- Redacción
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- 2001-12-01 00:00:00
Cada vez parece más complicado para el consumidor interpretar las valoraciones, puntuaciones y calificaciones que los distintos medios especializados y los críticos de prestigio más o menos reconocido conceden a los vinos. Todo un alarde de imaginación al servicio del despiste: números, estrellas, racimos, copitas
Todo empezó con la ficha Davis, es decir, con el sistema de puntuación desarrollado en la Universidad de California, en Davis, el epicentro de la enología norteamericana. En 1959 dos profesores de esta universidad crearon el método de calificación de 20 puntos, un sistema que no iba destinado al uso público, sino que más bien se trataba de un procedimiento técnico para intentar evaluar vinos de la manera más objetiva posible. En esta ficha se valoraba todo: color, aroma, bouquet, acidez volátil, acidez total, dulzor, cuerpo, sabor, amargor, astringencia y calidad general. Era, y es, un sistema estrictamente científico y, como hemos dicho, muy alejado de la percepción del público. Ahora se impone una evaluación más cualitativa y organoléptica, más subjetiva, porque la crean y la practican los críticos y los medios de comunicación.
El sistema de 100 puntos es el más frecuente y utilizado en el escenario internacional, y tiene a Robert Parker como su creador. Se basa en el método norteamericano de calificación de los exámenes escolares, donde el 50 es el equivalente al cero rotundo y el 100 la perfección absoluta: es decir, un sistema de 50 puntos verdaderamente útiles. También otros críticos, como Stephen Tanzer o José Peñín, y algunas revistas emplean sistemas sobre 100, aunque con algunas diferencias. Otro procedimiento inspirado en un sistema escolar, esta vez francés, es el europeo de 20 puntos, ideado por la revista Gault-Millau, allá por los años setenta. Una escala que incluye los medios puntos, y en donde se califican los vinos desde extraordinario (19 y 20 puntos), hasta correcto (12, 11 y 10 puntos), pasando por los calificativos de un gran vino, muy buen vino y un buen vino.
Dejando a un lado los números y los mayestáticos o nefastos adjetivos, nos encontramos con los símbolos como líderes de puntuación. Aquí es el escritor británico Hugh Johnson quien trae hasta el vino todo un firmamento de estrellas. Johnson emplea el método de 1-4 estrellas porque para él “el gusto es demasiado variado, demasiado sutil, demasiado evanescente y demasiado maravilloso para ser reducido a un juego pseudocientífico de números”. Similar a este método de puntuación es el que emplea la revista Vinum: aunque se dispone de 20 puntos, únicamente se califica desde 12, cifra mínima para un vino correcto, hasta llegar al mítico 20, una nota inalcanzada e inalcanzable, que serviría para catalogar un vino histórico.
El caso de la revista MiVino, que tiene en sus manos, es especial: esta publicación no puntúa en ninguna de sus catas. Tan solo en la sección “Los vinos de mi bodega”, firmada por Bartolomé Sánchez, figura una calificación que va de cero a diez puntos. Es un sistema de puntuación que no sólo valora la calidad y singularidad del vino, sino que tiene en cuenta la trayectoria seguida por la bodega, su filosofía de trabajo. En el resto de las catas se incorporan dos iconos: una mano, que indica una buena relación calidad/precio, y las bolsas de dinero, que informan sobre la franja de precios en la que cada vino se encuentra.