- Redacción
- •
- 2003-10-01 00:00:00
Comentábamos en el número anterior, en torno a un cuadro de Teniers, cómo los animales (sobre todo ciertos animales con cuerpo muy similar al nuestro) también deben poseer buena parte de las cualidades de los humanos. Y estos dos cuadros de Teniers el Joven nos lo revelan en toda su plenitud plástica. En “Monos en la taberna”, se nos ofrece una escena casi humana. Unos monos en una taberna; atuendos y posturas que mimetizan actos, situaciones y operaciones humanas. Aunque lo verdaderamente significativo es el haber escogido el acto de beber (y en este segundo cuadro, el de cocinar) como representación simbólica del acercamiento etológico entre la escala humana y la escala “animal”. Si la feliz frase de Cordón: “Cocinar hizo al hombre” es muy cierta, quizás lo sea aún más “Hacer vino hizo al hombre”. En los dos cuadros son estas actividades las que nos dan a entender ese acercamiento entre las dos escalas animales. Tanto en la taberna como en la cocina las escenas nos muestran unos comportamientos rituales, estrictamente pautados y similares a actos humanos. El brindis de uno de los monos reviste un punto de seriedad que incluso refleja en ese gesto de clara vocalización. La vestimenta es la adecuada para un momento de distensión, de solaz relajamiento, y en nada tiene que envidiar a la que puedan tener unos hombres en tal situación. No existe ninguna clase de signo que denote el agobio de las necesidades naturales, porque hasta la propia luz se desprende de un objeto cultural: una vela, encajada en un candelero de fina estilización, que se repite en los nada comunes vasos en que beben. La vida simiesca se ha apropiado, pues, de uno de los rituales más genuinos del quehacer humano: el beber vino. Y para que este ritual quede certificado, en la parte superior derecha del cuadro, el dibujo de un búho preside la escena: el símbolo por excelencia de la sabiduría humana viene a confirmarnos esa semejanza de los dos mundos. También el búho se hace presente fuera del ámbito humano; él nos hace ver que las fronteras que abarcan los actos inteligentes se están transformando, y ya no pertenecen en exclusividad al mundo humano. Y en el cuadro de esta página, “Monos en la cocina”, se confirma plenamente el paralelismo de estos mundos. Ahora la escena se encuentra situada a un nivel distinto. Ya no existe el ceremonial de la vestimenta; sólo el mono que vigila las labores tiene un sombrero distintivo. También hay vasos de vino, pero están todos ellos un poco alejados de los personajes. Ahora lo que se trata de realzar es la tarea de cocinar. Unos esperan distendidamente, y uno, al fondo, se afana en preparar la comida en sus dos planos principales: el asado de carne, al que cuida dándole vueltas; y encima del asado, una cacerola que bien puede contener un cocido. Las escenas míticas o religiosas del acto de beber, presididas, por ejemplo por el dios Baco, o el acto de comer, presidido por Jesucristo, dejan paso, a partir de este momento, a escenas semejantes, pero en las cuales los personajes ya no están revestidos de ese halo divino. Ahora incluso el Hombre ha desaparecido de la escena, precisamente porque ha empezado a recobrar poderes que antes sólo las divinidades poseían, y le sitúan en su verdadera escala natural.