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De tabernas con la Pícara Justina

  • Redacción
  • 2007-05-01 00:00:00

Por mucho que se empeñen nuestros salvapatrias en amargarnos nuestra breve existencia con prohibiciones de todo tipo, a lo largo de nuestra historia siempre ha existido una exultante vida que transcurre por derroteros extraoficiales. Este es el caso del “Libro de entretenimiento de la Pícara Justina” (1605), cuya autoría apunta a un fraile dominico y profesor de Teología de la Universidad de Valladolid que, a causa de sus hábitos, no pudo publicar con su nombre una obra un tanto licenciosa en torno a Justina, una mujer en la que la moralidad está ausente. La vida de Justina tiene su epicentro en los mesones, y en ellos el vino encuentra sus reales aposentos. El beber es la pauta de referencia a partir de la cual se encadenan los mejores placeres y momentos de su vivir: «Si dan a la diosa del pan, que es Ceres, y al dios del vino, que es Baco, perrillo y mona, es porque se eche de ver que en habiendo que comer y que beber, luego se sigue el haber entretenimientos, juegos; y burlas, conforme al dicho de un poeta, que dijo: Armas de Ceres y Baco, mona y perrillo, y por qué. Sin Baco y Ceres Son de sobra gustos, juegos y mujeres.» La carencia de vino hunde al más templado en la deshonra total: «Traer vino. Tened mejor ojo que esta bobitonta. Cuando algún huésped os dijere que le vais por vino, preguntalde en alta voz que la oyan todos: -Señor, ¿cuánto quiere v. m. que le trayan de vino? Que es buena treta (la cual llamaba un pariente mío la treta del atambor), porque los huéspedes, parte por vergüenza de ver gran jarro, parte porque no piensen que son mezquinos y acreditarse de liberales, envían por más vino del que han menester. Y hacen bien que, si el vino es bueno, jamás se pierde, y aunque sea malo, sirve para lechugas.» Incluso el hombre más simple tiene claro que a través del vino puede llegar a alcanzar favores de otro modo inalcanzables: «Él era bobo en grado superlativo. Tantas veces le deseché, que él se echó a pensar una traza con que me obligar, y fue que, echando mano a la cinta, desenvainó una botilla de vino, y de la faltriquera un zancarrón de tocino envuelto en un cernadero. Y con la bota en la mano me saludó diciendo: -Vida, mire qué belleza. Viva y beba, que es rico, rico, rico.» El vino también sirve como metro de medida moral: «Somos las mujeres como mosquitos, que se van con más deseo al vino más fuerte en que más presto se ahogan. Somos como rabos de pulpo, que quien más le azota, le come mejor sazonado.» Y, como dato curioso, a los asturianos nos deja bastante bien parados en cuanto a vinos se refiere: «Les hizo andar deste traje, y no, como algunos maldicientes dicen, el haber salido de Asturias los que inventaron los cueros para el vino y las coronas para Baco. Mas no por eso niego que el Baco tenga allí y haya tenido jurisdición y gran parte de su real patrimonio, no digo en vivos, sino en vinos.»

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