- Redacción
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- 2002-04-01 00:00:00
Sancho parecía conocer todos los posibles secretos del vino, y acierta siempre con seguridad el lugar al que pertenece.
“Pero, dígame, señor, por el siglo de lo que más quiere: ¿este vino es de Ciudad Real?
-¡Bravo mojón! -respondió el del Bosque-. En verdad que no es de otra parte, y que tiene algunos años de ancianidad”. Un conocimiento que tambíen la mujer de Sancho debía poseer a tenor de estas palabras: “Y tú, ¡oh buen Sancho Panza! el mejor escudero y del mejor caballero del mundo, alégrate; que tu buena mujer Teresa está buena, y ésta es la hora en que ella está rastrillando una libra de lino, y, por más señas, tiene a su lado izquierdo un jarro desbocado que cabe un buen porqué de vino, con que se entretiene en su trabajo”.
Sin querer agotar todo el contenido que rezuma el vino en El Quijote, es necesario, sin embargo, pararnos en un pasaje central en el que el vino cobra toda su fuerza como símbolo de uno de esos trozos significativos de nuestra historia. Vino y sangre, fiesta y violencia. Fuerzas constantes y torrenciales que arrastran, en aluviones intermitentes, nuestras vidas y nuestro quehacer histórico. Marca genuina y propia, ante otras naciones, de nuestro modo de ser. Espacio vital que nos define, rasgo enaltecedor y, a la vez, denigrante. Y Cervantes nos lo expone con toda su crudeza: “Que trata de la brava y descomunal batalla que don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto, y se da fin a la novela del curioso impertinente. No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir la pelea, o a ayudar a mi amo; aunque ya no será menester, porque, sin duda alguna, el gigante está ya muerto, y dando cuenta a Dios de su pasada y mala vida; que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a un lado, que es tamaña como un gran cuero de vino...
¿No ves, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados y el vino tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó?
Como si fueran de vino tinto, pudiera vuestra merced decir mejor -respondió Sancho-; porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado; y la sangre, seis arrobas de vino tinto que encerraba en su vientre; y la cabeza cortada es... la puta que me parió, y llévelo todo Satanás”.
Nunca ha sido mejor reflejada esta mezcla de vino y sangre, ilusión y realidad, confundidas y enmarañadas; inseparables en su propia objetividad. Un cura y Sancho, el primero: “... lo sosegó todo, prometiendo de satisfacerles su pérdida lo mejor que pudiese, así de los cueros como del vino, y principalmente del menoscabo de la cola, de quien tanta cuenta hacían”. Y a Sancho le hace exclamar ante el encolerizado cura: “y la cabeza cortada es... la puta que me parió”.
Carlos Iglesias