- Redacción
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- 1999-09-01 00:00:00
La vid se desarrolla en un ciclo más o menos regular, a lo largo del año. Comienza con un período de reposo que se inicia tras la vendimia, en otoño, hacia el mes de Noviembre, y llega hasta los primeros calores primaverales. En el período de reposo las yemas están adormecidas, aunque al final del período ya han realizado un detallado esbozo de las futuras hojas y racimos. Es el momento de realizar la poda fuerte a fin de suprimir los viejos sarmientos, dejando dos o más brazos con unas cuantas yemas, generalmente doce. También es el momento adecuado para ciertos tratamientos contra plagas y parásitos, así como del abonado.
Con la llegada de la primavera, las temperaturas medias suelen superar los 10°C, lo que origina el despertar biológico de la planta y la actividad celular intensa. Las raíces absorben la humedad del terreno, y la savia recorre el tallo en una ascensión vital que se manifiesta, entre otras cosas, por el gotear de las heridas de la poda: es el lloro de la vid. El agua, distribuida con sus minerales y nutrientes por toda la planta, provoca la hinchazón de las yemas, que comienzan a abrirse para mostrar las primeras hojas, proceso que se conoce como “desborre”. Tras las hojas, abiertas al sol en su verde esplendor, aparecen los primeros apuntes de racimos, a razón de dos por brote en el mejor de los casos, aunque puede que sólo sea uno o incluso ninguno, dependiendo de la fertilidad de la planta.
Expuesta la vid al ataque de ácaros y del oídio, el agricultor acomete el segundo tratamiento fitosanitario de la planta. Mientras, los brotes crecen en longitud para formar los pámpanos. Y la actividad es tan intensa que también aparecen otros brotes no deseados en tronco y brazos; son los chupones, que deberán ser eliminados mediante la operación denominada “espergura”.
A punto de terminar la primavera, la vid ofrece un aspecto majestuoso, con largos sarmientos, rizados zarcillos, y los racimos considerablemente desarrollados; es el momento de la floración: la capa (caliptra) que protege los órganos reproductores de la flor se desprende, descubriendo el órgano sexual masculino (androceo), compuesto por cinco estambres, y el femenino (gineceo). El polen desprendido por las anteras de los estambres será transportado por el viento y los insectos (polinización cruzada) fecundando el vientre de la flor que, maduro, se trasforma en la uva. En este proceso no se fecundan todas las flores del racimo, como mucho algo menos de la mitad darán origen a bayas, secándose las demás. El porcentaje de fecundación se conoce como “tasa de cuajado” y varía cada año y en cada variedad.
Lentamente van desarrollándose los granos de uva, variando su color verde inicial a dorado tinto, proceso que se conoce como “envero”. Durante unos 2 meses el fruto madura hasta culminar el ciclo biológico de la vid, con la llegada de la vendimia. Sólo falta recoger el preciado fruto del que surgirá el vino.