- Redacción
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- 2000-04-01 00:00:00
La unión natural de Pompeya y el vino (algunas ánforas aparecen con la etiqueta “Vesuvinum”) se nos representa con fina plasticidad, en la casa del Centenario, en una pintura de Baco con el cuerpo hecho de un racimo de uvas y el Vesubio a su lado. En la casa de los Veti aparece el rey Penteo, enemigo de Baco, descuartizado por las bacantes. Y es que no podían los pompeyanos permitir que nada ni nadie se interpusiera entre ellos y el vino. Nos dice plinio: “Las viñas desposan a los olmos… alcanzando la cima tal altura que el contrato del vendimiador le asegura lecho y tumba”. La oleada decorativa dionisíaca no sólo se plasma en el jardín y en los interiores, sino que también está presente en la decoración de la vajilla, en la decoración de las tabernas e incluso en los sarcófagos.
La tumba del “vaso azul”, con tres espléndidas urnas y una de ellas de cristal azul con forma de ánfora en la que aparecen, a sus lados, dos escenas báquicas separadas por arabescos de viñas, y decorada con motivos de la vendimia, en los que aparece un amorcillo alegre prensando los racimos en una cuba, es un ejemplo claro de cómo un pompeyano se había aferrado, para su vida en el más allá, a una imagen del vino como único e insustituible símbolo del brebaje de la inmortalidad.
El vino en la vida cotidiana
Baco-Liber era uno de los más antiguos dioses implantados en la región pompeyana y con más presencia real entre sus habitantes. Una presencia sagrada en la vida cotidiana que no hacía sino reflejar la importancia que el vino poseía para la vida económica y vital de sus habitantes. Sólo tenemos que pensar que existen 26 villas rústicas identificadas que poseían los elementos necesarios para llevar a cabo operaciones de vinificación: un patio para descargar la uva, un lagar -torcularium-, en los que se distribuía el mosto una vez prensado, hundidos en la tierra para conservar la temperatura, y prensas al aire libre para elaborar vinos más fuertes.
Producían muchas clases de vino, desde aperitivos hasta medicinales: la “lympa”, vino tinto puro sin poso; el “confusum”, un vino áspero mezclado con un vino dulce; vinos aromáticos que se designaban como “aromatites”, era muy frecuente y se preparaba casi como los perfumes (con mirra, con nardo céltico, caña, canela…); el “gustaticium”, un vino aperitivo que se bebía en ayunas antes de la comida y al que se le añadía miel; el vino cocido “defrutum”, en el que se reducía el mosto a la mitad; y los prestigiosos vinos de Falerno y de Setia, del cual dice Marcial que “hace arder la nieve”. Al final de las grandes cenas, venía la “commisatio”, una suerte de borrachera protocolaria, en la que se tenía que beber el vino de un sólo trago.
El pompeyano vive imbuido en una atmósfera dionisíaca permanente que se plasma en cualquiera de los restos que han quedado cuando fue sepultada bajo la lava del volcán Vesubio en el año 79. Esos restos nos ofrecen aun hoy día la sutileza de lo que fue una verdadera cultura del vino.
Carlos Iglesias