- Redacción
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- 2007-04-01 00:00:00
Pocos personajes a lo largo de la Historia han levantado tantos comentarios, tanto de admiración como de crítica, como Talleyrand. El juicio de G. Sand puede resumir bastante bien las opiniones que sobre él se han vertido: «Una excepción de la naturaleza, una monstruosidad tan extraña que el género humano, despreciándole, le ha contemplado con una imbécil admiración». De familia aristocrática, a los 17 años ingresa en el seminario, y ya en esta época frecuentaba a una actriz con asiduidad. Llega a ser obispo de Autun, pero abandona el estado eclesiástico (el papa Pío VI le excomulga), y se dedica a la política, a los negocios y al goce pleno. Para todas sus ambiciones se sirvió siempre de las mujeres, de la comida y, por supuesto, del vino. A las primeras, en palabras de Mme de La Tour du Pin, las fascinaba y seducía como «el pájaro que queda fascinado por la mirada de la serpiente». Sus amantes no se cansaron de adularle y cortejarle hasta su vejez. Incluso la incomparable Madame Staël sintió una verdadera pasión hacia él, hasta el punto de llegar a decir: «Si Talleyrand estuviera en venta, sería capaz de arruinarme para comprarlo.» En la segunda de sus facetas, la gastronómica, fue un maestro indiscutible. Con su exacerbado gusto y exquisitez llegó a implantar en sus comidas la mejor cocina de Europa. Baste decir que es Talleyrand quien tiene a su servicio, a uno de los grandes de la historia de la gastronomía, el excelso Câreme. A través del paladar ejercía sus dotes de embajador, tan apreciadas por Napoleón. En su fabuloso castillo de Valençay, con 120 km. de terreno a su alrededor, y junto a Câreme, codificó la comida y bebida francesa en un registro incomparable. La bebida servida siempre en cristalerías envidiables; desde bien joven ya había degustado los prestigiosos vinos de Champagne, siendo abad de Périgord. Su fidelidad por vinos españoles es proverbial, un representante del emperador de Alemania señala cómo en una de las comidas de Talleyrand “sólo se sirvieron vinos finos de madera”, su pasión: “Mi vino de Jerez no ha llegado aún. Quizás sea necesario decirle a M. Delessert que escriba a Nantes para saber la causa de este retraso”. Propietario de un espléndido dominio bordelés, elbora sus propios vinos, y en Valençay cultivaba viñedos que daban un excelente vino: “Se servirá vinos de ordinario vinos de Valencia en todas las mesas, y también de Borgoña”. Parte de sus vinos los conservaba en el castillo, parte en la “La buvette”, una cava en las grutas adyacentes al parque de su castillo. Curiosamente, no era muy amante de los vinos de Burdeos. Y así nos lo pintan después de una de sus copiosas comidas: «Sentía una excitación física que le hacía olvidar su impasibilidad habitual. Su rostro se coloraba, sus ojos se animaban, sus movimientos eran bruscos, su voz más fuerte…»