- Redacción
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- 2005-07-01 00:00:00
Quizás este título pueda llevar a un cierto equívoco, al considerar que a Pablo III le gustaba empinar el codo (lo cual no es falso); pero nuestro propósito no es demostrar una afición personal por muy digna que ésta sea, y la del vino lo es, sino rastrear, a través de algo personal, una estela de hechos que configuran y reflejan, en buena medida, toda una época. Y es que en el transcurso de la vida de Pablo III (1534-1549), en Europa se producen una serie de cambios que van a transformar toda su estructura social. Con una amplia cultura, un enérgico temperamento, un vigoroso físico y un porte aristocrático que Tiziano capta a la perfección, Pablo III es una figura histórica cuya vida se encuentra en el mismo centro de esta vorágine de cambios. Gran protector y benefactor de artistas (baste recordar su relación con Miguel y la Capilla Sixtina), promotor de excelsas obras artísticas y urbanísticas (alarga y ensancha las calles de Roma; media en el conflicto entre Francisco I y Carlos V), el 13 de diciembre de 1545 inaugura el concilio de Trento, y un largo etcétera que muestra la dimensión de su figura. Y yéndonos ya a nuestro asunto, desde hace poco tiempo, el profesor Fregoni nos relata la interesante relación que con el vino tuvo este papa, que llamó a su corte al experto en vinos, historiador y geógrafo Sante Lancerio, quien desarrolló su trabajo durante todo el pontificado de Pablo III. Su labor consistía en elegir un vino del lugar donde se encontraba Su Santidad. En Roma tenía su habitación, donde seleccionaba los vinos que le llegaban de cada país, además de los que le enviaban como donaciones u obsequios los potentados que querían agasajar a S. S. A la muerte del papa, Lancerio escribió un libro sobre los vinos de Italia dedicado al sobrino de Pablo III, el cardenal Guido Ascanio Sforza. Su título era «Giudicati da Papa Paolo III e dal suo bottigliere Sante Lancerio» (Sentencias del papa Pablo III y de su sumiller Sante Lancerio), escrito probablemente en 1559. Un auténtico tratado de todo lo concerniente al vino que asombra tanto por sus conocimientos como por lo moderno y ajustado de sus juicios. Hace Lancerio referencia a dos viajes históricos del papa: uno desde Niza a Roma y el otro desde Ferrara hasta Ancona. Los dos como mediador en las disputas del emperador Carlos V y Francisco I de Francia para intentar conseguir una tregua. Lancerio aprovechó estos viajes para conocer distintas zonas de Italia y los vinos que se producían en ellas. Analiza todos los vinos que encuentra a lo largo del camino y hace una valoración de cada uno. Entre los mejores consideraba el de Poggibonsi y el de Savona, los peores eran los de Viterbo: “No hay vinos buenos ni se puede beber el agua”. Hace repaso a los 50 vinos que recomendaba al pontífice según el estado de ánimo de S. S., la hora en que los tomaba, el tipo de comida, el día, la época del año, si era para un acto oficial o no. Hace comentarios sobre todos los vinos que se encontraban en la bodega pontificia para agasajar a sus invitados en los banquetes o para alegrar su propia existencia. Un perfecto sommelier que también analiza los vinos españoles que al parecer no eran sus preferidos. Dice que llegan poco a Roma: sólo cuando alguna nave atraca en Civitavecchia y después viaja en barca por el Tíber hasta el puerto de Ripa en Roma.