- Redacción
- •
- 2006-06-01 00:00:00
Comentábamos en el artículo anterior esa dualidad significativa que posee el vino en la Biblia: «Diles esto a los israelitas: Si un hombre o mujer se decide a hacer voto de nazir, consagrándose a Yahveh, se abstendrá de vino y de bebidas embriagantes. No beberá vinagre de vino ni de bebida embriagante; tampoco beberá ningún zumo de uvas, ni comerá uvas, frescas o pasas.» En situaciones “profanas” el vino supone uno de los grandes bienes de los hombres, y su carencia se considera como una de las mayores pérdidas que el hombre pueda tener: «Echarás en tus campos mucha semilla y cosecharás poco, porque la asolará la langosta. Plantarás y cultivarás viñas, pero no beberás vino ni recogerás nada, porque el gusano las devorará.» Una pérdida que sólo tiene comparación con una de las grandes catástrofes de la Humanidad: «Porque su viña es viña de Sodoma y de las plantaciones de Gomorra: uvas venenosas son sus uvas, racimos amargos sus racimos; su vino, un veneno de serpiente, mortal ponzoña de áspid.» Sin embargo, cuando es necesario destacar el lado alegre de la vida, el vino ya no aparece ligado a ninguna clase de maldición sino a situaciones en las que sólo campea el puro disfrute: «Había colgaduras de lino fino, de lana y de púrpura violeta, fijadas, por medio de cordones de lino y púrpura, en anillas de plata sujetas a columnas de mármol blanco; lechos de oro y plata sobre un pavimento de pórfido, mármol, nácar y mosaicos. Se bebía en copas de oro de formas diversas, y el vino ofrecido por el rey corría con regia abundancia. Cuanto a la bebida, a nadie se le obligaba, pues así lo había mandado el rey a los oficiales de su casa, para que cada cual hiciese lo que quisiera.» El vino es el remedio genuino que sirve de eficaz alivio a las situaciones penosas de la vida humana: «Dad bebidas fuertes al que va a perecer y vino al de alma amargada; que beba y olvide su miseria, y no se acuerde ya de su desgracia.» Es la recompensa que ofrece el mismo Dios cuando sus seguidores han cumplido con sus deberes: «Anda, come con alegría tu pan y bebe de buen grado tu vino, que Dios está ya contento con tus obras.» Y cuando se quiere alabar a la persona amada se escoge el vino como término de comparación supremo, como es el caso de este deslumbrante texto: «Tu ombligo es un ánfora redonda, donde no falta el vino. Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado. Tus dos pechos, cual dos crías mellizas de gacela… ¡Sean tus pechos como racimos de uvas, el perfume de tu aliento como el de las manzanas, tu paladar como vino generoso! Él va derecho hacia mi amado, como fluye en los labios de los que dormitan.» Será nuestra vida breve, tacaña en cuanto a goce se refiere, pero es necesario apurarla todo lo que se pueda, absorver hasta la última gota de su esencia, y para ello ahí está el vino que nos ayudará a alcanzar esas briznas espléndidas de gozo: «Paso de una sombra es el tiempo que vivimos, no hay retorno en nuestra muerte; porque se ha puesto el sello y nadie regresa. Venid, pues, y disfrutemos de los bienes presentes, gocemos de las criaturas con el ardor de la juventud. Hartémonos de vinos exquisitos y de perfumes, no se nos pase ninguna flor primaveral, coronémonos de rosas antes que se marchiten; ningún prado quede libre de nuestra orgía, dejemos por doquier constancia de nuestro regocijo; que nuestra parte es ésta, ésta nuestra herencia.» Y es que el vino es la verdadera vida misma, metamorfoseada en líquido: «Como la vida es el vino para el hombre, si lo bebes con medida. ¿Qué es la vida a quien le falta el vino, que ha sido creado para contento de los hombres? Regocijo del corazón y contento del alma es el vino bebido a tiempo y con medida.»