- Redacción
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- 2006-05-01 00:00:00
La ambigüedad que pueda resultar para un creyente cristiano enfrentarse ante el vino, es de sobra evidente cuando repasamos las miles de hojas que opinan sobre los males que el vino acarrea; en muy pocas ocasiones se resaltan sus beneficios. Los textos en los que aparece el vino en la Biblia son muy abundantes, y de ellos, en general, no se extrae una idea tan negativa como suele pintarse. «Bebió del vino, se embriagó, y quedó desnudo en medio de su tienda. La mayor dijo a la pequeña: Nuestro padre es viejo y no hay ningún hombre en el país que se una a nosotras, como se hace en todo el mundo. Ven, vamos a propinarle vino a nuestro padre, nos acostaremos con él y así engendraremos descendencia». El vino que facilita una relación incestuosa es, en este contexto, el causante del rompimiento estrepitoso de una de las columnas de nuestro ser cultural. Sentido, pues, negativo en este primer texto. Como en otros: «Diles esto a los israelitas: Si un hombre o mujer se decide a hacer voto de nazir, consagrándose a Yahveh, se abstendrá de vino y de bebidas embriagantes. No beberá vinagre de vino ni de bebida embriagante; tampoco beberá ningún zumo de uvas, ni comerá uvas, frescas o pasas». Sin embargo, cuando aparecen los momentos gozosos y fulgurantes de la vida, el vino se nos ofrece como recompensa: «Allí emplearás este dinero en todo lo que desees, ganado mayor o menor, vino o bebida fermentada, todo lo que tu alma apetezca. Comerás allí en presencia de Yahveh tu Dios y te regocijarás, tú y tu casa.» No hay, en este texto, atisbo alguno de que el vino sea algo pernicioso. Es una causa de alegría y regocijo, y cuando esto sucede la vida social se desborda por doquier: «…traían víveres en asnos, camellos, mulos y bueyes; provisiones de harina, tortas de higos y pasas, vino, aceite, ganado mayor y menor en abundancia; pues reinaba la alegría en Israel.» Y también, socialmente, el vino forma parte de los determinantes esenciales, básicos, de la civilización: «…la hierba haces brotar para el ganado, y las plantas para el uso del hombre, para que saque de la tierra el pan, y el vino que recrea el corazón del hombre, para que lustre su rostro con aceite y el pan conforte el corazón del hombre». Y nunca falta en los aprovisionamientos: «Tomó Abigaíl a toda prisa doscientos panes y dos odres de vino, cinco carneros ya preparados, cinco arrobas de trigo tostado, cien racimos de uvas pasas y doscientos panes de higos secos, y lo cargó sobre unos asnos». Y a nivel personal, cuando se encuentran esos chasquidos fugaces de vida que te elevan a cimas inimaginables, aparece de nuevo el vino con todo su poder revitalizador: «Díjole Holofernes: ¡Bebe, pues, y comparte la alegría con nosotros! Judit respondió: Beberé señor; pues nunca, desde el día en que nací, nunca estimé en tanto mi vida como ahora. Y comió y bebió, frente a él, sirviéndose de las provisiones que su sierva había preparado. Holofernes, que se hallaba bajo el influjo de su encanto, bebió vino tan copiosamente como jamás había bebido en todos los días de su vida». Carlos Iglesias