- Redacción
- •
- 2003-07-01 00:00:00
Desde su adquisición hasta su consumo al vino hay que tratarlo con delicadeza, pues es un ser vivo que con el tiempo va creciendo, enriqueciéndose, evolucionando y ensamblando sus aromas, y una mala vida, una conservación descuidada, puede dar al traste con todo ello, herido de muerte hasta convertirse en un mal vinagre. Las botellas deben guardarse en un lugar adecuado, con poca luz, lejos de todo tipo de olores y ruidos, mantenidas a la temperatura más constante posible (en torno a los 15 grados), en un ambiente de humedad que oscile entre un 60 y un 70 por ciento para que el corcho no se contraiga por la sequedad excesiva. Pero el cuidado se hace extensivo también al protocolo previo a la desgustación de cualquier tipo de vino. En el servicio mismo, en el rito inicial, comienza el placer de beber un vino. Es donde el buen anfitirón demuestra su cabal conocimiento. Y para empezar, las copas cumplen una función primordial en el resultado final. Para apreciar las múltiples cualidades de un vino es imprescindible contar con las copas adecuadas, de cristal trasparente, de tallo alto, incoloras y sin adornos. Como las de la familia Riedel, que lleva generaciones trabajando con el vidrio, diseñando copas apropiadas especialmente para cada tipo de vino y varietal. El cortacápsulas y el sacacorchos forman también parte del rito. El corcho, que es un elemento vital para la evolución del vino en botella, habrá de ser extraído de la manera más limpia posible, con la herramienta adecuada. Hay decenas de formas distintas de sacacorchos, pero el clásico de camarero nunca defrauda. Puestos ya a degustar el vino, olvídese de la famosa frase de “servirlo a temperatura ambiente”, como es el caso de los tintos, porque el entorno puede ser excesivamente caluroso. Cada vino requiere una determinada temperatura de servicio. Los blancos dulces, los blancos jóvenes, los generosos y los espumosos se sirven entre los 6º y los 8º C; los blancos secos con crianza y los rosados entre los 8º y los 12º C; los tintos jóvenes y ligeros entre los 12º y los 14º C, y los tintos envejecidos y estructurados entre los 15º y los 18º C. Todas son temperaturas de referencia, que cada uno puede variar levemente a su antojo, en las que el vino entrega sus virtudes. Las copas han de llenarse hasta la mitad, o un poco menos, para que el vino “respire” y pueda desplegar la concentración de aromas que encierrra. Y algo más, no es conveniente rellenar la copa con vino de otra botella, pues aunque ambos sean de la misma marca y añada, el contenido puede ser distinto. Recuerde que ni los gemelos son iguales.