- Redacción
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- 2006-11-01 00:00:00
Desde mediados del siglo II a.n.e. hasta el cambio de era se producen los mayores cambios en la elaboración y consumo del vino, cambios que resultaron fundamentales para que el vino tuviera una calidad cada vez mayor. Diodoro constata este cambio y nos dice: «Entre los vinos, el que no ofrecía más que un agrado mediocre era despreciado, mientras que el Falerno, el Chío y todos sus rivales eran objeto de un consumo sin freno, así como los mejores pescados y otras delicadezas de la mesa». A Publio Ovidio Nasón le toca vivir este cambio vinícola, una vida que bien podríamos denominar placentera. Un tanto libertino y adinerado, su popularidad no se ha resistido a lo largo de la historia. Y como amante del bien vivir, el vino le sirve como medio de comunicación en sus aventuras amorosas: «Preséntate antes que tu marido…, y ocultamente roza mi pie… Sin hablar, expresaré mis pensamientos con el gesto, y leerás palabras en mis movibles dedos y en las gotas de vino que vierta sobre la mesa», hasta el punto de convertirse en pura tinta expresiva: «Tus ojos no supieron callar, trazaste con vino en la mesa lo que querías, y hasta tus dedos se convirtieron en letras. No os riáis a mi costa; he comprendido vuestros coloquios, descifré las palabras ocultas en las señas que habíais convenido». El vino, empleado arteramente, es también un aliado para conseguir el fin deseado: «Insta a tu marido a que beba sin cesar, mas no acompañes tus ruegos con los besos; mientras bebe, echa furtivamente vino en la copa, y cuando caiga amodorrado por el vino y la embriaguez, tomaremos consejo del lugar y la ocasión». Acompañante fiel de los momentos inolvidables: «Así, el amor, un poco de vino en la cabeza y la guirnalda que se deshoja en mis cabellos perfumados, son mis únicos compañeros… Las horas de la noche vuelan; corre el cerrojo de la puerta.», el vino, con el amor y la noche, rompen las barreras de la moderación y del miedo: «La noche, el amor y el vino nunca dan consejos de moderación: aquélla desconoce el pudor, el vino y el amor desafían al miedo». El vino, dulce bálsamo que cuida y envuelve nuestras vidas, nos resguarda de los avatares que zarandean nuestra existencia: «El vino predispone los ánimos a inflamarse enardecidos, ahuyenta la tristeza y la disipa con frecuentes libaciones. Entonces reina la alegría; el pobre, entonces, se cree poderoso, y entonces el dolor y los tristes cuidados desaparecen de su rugosa frente; entonces descubre sus secretos, ingenuidad bien rara en nuestro siglo, porque el dios es enemigo de la reserva.» Pero, ante todo, el vino es el compañero y aliado. Por eso es necesario establecer una estrategia en la que todo es lícito: «Así, cuando asistieres a un festín en que abunden los dones de Baco, si una muchacha que te atrae se coloca cerca de ti en el lecho, ruega a este padre de la alegría, cuyos misterios se celebran por la noche, que los vapores del vino no lleguen a trastornar tu cabeza… escribe en la mesa con gotas de vino dulcísimas ternuras, en las que tu amiga adivine tu pasión avasalladora, y clava en los suyos tus ojos respirando fuego... Arrebata presuroso de su mano el vaso que rozó con los labios, y bebe por el mismo lado que ella bebió… Ingéniate, asimismo, por ganarte al esposo de tu amada; os será muy útil a los dos el tenerlo por amigo… Concédele la honra de beber primero y regálale la corona que ciñe tu cabeza; ya sea tu igual, ya inferior a ti, déjale que tome de todo antes y no dudes dirigirle las expresiones más lisonjeras.»