que esta es una de las claves para entender la capacidad de sacrificio que tenemos: no somos especuladores, trabajamos siempre pensando en el largo recorrido porque queremos estar vivos dentro de cien años".
Su capacidad de anticiparse al futuro y una valentía agazapada tras esa aparencia calmada y analítica lo han impulsado a tomar decisiones tan atrevidas –y certeras– como devolver la vida a la bodega de la familia o crear uno de los proyectos más ambiciosos de la D.O.P. Jumilla: Bodegas El Nido.
De los cielos a la raíz
"Para mí, El Nido es el proyecto más bonito que hemos acometido. Decidimos iniciarlo en 2000 con la idea de que fuera una bodega boutique que no tuviese nada que envidiar a otras bodegas míticas de otras partes del mundo. Habíamos viajado mucho y nos dimos cuenta de que había viñedos que daban lugar a esos grandes vinos de guarda, y estábamos convencidos de que los nuestros eran de clase mundial", afirma Miguel Gil.
También recuerda cómo se inspiró en aquellos vinos que había elaborado su padre en la zona una generación atrás, "especialmente impresionantes", y el riesgo enorme que corrieron al poner El Nido en marcha: "La clave de nuestro éxito fue elegir esas 32 hectáreas de Monastrell excepcionales y aquel viñedo de Cabernet Sauvignon, de los primeros que se habían plantado en Jumilla –entonces tenía algo más de 70 años–; y a un enólogo excepcional, el australiano Chris Ringland, que conocía muy bien la variedad. Fuimos muy honestos y dimos lo mejor: no escatimamos ni en procesos ni en costes. No podíamos fracasar porque todo se hizo con muchísima intensidad y muchísima honestidad. Y con mucha profesionalidad. Si no hubiera funcionado, nos hubiera arruinado. Fue una gran apuesta".
Su perspectiva más objetiva, como él mismo sugiere, probablemente jugó un papel fundamental a la hora de emprender un proyecto tan excitante y complejo: "Venir de otro sector me permitía no tener los prejuicios que se suelen tener: nosotros nos replanteábamos todo lo que hacíamos, y esa visión quizá nos dio la idea y la convicción de que se podía hacer un proyecto muy serio y muy reconocido a nivel mundial".
Porque aunque de niño Miguel Gil ya jugaba entre viñas y merendaba pan con vino y azúcar, a los 16 años eligió cambiar de rumbo y mirar hacia el cielo: "Los primeros recuerdos que tengo del mundo del vino, que son muchos, vienen de acompañar a mi padre los fines de semana cuando tenía seis años. Una de las cosas que más recuerdo es a mi padre riñéndome cariñosamente porque, como tenía tanta curiosidad, de vez en cuando tomaba un traguillo de vino y él con su olfato privilegiado me descubría siempre [risas]. Más mayor ya lo ayudaba con las elaboraciones, y aquello me atraía muchísimo: en primer lugar porque mi padre era mi ídolo; y en segundo lugar, porque lo había mamado tanto tiempo que al final se convirtió en una pasión. En una pasión que se me quedó inoculada y que volví a retomar con el tiempo. A los 16 yo le propuse a mi padre quedarme a trabajar en la bodega, pero él me dijo que primero estudiara y que tomara la decisión después. El destino quiso que con 17 años nos dejara y fuera mi madre, Rosario Vera, quien velara por cumplir nuestras promesas".
Fue entonces cuando Miguel decidió estudiar Ingeniería Aeronáutica: "La otra pasión que tenía y que tengo todavía es la de los aviones, porque siempre me ha parecido emocionante ver cómo somos capaces de ponerlos en vuelo. Tuve la suerte de encontrar trabajo recién terminada la carrera y estuve nueve años en Sevilla fabricando aviones... hasta que surgió la oportunidad de volver a las raíces a cumplir mi segundo sueño. Puedo decir, y lo digo con muchísimo orgullo, que he hecho lo que he querido: es un privilegio haberme dedicado a las dos pasiones de mi vida".
Puzle autóctono
De vuelta en Jumilla, Miguel Gil comenzó a trabajar para García Carrión, que "fue como una universidad y me pareció una buena forma de volver a los orígenes y de trabajar en aquello que me encantaba. Durante ese tiempo, surgió de nuevo la oportunidad de retomar el negocio familiar –entonces tenía diferentes accionistas y lo llevaba mi cuñado–, y volví para hacerlo junto a mi hermano Angelillo".
Miguel Gil siempre confió en dar una segunda vida a la bodega familiar original, y después de muchas vicisitudes llegó el momento: "Nació de nuevo en 2002, y fue muy complejo para mí porque tuve que volver a empezar tres veces. La definitiva fue cuando los nueve hermanos iniciamos juntos el proyecto de Juan Gil. Nuestra intención era recuperar el negocio familiar no solamente para ganarnos la vida, sino también una justificación para podernos reunir de forma periódica. Ya no teníamos a nuestros padres, pero queríamos que la familia siguiera tan unida como cuando estaban con nosotros, con ese amor que nos habían inculcado. Y el objetivo se ha cumplido con creces porque hemos mantenido el negocio, ha crecido más de lo que hubiéramos imaginado y además nos ha seguido teniendo cada vez más unidos".
El primer paso fue crear Bodegas Juan Gil, con la idea de elaborar un vino como el que hacía su padre y perpetuar su nombre: "Por tanto, Juan Gil era para nosotros lógicamente el proyecto más importante con mucha diferencia. Jumilla estaba en cierta medida con una imagen bastante desnostada, y nos dio la impresión de que los vinos que aquí se hacían no se correspondían en absoluto con la fama que tenían". Con Bodegas El Nido, que surgió en paralelo, y sus dos vinos de alta gama, Clío y El Nido, la imagen de la D.O.P. Jumilla –Miguel Gil fue su presidente durante años– cambiaría para siempre: "Robert Parker puso 99 puntos a la cosecha 2004, y eso despertó un interés tremendo. Nuestra ilusión era estar presentes aquí en Murcia y en España con un vino de Jumilla que pudiera ser un motivo de orgullo para todos, y nuestro granito de arena para que la zona se conociera en todo el mundo".
Ateca fue en 2005 el tercer proyecto que emprendieron, atraídos por las viñas centenarias de Garnacha y los suelos de pizarra roja de Calatayud. La década de los 2000 también los llevó hasta Montsant con Can Blau: "Estos dos proyectos son también muy emblemáticos para nosotros y les guardamos un gran cariño".
El grupo familiar fue creciendo de forma sostenida, sumando piezas a un puzle hecho de terruños muy especiales: "Diferentes temperamentos de uvas autóctonas, emparentados por el mismo tronco familiar que surgió de aquellas primeras cepas", resumen en su página web.
Miguel Gil apunta que un factor esencial para entender la filosofía de Viñas Familia Gil es que se han establecido en cada zona con sus propios medios: "Y por esa razón lo hacemos despacio, conforme podemos asumir la inversión. Trabajar con viñedos que controlas, con tu propia instalación y tus técnicos, te permite hacer los vinos con el estilo en el que crees".
Los viñedos viejos en vaso de Garnacha Tintorera que estaban siendo arrancados en Almansa y que salvaguardan desde Bodegas Atalaya, esas viñas prefiloxéricas de Segovia donde nació Shaya o la bodega de Rioja Alavesa que lleva el nombre de la matriarca de la familia, Rosario Vera –"nuestro proyecto más potente desde el punto de vista sentimental"–, son otras piezas muy importantes de ese mosaico al que quizá se sumen txakolis, garnachas de Madrid o algún generoso de Jerez, "la ilusión más grande" de Miguel Gil y sus hermanos: "Pero en este momento lo prudente es esperar".
Como despedida, reflexiona sobre la desconexión generalizada con los consumidores, y aborda otro factor clave en el éxito del proyecto familiar: "Nosotros siempre hemos hecho el vino para ellos".