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El Corbacho: la “aprobación” del vino mundano

  • Redacción
  • 2005-04-01 00:00:00

Enclavado entre el año 1398 y el 1468, Alfonso Martínez de Toledo se nos presenta como una encrucijada, llena de contradicciones, repleta de la nueva vida que se avecina, rebosante de plasticidad en la descripción de la realidad vivida. A través de su crítica cáustica y desenfadada desfilan tipos y caracteres que nos regocijan, nos divierten y nos conducen al corazón mismo de aquella sociedad. De la sociedad al menos que el Arcipreste vivió y disfrutó (sólo tenemos que recordar su larga estancia en tierras valencianas y catalanas). Y es que cuando “reprueba” nuestro autor, esa su reprobación se convierte más en una aprobación. Por esto cuando nos dice: «Te doy otro consejo, y tómalo por Dios, y habrás mucho remedio y consolación. Huye y evita siete principales cosas, a lo menos: primero, huye comer y beber suntuoso de grandes y preciosas viandas. Segundo, huye vino puro o inmoderadamente bebido; que esto es incitativo de arder de lujuria, según los canónicos derechos dicen.», debemos pensar que nos está exhortando a todo lo contrario: a que no nos privemos de esos placeres. Si así no fuera, mal se entenderían sus últimas palabras: «Mas, con arrepentimiento demando perdón de ellas, y me lo otorguen o que quede el libro y yo sea mal quisto para mientras viva de tanta linda dama, o que pena cruel sea… Pero ¡guay del cuitado que siempre solo duerme con dolor de ajaqueca y en su casa rueca nunca entra todo el año! Este es el peor daño.» De este modo el quinto pecado se nos convierte en toda una esplendorosa gama de disfrute gastronómico: «De este no se puede excusar el que ama o es amado de muchos excesivos comeres y beberes en yantares, cenas y placeres con sus coamantes, comiendo y bebiendo ultra mesura; que allí no hay rienda en comprar capones, perdices, gallinas, pollos, cabritos, ansarones -carnero y vaca para los labradores-, vino blanco y tinto, ¡el agua vaya por el río!, frutas de diversas guisas, vengan doquiera, cuesten lo que costaren. En la primavera barrines, guindas, ciruelas, albérchigas, higos, brevas, duraznos, melones, peras vinosas y de la Vera, manzanas jabíes, romíes, granadas dulces y agridulces y acedas, higo doñengal y uva moscatel», y un delicioso y largo etcétera que conduce inexorablemente a otra gama de parecidos placeres: «Por ende conviene después de mucho comer y de mucho beber muchas diversas y preciosas viandas lujuria cometer. Y de todo esto el desordenado amor causa fue. Pues verás cómo el que ama, amando, gula por fuerza ha de cometer.» Y también la mujer, que para la mayoría de los críticos el Arcipreste tanto denosta, se nos convierte en una figura ejemplar en cuanto a disfrute de la vida se refiere: «Si la mujer se mete en el vino, en beber demasiado, ser grande embriaga duda no es en ello. Que no es mujer si en el vino bebiendo tome placer, que si cincuenta comadres fuere a visitar que caritativamente todavía con ellas no tome su bendita colación… Primeramente, desde tercia adelante que ya bebido ha, con el quemor que el mucho beber de antenoche le dio, comienza a escalentarse y su entendimiento a levantarse; y alza los ojos al cielo y comienza de suspirar, y abaja la cabeza luego y pone la barba sobre los pechos, y comienza a sonreír, y habla más que picaza, y da ruido y vocea con cuantos ha de hacer». No hay duda de que nuestro autor tuvo que vivir estas situaciones mundanas, y de que las disfrutó hasta el último suspiro.

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