- Redacción
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- 2009-11-01 00:00:00
Quien haya resistido una cata amplia de vinos tintos muy coloreados, como los de Toro o Priorat, por ejemplo, se habrá percatado de que sus dientes se tiñen, se oscurecen. Aunque no está claro el origen de las manchas en los dientes, según algunos dentistas, las provocadas por el vino, el té, el tabaco, incluso algunas bebidas isotónicas (manchas naranjas en adolescentes), se pueden solucionar con un efectivo cepillado inmediatamente después de tomar estos productos. Como curiosidad, debemos saber que el dentífrico no es imprescindible, aunque la publicidad que lo rodea casi nos haga creer que es primordial en el cuidado de la dentadura. No hace tanto tiempo que los dientes se cepillaban sin nada. No es el dentífrico, ni el enjuague el que aporta salud a nuestros dientes: es el cepillado. El correcto cepillado consistiría en aplicar muy poca pasta de dientes y cepillarnos en la parte superior, de arriba abajo, cogiendo parte de las encías y estimulando los tejidos blandos; después, en la parte inferior, igualmente, de abajo arriba. Y lo mismo en el interior. Muchos de los trastornos habituales en los dientes derivan de un mal cepillado. Sin embargo, hay otro tipo de manchas que se las asocian injustamente a las motivos que hemos citado anteriormente. Por ejemplo, algunas manchas grises que aparecen en personas mayores que ni fuman ni beben son debidas a las pastillas de hierro. La famosa tetraciclina, un medicamento muy usado antiguamente, produjo manchas marrones-claras en los dientes, mientras que la falta de calcio puede provocar manchas blancas tanto en los dientes como en las uñas. Un diente perfecto debería tener un color amarillo claro, señal de buena mineralización. La actual moda del blanqueamiento puede seducir a muchos, pero la mayoría de los dentistas no lo recomiendan. Una o dos limpiezas al año serían más que suficientes. En el mercado existen diversos blanqueadores, como el popular gel (peróxido de hidrógeno o de carmamina), que actúan sobre el diente desmineralizándolo y volviéndolo poroso para que pueda penetrar en él el esmalte y blanquear el diente. El efecto blanqueante no es eterno y necesita renovación. Pero, ¿cuál es el límite? Se recomienda hacerlo sin llegar a notar sensibilidad en los dientes. El exceso o la obsesión hace a los dientes más porosos, los desgasta y los vuelve más sensibles al frío o al calor.