- Redacción
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- 2008-06-01 00:00:00
Este cuadro de Frans Hals (Amberes, 1580-1666) es una soberbia representación de lo que la cerveza supone en los Países Bajos. Una mujer, con un recipiente de cerveza listo para beber y observada por una lechuza, símbolo de la sabiduría, rebosa vitalidad por todos sus poros para mostrarnos la importancia de la cerveza en su vida. Pero no en todos los lugares la cerveza ha tenido un papel tan importante. Lo que sí podemos decir es que es una bebida que se remonta a los orígenes mismos de nuestra civilización occidental. Ya en la antigua ciudad de Ebla, página central de nuestra historia por su modélica estructura estatal y la dinámica interna de sus transacciones económicas, encontramos claras referencias a la cerveza: “En los siete días de la semana: 2 corderos, 7 hogazas pequeñas, 7 mesas puras, 7 vasijas-G para vino, 7 copas para cerveza, como asignación para los dioses Kura y Barama”. Bebida con connotaciones sagradas, también en todo Oriente constituyó una parte fundamental de la dieta diaria. En Egipto, cuando se organizaban grandes empresas para el faraón, como la construcción de pirámides o las expediciones al desierto en busca de minerales o piedras preciosas, el sueldo de los obreros, subraya Tallet, “se calculaba en cantidades variables de pan y de cerveza, y es probable que en algunos casos sirvieran como moneda de cambio”. A los griegos no les gustó demasiado por su sabor agrio y áspero, y pronto pasó a ser bebida del pueblo llano y pobre (era mucho más barata que el vino) y poco consumida en los palacios y casas de la nobleza. Aunque en la Grecia Antigua había tenido fama de bebida medicinal: Hipócrates la recomienda por ser “un calmante suave que apaga la sed y facilita la dicción fortaleciendo el corazón y las encías dentales”. Tampoco los romanos fueron muy aficionados. El emperador Juliano el Apóstata sólo la bebió una vez y se burló de ella, pero en Tréveris, en el siglo IV, se encontraron barriles de cerveza, que se había convertido en la bebida de pobres y bárbaros. Sí estará presente en todo el vasto Imperio de Carlomagno, al que se llamaba “rey de la cerveza”. Ordenó llevar a la corte a los mejores fabricantes de cerveza (el experto cervecero Gambrinus era su mayor protegido) para su fabricación. A partir del siglo XI, es un complemento en en albergues y hospitales para la alimentación de peregrinos y enfermos, y los monjes afinan los métodos para obtener variedades de calidad: es el origen de las primeras “Cerevosia Monacorum”, cuyo secreto guardaba la abadía, y de la aparición del gremio de cerveceros y las primeras factorías en el siglo XIV.