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  • Redacción
  • 2005-06-01 00:00:00

Cuando los vinicultores ecológicos en los años 70 dejaban que creciera la hierba entre las cepas, los llamaban «locos verdes». Actualmente, la cobertura verde del suelo ya casi es estándar. Tanto los biovinicultores como los productores convencionales saben hoy que dejar crecer las plantas entre las cepas no sólo «ahorra» herbicida, sino que incluso resulta beneficioso para el viñedo y para el vino. Las plantas verdes protegen de la erosión en caso de fuertes lluvias, ahuecan la tierra, participan en el almacenamiento de agua, mejoran el contenido de materias orgánicas del suelo tras trabajarlo con el arado y obligan a las cepas a hundir sus raíces más profundamente en la tierra. Así, en años secos, dichas raíces tienen mejor acceso a las reservas de humedad y minerales, que pueden hallarse a varios metros bajo la superficie. En las regiones vinícolas más lluviosas, por el contrario, las plantas verdes absorben el exceso de agua, perjudicial para las cepas porque las uvas se esponjarían demasiado. La competencia entre las plantas verdes y la vid incluso puede llegar a provocar a la cepa cierto estrés por sequía, circunstancia que favorece una mejor maduración de las uvas. Demasiado estrés, naturalmente, no es sano para la vid. Si al suelo le faltan nutrientes y humedad, la consecuencia puede ser un tono de envejecimiento atípico (UTA). En este caso, los vinos huelen desagradablemente a cal o a naftalina, y resultan apagados. Reverdecer los viñedos requiere reflexionar profundamente sobre qué especie de plantas verdes introducir y en qué momento, si plantar de verde todos los surcos o bien surcos alternos, y hasta qué punto hay que dejar crecer las plantas verdes. La planta verde más empleada para este fin es la hierba, pero las que más intensamente revitalizan la tierra con sus raíces son las leguminosas (algarroba, guisante, alfalfa y las diferentes variedades de trébol).

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