- Redacción
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- 2004-12-01 00:00:00
Dejadme que haga un viaje en el tiempo para rastrear y a examinar a fondo si el vino ha tenido esa importancia que le damos en los procesos y momentos centrales de toda nuestra cultura. Y para ello partimos de Ebla, “la gran sorpresa de la historia del Próximo Oriente Antiguo”. Nos situamos en el corazón mismo del inicio de nuestra civilización, un punto de partida para poder evaluar, con cierta nitidez y seguridad, si el vino está ya presente en los albores de lo que éramos y, por supuesto, somos; para evaluar la importancia del vino y todo lo que le rodea, como un elemento fundamental cuya existencia supone adentrarnos en los complejos mecanismos de transformación que nos llevan al centro neurálgico de nuestra civilización. Un momento en el que el mundo humano empieza a dejar de ser un mundo puramente físico para pasar a ser un mundo físico humano; es decir, un mundo que está construido, en gran medida, por la técnica productiva del hombre, y cuya misma existencia va a depender de la continuada asistencia del hombre. Ebla, situada en una zona geográfica que había quedado completamente en la oscuridad respecto al Egipto de los faraones y a la Mesopotamia de los sumerios, era el área que los romanos denominaron el “Creciente fértil”, en donde se produjeron las dos grandes revoluciones de la humanidad: la “Revolución neolítica” (9000 a.n.e) y la “Revolución urbana” (3000 a.n.e.); dos procesos que nos conducen directamente hasta nuestros días. Se nos muestra Ebla como una verdadera potencia que, en modo alguno, desmerece de Egipto y de la Mesopotamia sumeria. El progreso de la civilización preclásica ha tenido en este lugar uno de los pivotes fundamentales de su desarrollo. Con la Ebla del III milenio se recuperó un eslabón que completaba la cultura del “Creciente fértil”. Gracias a los archivos descubiertos en época muy reciente, Ebla aparece como la capital de un gran reino; un centro con un comercio exterior muy desarrollado que sustentaba su economía y riqueza. Un centro cultural de primer orden por el que desfilaron sabios de tierras lejanas. En la Puerta monumental se han identificado cocinas palatinas; una cocina con una serie de ocho hornos alineados uno junto al otro, con la jarras de cocción aún en su lugar. Aparte de otros dos edificios que tenían que ver con la principal tarea de los eblaítas: el comercio. Todos los hallazgos, tanto pequeños como grandes: joyas de oro, piedras preciosas, armas de bronce, ricos vestidos, etc., un modelo para el resto de sociedades que la rodeaban. Todo nos lleva a considerar a Ebla como una civilización urbana en su pleno desarrollo. Una de nuestras primeras civilizaciones urbanas, y ya, como no era menos esperar, encontramos la cultura del vino, plenamente desarrollada, como un factor determinante de civilización y pieza esencial de su desarrollo desde cualquier punto de vista que se enfoque la evolución de su sociedad. En Ebla se practicaba la viticultura, y el vino se tenía en un alto grado de estima, y sus vinos era muy apreciados; buena prueba de ello es que incluso se llega a enviar vinos a la capital de otro reino, Nagar, a propósito de los festejos del propio soberano.