- Redacción
- •
- 1997-12-01 00:00:00
La utilización del corcho como sistema de taponar las botellas de vino supuso una auténtica revolución. Hay quien lo achaca a Dom Perignon; lo cierto es que su práctica no empezó a ser habitual hasta mediados del S. XVIII. Gracias a las características especiales e irrepetibles del corcho, su gran porosidad, resistencia, impermeabilidad, elasticidad y estabilidad química, el vino, que es un organismo vivo, respira y evoluciona, aunque también puede enfermar, y finalmente muere.
El corcho permite un sutil pero vital intercambio entre el aire contenido en sus celdillas y los componentes del vino, posibilitando una lentísima óxido-reducción que genera el característico buqué de los vinos con crianza en botella. Además, en contacto con el vino, se hincha, impidiendo el paso del aire.
Se elabora con la corteza del alcornoque (Quercus suber) que se extrae durante el verano, operación que se realiza en cada árbol cada ocho o diez años. Pero no toda la corteza del alcornoque vale para obtener un buen corcho; de hecho, sólo se utilizan las planchas centrales de la corteza del árbol. Una vez desprendida esta corteza, hay que secarla o “curarla” al aire libre. Este proceso de “curado” es esencial para la futura calidad del tapón, por lo que debe durar cerca de los dos años en el caso de los mejores. Una vez curado, las cortezas se someten a un proceso de inmersión en agua hirviente durante unas 3 horas para desinfectarlas, al tiempo que se facilita la eliminación de ciertas sales minerales y taninos. El corcho se hace más suave y neutro, aumentando su espesor en un 15%. Finalmente, se estabiliza antes de su manipulación.
Los corchos tendrán distinta longitud según el destino del vino, oscilando entre los 60 y los 45 mm. Así, para una larga crianza debe ser mayor y algo más grueso que el de un vino joven. Un tapón más pequeño y estrecho de lo aconsejable puede producir el fenómeno de “goteo”, o pérdida de líquido. Un buen tapón tiene una vida útil entre 15 y 30 años, pasados los cuales se reseca y comienza a descomponerse.
El corcho también puede ser responsable de una contaminación conocida como “gôut a bouchon”, que aporta al vino un aroma inconfundible de humedad. Sobre su causa hay distintas teorías, aunque la más aceptada es la que carga la culpa sobre un hongo microscópico (Armillaria medea). Cuando una botella tiene gusto a tapón no queda otra solución que desecharla.