- Redacción
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- 1999-11-01 00:00:00
No hay un estudio fiable sobre el número de botellas de vino que se estropean a causa del corcho, pero sin duda cualquier aficionado ha sufrido más de una vez este percance. No hay bodega que pueda considerarse a salvo de la peligrosa contaminación de su vino por el corcho. Pero este accidente, que antaño era muy raro, se ha disparado últimamente por la explotación abusiva de los alcornoques, fruto a su vez de la gran demanda de tapones de corcho que un mercado en expansión demanda. El problema se origina, entre otras causas, por la presencia de un elemento químico de origen natural denominado TAC que se encuentra fundamentalmente en la parte de la corteza del alcornoque más próxima a la base del árbol. Esta era una parte que antes no se aprovechaba, pero que hoy en día se utiliza con el consiguiente riesgo de contaminación. La industria del corcho admite que existen algunas personas sin escrúpulos que venden un producto de baja calidad, pero que el problema se ha exagerado.
En palabras de un importante empresario vinícola sudafricano, “el tapón de corcho tiene todas las desventajas de un cuerpo orgánico, con sus células, sus fallos y sus agujeros, y por lo tanto con sus oscilaciones de calidad”. Por contra, como demuestra la experiencia multisecular, el tapón de corcho es el cierre más idóneo para el vino por sus condiciones de estanqueidad, elasticidad e impermeabilidad. Ahora ciertos fabricantes de tapones de plástico afirman que sus productos ofrecen parecidas ventajas sin el inconveniente de la posible contaminación. Las cifras están saliendo a la luz ahora que se endurece la competencia entre los productores de corcho tradicional y la potente amenaza de los tapones sintéticos.
Una empresa norteamericana, la Supreme Cork, consigue ella solita poner el sombrero plástico -un compuesto patentado de ceras y caucho sintético- a más de doscientos millones de botellas, a trescientas de las principales bodegas del mundo y prevé un mercado potencial de 15.000 millones de botellas anuales, con el beneplácito de las grandes bodegas que lo emplean al menos para parte de su gama de vinos, la más popular o baja, y el de los comerciantes de grandes cadenas y grandes superficies. Otros fabricantes se han dado cuenta de la importancia que tiene este mercado, y están produciendo corchos sintéticos de gran calidad, como una gama de Sabaté, que ha ganado adeptos incluso en los vinos de la gama alta de países con menos prejuicios, como Sudáfrica o Nueva Zelanda. Corchos artificiales que ofrecen la pega de no ser biodegradables, aunque sí reciclables.
La principal clientela de estos tapones son las grandes cadenas de alimentación y las gigantescas bodegas australianas como Penfolds. Dicen que por culpa del corcho pierden entre un 8 y un 40 % de botellas. Los corcheros no reconocen mas que el 1 %, inevitable por las características desiguales de lo que es un producto natural y que, aún así, podría descender si todos los fabricantes trataran los corchos con ozono.
No parece fácil cambiar los valores del consumidor que sigue apreciando el corcho natural como imprescindible para la imagen natural y tradicional del vino, pero el peligro es que esa imagen se reserve solo a los productos más exquisitos, a la alta gama de los catálogos de bodega.
Y es un peligro porque el descenso de la industria corchera arrastraría, en países productores como España y Portugal, el medio de subsistencia de agricultores, recolectores y artesanos y el deterioro ecológico de zonas que hoy son reservas naturales, los viejos alcornocales en los que se refugian cientos de especies de aves.