- Redacción
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- 2007-02-01 00:00:00
No le placía a Degas enfrentase a la naturaleza como lo hacían la mayor parte de sus contemporáneos: «No quiero perder la cabeza frente a la naturaleza», decía. Lo suyo era empaparse de “modernidad” y admirar las manifestaciones de la vida urbana, con mirada escéptica. Y buena prueba de ello es este cuadro (fragmento), “Bebedores de absenta”, fiel compendio de una nueva manera de entender la relación del hombre con la bebida a lo largo del siglo XIX. Un siglo en el que nace el alcoholismo como concepto y el bebedor solitario como una nueva figura humana. Se desata una campaña contra el alcohol y sus funestas consecuencias, vinculada, casi siempre, a una pretendida inmoralidad obrera y, por supuesto, a un alcoholismo mundano que se extiende con rapidez. Y entre las bebidas que sufren los ataques más duros se encuentra la absenta. Cuando Degas pinta el cuadro su consumo estaba bastante generalizado, sobre todo entre los bohemios, intelectuales… Se cuenta cómo Toulouse-Lautrec salía de casa siempre provisto de una cierta cantidad de absenta que colocaba en un hueco del mango de su bastón. Y que este licor tiene una larga historia, muy ligada a la propia historia de Francia, rodeada de un cierto componente histérico. Incluso un grupo investigador de la Universidad de Newcastle ha descubierto que alguno de sus componentes se relacionan con los receptores de la acetilcolina, que funciona como un neurotransmisor. Volviendo a nuestro cuadro, existe en él esa mutación de la imagen del bebedor tradicional, “bonachón, expansivo y alegre”, por otro en el que la embriaguez se interioriza en una suerte de absorción solitaria que refleja un malestar vital. Además, se impone la bebida como algo relacionado con cualquier tipo de acontecimiento feliz. Son muchas, sin duda, las causas que dan lugar a un aumento progresivo de consumo del alcohol, ligadas, todas ellas, a una nueva vida cuyo bienestar material creciente no ha encontrado aún unas formas de ocio, acordes con los tiempos que corren. Degas capta, además, la presencia activa de las mujeres en los cafés parisinos y su incorporación pública a una forma de vida para ellas hasta ahora vedada. Los dos personajes no se miran, ausentes uno del otro, como si “El hada verde” (así se denominaba la absenta), con su sabor anisado y su fondo amargo de tintes complejos se hubiera apoderado de sus mentes, y los hubiera retrotraído a tiempos en los que la bebida era una ofrenda ritual, rodeada de un ceremonial que alcanzaba incluso al modo de servirla: en vasos muy variados y exóticos, junto con la típica cuchara diseñada con perforaciones en la cazoleta. No debe extrañar que Van Gogh, ebrio de absenta, se cortara el lóbulo de la oreja y se la diera a una joven meretriz, y que Picasso la elevara a tema magistral en varias de sus obras.