- Redacción
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- 2002-10-01 00:00:00
En los viñedos centroeuropeos, junio es un mes con enorme importancia para el ciclo vegetativo de la vid. Después de que en abril y mayo comenzara el crecimiento visible en la cepa, se produce la floración. En esta etapa, los vinicultores confían en que el tiempo no les juegue malas pasadas. A finales de julio de 2001, una tormenta de granizo acabó con todas las esperanzas para la primera cosecha del joven viñedo de un vinicultor aficionado. Cuando terminó el pedrisco, las vides ofrecían un aspecto lamentable: las delicadas flores estaban destrozadas, y la esperanza de una buena cosecha se había desvanecido por completo. Esto, que para un cultivador aficionado no resultó excesivamente dramático, constituye una catástrofe absoluta para cualquier vinicultor profesional. Si el tiempo no acompaña durante la floración –esto es, si se producen fuertes lluvias o temporales–, la probabilidad de una cosecha normal disminuye sensiblemente. Sin embargo, un poco de viento o agua es perfectamente admisible. Efectivamente, si sólo se caen algunas de las afiligranadas inflorescencias, posteriormente habrá menos racimos en la cepa. En ese caso, los productores orientados hacia la calidad pueden en ocasiones prescindir de la entresaca necesaria para respetar los volúmenes máximos de producción por hectárea. Algunas variedades son más sensibles a la influencia del tiempo que otras. Así, las uvas Auxerrois, Malvasier, Gutedel, Chasselas, Muskateller, Traminer, Frühburgunder o Saint Laurent se caen con especial facilidad con la lluvia o el viento. Pero si todo sigue su curso normal, entre seis y diez semanas tras la brotación en abril, cada botón habrá dado lugar a varias estructuras similares a racimos, las inflorescencias, que contienen entre 250 y 600 minúsculas flores según la variedad. Sus glándulas de néctar, o nectarios, producen un aroma característico. Cada flor tiene cinco pétalos verdes que, sin embargo, no se abren sino que se unen formando una especie de caperuza que se cae al estirarse los cinco estambres. Esto ocurre en cuanto penetra en el estigma polen de la propia flor, con lo que tiene lugar la fecundación. En las siguientes semanas, las inflorescencias se desarrollan para dar lugar a racimos de uva. Si la floración es tardía, por ejemplo debido al frío, la fase de maduración de los racimos es más corta. Esto puede afectar a la formación de azúcar en las uvas, y por consiguiente a la calidad del material. Por lo tanto, en la etapa de floración ya se decide en gran medida si una añada será buena o mala. Por lo demás, las viñas europeas son hermafroditas: sus órganos masculinos son los estambres y los femeninos el pistilo con el ovario. Por ello, a diferencia de algunas viñas silvestres o americanas, no necesitan del viento ni de los insectos para su fecundación.