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El bodeguero debe tener mucho tacto a la hora de elaborar en barrica.
Todos conocemos la Clasificación de Burdeos de 1855, en la que 60 bodegas fueron clasificadas en cinco categorías de Grand cru. Pero los menos saben que también el año 1866 fue un año importante para el mundo del vino, no sólo en Burdeos. Fue entonces cuando se fijó en 225 litros el volumen de las barricas de roble en las que los bordeleses transportaban sus vinos.
A diferencia de los toneles de la Borgoña, la barrica de Burdeos tiene las duelas más delgadas. Las barricas, que tienen una influencia decisiva en el sabor del vino, hace tiempo que también se fabrican fuera de Francia. Los científicos han demostrado que el vino recibe un efecto de maduración adicional y absorbe de la madera más de 150 notas distintas de aroma y sabor. El tostado de la madera es muy importante. Según el grado de tostado, el aroma de los vinos resulta más o menos ahumado. También es decisivo para el aroma si las barricas son nuevas o usadas. El roble nuevo, tan de moda en la actualidad, influye mucho más en el vino que el viejo.
La elaboración en barrica ha transformado profundamente el estilo del vino. En Italia, Alemania y Austria, durante mucho tiempo estuvo muy extendida la creencia errónea de que la elaboración en roble nuevo mejora cualquier vino. La consecuencia fueron unos vinos absurdos sobrecargados de madera.
De hecho, sólo un vino bueno y con cuerpo gana con la elaboración en barrica, siempre que se vigile con mucho tacto el tiempo de maduración. Por el contrario, los vinos de menos cuerpo y los demasiado delicados salen perdiendo. En muchas bodegas se ha impuesto la vía del medio: una parte se elabora en barricas nuevas y la otra en barricas viejas, y de mezclan ambos antes del embotellado.