- Redacción
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- 2001-04-01 00:00:00
Habíamos dejado a la “hija del Sol” con sus versos amorosos y llenos de vino. Pero no sólo en los estratos más altos de la sociedad reinaba el vino, también en las abundantes casas ricas de campo, cuyo cuidado en casi todos los aspectos de mantenimiento corría a cargo de la mujer, existía un jardín cuya parte más importante eran los viñedos de gruesas uvas de color negro-azulado; y muy cerca de él, la prensa donde los bodegueros pisaban a pie desnudo las uvas recién vendimiadas. Y de inmediato el jugo se recogía, antes de trasvasarlo a grandes jarras, para que se produjera la evaporación a través de los tapones de barro sin cocer. Unas jarras con “denominación de origen” en las que reposaban y tomaban vida aquellos preciosos vinos, y en las que aparecen numerosos motivos decorativos, guirnaldas con flores donde el “azul tebano” resplandece en profunda y luminosa tonalidad.
Y en días de fiesta se rellenaban las elegantes botellas pintadas para colocarlas en la sala de fiestas, donde los invitados daban buena cuenta de ellas. Sólo baste citar la tía del noble Pahery que no esconde su gusto y debilidad por el vino hasta extremos insospechados, y en el banquete de su sobrino dice al sommelier: “¡Tráeme dieciocho copas de vino!/ Mira, quiero emborracharme/ El interior de mi cuerpo/ Está seco como la paja.” No necesitaban, pues, muchas mujeres ninguna clase de acicate ni excusa alguna para empinar el codo; basta el puro deseo y el placer que proporciona el vino para encontrar la ocasión, y degustarlo con abundancia sobrada, pues incluso los mismos servidores que filtraban el vino antes de servirlo en las copas animaban a los invitados que quedaban rezagados en el beber: “¡Escucha lo que te dice tu amiga:/ No hagas como si quisieras detenerte.” Y en estas fiestas eran las mujeres las que tomaban el mando casi siempre, pues existían por ejemplo organizadoras oficiales de Fiestas y Placeres del Rey, y otros oficios que llevaban a cabo todos los quehaceres de los banquetes.
Es curioso constatar cómo muchas jarras y recipientes que contenían el vino se han encontrado en los harenes, que aparte de su consabida función eran centros de producción de gran importancia, por lo que no es arriesgado pensar que el cuidado de los vinos tenía en las mujeres su más fiel servidor y, sin duda, las catadoras ejercerían un papel central en este proceso.
Las mujeres egipcias eran grandes aficionadas al vino dulce, probablemente cocido. Una esposa le dice a su marido, como máxima alabanza: “Escuchar tu voz es para mí como el vino dulce”. Y tampoco se quedaban atrás con el brebaje denominado “seremet” que provenía casi todo él de la “hacienda de las Reinas”, una especie de refresco en cuya composición intervenía el dátil.
Pero es necesario reseñar que, pese a ocupar puestos relevantes en casi todos los oficios (sólo hay que pensar que las mujeres estaban autorizadas a seguir la enseñanza de medicina y cirugía, y que una tal dama Peseshet, que se remonta a la IV dinastía, tenía el título de directora de las doctoras), a las mujeres se les prohibía participar en la vendimia y en la fabricación directa del vino. Nada, por otra parte, extraño si pensamos que hasta hace bien poco en la Borgoña se impedía a las mujeres traspasar el umbral de las bodegas porque el vino podía perderse. No obstante a las egipcias sí se les permitía participar en la elaboración de la cerveza, y también las sacerdotisas del gran demiurgo Neith llevaban a cabo la vendimia “ritual”.
Carlos Iglesias