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Se equivocan quienes creen que el vidrio es neutral a efectos del sabor. Incluso copas carísimas absorben los aromas del entorno como una esponja.
«¡Demonios, este vino apesta!» El aficionado acaba de introducir la nariz en la copa y se lleva una muy desagradable sorpresa. Examina con suspicacia la etiqueta aparentemente fiable y empieza a pensar qué fallo puede tener el contenido de la carísima botella que acaba de abrir: ¿corcho, sulfhídrico, acidez volátil, moho...?
Pero a menudo es injusto sospechar del vino. También puede ser la copa la que tiene un problema. Aunque hace años que se investiga la forma óptima de las copas, no es posible evitar que el propio material absorba olores del entorno.
Incluso los profesionales lo olvidan a menudo. Así, en ocasiones pueden verse en ferias vinícolas copas colocadas cabeza abajo sobre plásticos o mesas de madera barnizada. En los restaurantes no es infrecuente que se coloquen con el cáliz hacia abajo sobre bayetas húmedas. A los pocos minutos huelen a plástico o a barniz, o permiten adivinar el lavavajillas empleado. Las copas guardadas en armarios o cajas también huelen a menudo a cerrado.
¿Cómo puede evitarse esto? Olfatee la copa antes de llenarla. Si no es absolutamente inodora, lávela con agua corriente o con el vino que va a catar. Esto último se denomina técnicamente «envinar». Si tiene usted prisa, también puede limpiarla con aire: tome una copa en cada mano por el pie (como si fuera un sheriff con sus revólveres) y múevalas rápidamente de forma que se oiga silbar el aire. Pero hágalo con cuidado para evitar catástrofes...