- Redacción
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- 1998-05-01 00:00:00
Pocas plagas han tenido tanta importancia económica como la de la filoxera. Este maligno insecto, cuyo nombre científico es “Philloxera vastatrix”, resultó finalmente providencial para la viticultura española a la que, previamente, sumió en la catástrofe. Pero de su voraz mordisco nacería la moderna forma de elaborar y criar vinos en nuestro país. Por ejemplo, en Rioja se inició, de la mano de profesionales bordeleses, la moderna elaboración y crianza de vino tinto por exigencias del mercado francés anulado por la filoxera. Desde entonces, el vino riojano ha sido el espejo y modelo donde se han mirado el resto de nuestros tintos, con mayor o menor fortuna.
Lo curioso es que este pulgón parásito, que estuvo a punto de acabar, a mediados del siglo pasado, con todas las cepas europeas, llegó a nuestro continente en 1863, con algunas cepas americanas traídas para un jardín botánico inglés. Sólo hicieron falta unos pocos años, cinco en concreto, para que atravesara el Canal de La Mancha, cebándose en el viñedo bordelés primero, y en el resto de los europeos, incluido el español, después. Así, una vez instalado en nuestro continente, fue imposible detener su progreso ya que ningún pesticida conocido puede detenerle. Su invencible mordisco viene determinado porque se ceba en todas las partes de la planta, en su distintos estadios del ciclo vital. Cuando es una larva, ataca sin piedad las raíces, y cuando se desarrolla hasta un insecto maduro, se dedica a comer las hojas y frutos. Lo único que se puede hacer contra su ataque es prevenirlo mediante los portainjertos. También se sabe que la filoxera no vive en terrenos con más del 60% de arena.
Por eso, sólo se consiguió detener la plaga mediante el injerto de nuestra preciada e imprescindible vid en la dura raíz de otra especie cultivada en América, a la que los españoles llamaron “Vitis Rupestris”, por el estado salvaje en el que se criaba, y el fuerte y amargo sabor de su fruto.
Pues bien, esta vid americana, bronca y salvaje, salvó a la refinada “Vitis Vinífera” europea, ya que sus raíces resisten el ataque de la filoxera. Sobre tan primitivas pero tan contundentes raíces, los europeos injertaron su delicada vid que, pasados los tres años de espera, dio los anhelados frutos. Europa había salvado su vino, que, en cierto sentido, es tanto como decir su cultura.
Este portainjertos, o “pié americano”, constituye hoy la base de todo el viñedo mundial, salvo en aquellos sitios en los que, por razones muy especiales, no llegó la plaga de la filoxera, como ocurre con el viñedo insólito de Lanzarote, o el chileno del Valle de Curicó. También hay pequeñas zonas de Francia de viñedos prefiloxéricos, con cuyas uvas se elaboran vinos carísimos y de extraordinaria calidad, como el champagne Bollinger “Vieilles vignes françaises”.
Otra de forma de atajar el ataque de la filoxera es creando híbridos resistentes, a base de cepas americanas como la mencionada “Rupestris” o “Labrusca” y una selección clonal de “Vinífera”. Este camino ha demostrado su debilidad, ya que en algunos casos ha terminado sucumbiendo a la filoxera, incluso en tierras americanas. Los tipos y formas de injertos son varios, y pueden realizarse sobre una vid ya arraigada en tierra, llamado de asiento, o sobre estacas, sistema conocido como de taller.