- Redacción
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- 2001-07-01 00:00:00
Muchos consumidores se han hecho alguna vez la pregunta de cuánto dura un vino. La respuesta ha de contener, por fuerza, muchos matices pues estamos hablando de un producto vivo, en constante evolución hasta el instante mismo de su degustación.
En las catas es muy corriente utilizar conceptos tales como “vino para consumo inmediato” o “vino para guardar”. Pero, ¿qué abarca exactamente el concepto de “inmediato”? ¿Cuánto tiempo se puede guardar un vino? ¿En qué condiciones de temperatura, humedad, ventilación o aislamiento debe reposar?
Por lo general, los vinos jóvenes -del año o de segundo año, sin crianza- se comercializan para ser consumidos en un corto plazo tiempo. Los blancos y los rosados más ligeros conservan sus cualidades durante el año siguiente al de la cosecha, aunque el mejor momento para degustarlos es en los primeros meses, pues paulatinamente irán perdiendo sus aromas frutales, la mayor virtud que encierran estos vinos. Los tintos jóvenes y algunos blancos con más extracto (aquellos elaborados con maceración pelicular) o estructura, como los albariños o los ruedas, tienen una vida ligeramente más larga (dos años y poco más). Los aromas frutales van mermándose pero dan paso a elegantes toques de evolución y alcanzan mayor suavidad. Últimamente se elaboran vinos, que podrían entrar en la categoría de jóvenes, que, gracias a haber pasado brevemente por barrica, resisten un año más en botella.
Los espumosos también conviene consumirlos pronto. A partir de la fecha del degüelle, momento en el que se eliminan los posos de la fermentación dentro de la botella, el espumoso se pone a la venta, listo ya para ser bebido. Una forma fácil de detectar cuánto tiempo lleva en el mercado es observar el tapón un cuarto de hora después de haber abierto una botella de espumoso: si tiene forma de seta es un buen síntoma de que ha sido taponado recientemente. Los finos y las manzanillas son vinos muy frágiles, deben consumirse en un plazo máximo de seis meses tras su embotellado debido a su alta tendencia oxidativa y su rápida evolución. Si se abre una botella de fino o manzanilla no la deje abierta muchos días porque su calidad se deteriora a pasos agigantados.
Los vinos de mayor extracto, de elevada graduación, buena acidez, bien armados de taninos y con una permanencia larga en madera, son capaces de aguantar un prolongado período de guarda. Para esos vinos se han seleccionado las mejores cosechas, con visos de que el tiempo mejore, ensamble y pula sus cualidades. Por regla general, cuatro años es el plazo medio de vida óptima para el crianza, ocho/diez para los reservas y quince o más para los grandes reservas. Los vinos más longevos son los generosos (olorosos, amontillados, dulces, portos, sauternes, tokay...). Su aporte oxidativo durante el prolongado envejecimiento en madera y su fortaleza alcohólica les confieren una resistencia al tiempo y al deterioro fuera de lo común.
Además de la cosecha y los métodos de elaboración y envejecimiento, hay otro elemento esencial que incide en la vida de un vino: la variedad. Uno de Tempranillo, Graciano, Cabernet Sauvignon o Merlot, evolucionará más lentamente que otro de Garnacha, Monastrell o Syrah.