- Redacción
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- 2009-01-01 00:00:00
Ya en otra ocasión trajimos a estas páginas a Jan Brueghel el Viejo. Esta vez viene de nuevo a propósito de esta magnífica pintura de la serie Los sentidos -en este cuadro, el sentido representado es El gusto-. Atiborra nuestra mirada de alimentos y bebida con un tímido fondo de naturaleza y casas que llenan la escena. Si nos fijamos atentamente, pocos alimentos faltan. Sobre los que están encima de la mesa, no es necesario hablar de su bondad. Y siempre es una mujer la que degusta, escucha... Ellas parecen estar mejor dotadas para disfrutar de los verdaderos placeres de la vida. Ella es el motivo principal del cuadro. Pletórica de formas, se dispone a llevar un trozo de comida a la boca, y con su mano izquierda tomará el licor que en abundancia le está sirviendo un bien formado sátiro. Parece que para atestiguar el gusto, para saber hasta qué punto puede llegar la sutileza y el alcance de sus poderes, no existe nada mejor que degustar una buena bebida, y es que la bebida sobresale por encima de los alimentos. Los dos personajes toman contacto físico con los objetos que contienen bebida, convirtiendo a ésta en uno de los ejes centrales sobre los que pivota nuestra existencia terrenal. No existe ninguna clase de exaltación mística o extraña. Ella se dispone a satisfacer uno de sus sentidos sobradamente; sus espléndidas formas nos indican que se encuentra bien dotada para ello y su postura, inclinada hacia delante, nos da a entender todo lo que para ella supone lo que está haciendo. Va a beber de manera concentrada, como mandan los cánones; Brueghel capta uno los instantes cotidianos que resaltan la existencia corporal de la vida humana con un ojo intransigente, inexorable. La pretendida alegoría de la escena no es más que un pretexto plástico para mostrarnos dos de nuestras costumbres, y necesidades, más significativas: el beber y el comer. El sátiro que escancia la bebida lo hace con concentrada atención, con mimo, como si su vida misma estuviera en juego en este acto. Además, aparecen en el cuadro colores potentes y, a la vez, cálidos, que envuelven a los personajes y realzan su importancia. Aunque el elenco de alimentos y la cantidad de bebida que se sirve sean opulentos, el escenario está impregnado de una normalidad que Brueghel eleva a una categoría superior -el gusto como idea- que ha tomado jerarquía dentro del mundo teórico. Una idea que, a partir de esta época, tendrá una relevancia cada vez más importante y que, como vemos, hunde sus primeras raíces en el beber y el comer, aunque posteriormente se trasvase hacia el mundo del arte y las costumbres.