- Redacción
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- 2001-03-01 00:00:00
No deja uno de sorprenderse al constatar el papel de privilegio que ocupaba la mujer en Egipto. Numerosos documentos nos hacen ver la independencia y seguridad de la que disfrutaban las mujeres egipcias, que se remonta hasta la XII Dinastía, e incluso antes en la época de las pirámides. Y si así era, no es de extrañar que esa relevancia quedara plasmada en algo tan esencial para los hombres como es la bebida y, por tanto, tuviera un reflejo directo en el mundo de lo sagrado, que queda patente en estos versos: «Oh Isis.../ Eres la señora de la tierra,/ has hecho que el poder de las mujeres sea igual/ al de los hombres». Isis, diosa con grandes poderes, es la patrona de la embriaguez, una debilidad que aprovecha el viejo dios Re, cuando Isis se decide a eliminar a todos los varones, para frenar su furia, llevando 7.000 jarras de cerveza al lugar en donde se iba a llevar a cabo el holocausto, para que se embriague y quede completamente inconsciente. Sus fiestas coincidían siempre con la época de la vendimia y con el aumento de las aguas del Nilo.
Isis, transmutada bajo la forma de Hathor, provoca el éxtasis mediante la bebida, y a ella se le dedican himnos de profunda y sutil belleza y significado, como los hallados en un pequeño templo de la isla de Filae: «Thor, poderoso en bebidas embriagadoras, te llama, oh poderosa./... Eres la señora de la embriaguez, que tiene numerosas fiestas.../ Señora de la alegría, señora de la exultación,/ los hombres y las mujeres te ruegan que les concedas el amor.»
Portadora, pues, de los componentes más agradables de nuestra existencia, Isis «la señora de la tierra/ ha hecho que el poder de las mujeres sea igual al de los hombres». Y es lógico que si Isis tiene esos poderes, también las mujeres, su fiel reflejo (aunque este reflejo haya sido, históricamente, a la inversa) tengan también poderes e importancia. Una importancia que trasciende la propia vida, porque en los banquetes funerarios, en los que se impartía la comida con las partes intangibles del difunto, el vino corría a raudales para que el difunto fuera recogido en los brazos de Hathor: «Comienza a beber,/ para pasar un día alegre/ en tu casa de eternidad/ de la mano de tu esposa/.
Hathor y esposa, una diosa y la representación máxima de la mujer, la esposa, juntos en el momento más trascendental, desde el punto de vista social, de la vida que es la muerte.
Pero también en la “vida” social el rango jerárquico supremo viene necesariamente a través de la reina, que «traspasa la esencia divina al hijo real». La mujer está presente en los actos más significativos de la vida, y muchos de estos tienen su exacta expresión en la bebida; el amor, o más bien la pasión, se articula en metáforas con un fondo de bebida: «escuchar tu voz, es para mí como el vino dulce», y en entreacto previo a la consumación vuelve la bebida a tener su protagonismo. Y en unos Cantos de Amor, de inigualable belleza, cuando una joven egipcia termina por ceder a su amado, éste medita: «Cuando la abrazo/ y sus labios están entreabiertos/ me siento como embriagado/ sin haber bebido cerveza». Y ahí tenemos el episodio de Tausert (en cáliz utilizado por los soberanos en el que se representan escenas de la vida privada del palacio) en el que ofrece el vino de la embriaguez a Seti II, aquel a quien puede que amara. La desgraciada Tausert, de aspecto débil y gentil, cuarta reina coronada como faraona (la última de las mujeres-faraón antes de la conquista de Egipto por parte de Alejandro), que se hizo llamar la “hija del Sol” y que lanza estos versos: «Mientras pienso en mi amor,/ ¡y el vino delicioso y dulce,/ me parece verdadera hiel!»; de nuevo el vino se codea con un acto sublime para poder comprender el fuego interno y divino que la corroe.
Carlos Iglesias