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Madame de Pompadour inmortalizó la frase "el champagne es el único vino que hace más hermosas a las mujeres después de beberlo", pero no fue ella la única mujer que mantuvo una estrecha relación con esta bebida. Muchas otras forjaron su historia.
E n los siglos xvii y xviii, el del champagne era un coto reservado a hombres como Jean-Rémy Möet y su yerno Pierre-Gabriel Chandon. Pero aparecieron mujeres como Louise Pommery, a quien debemos el hallazgo del brut, o la viuda Cliquot, la mujer que de una empresa casi en quiebra levantó un imperio.
Nacida en 1777, Barbe-Nicole Ponsardin era hija de un próspero industrial que arregló su matrimonio con François Clicquot, hijo de uno de sus competidores. Cuando François decidió dedicarse al negocio del vino, contó con el apoyo de su mujer, que quiso continuar la tradición vinícola iniciada por su abuela, sobrina de Thierry Ruinart, estrecho colaborador de Dom Pierre Pérignon.
El negocio no iba bien cuando en 1805 monsieur Clicquot murió y su padre anunció el cierre, pero su viuda le propuso ponerse al frente del negocio y puso sus ojos en el mercado ruso, algo que el bloqueo naval de las guerras napoleónicas hacía imposible. Pero ella embarcó de contrabando sus botellas hacia Amsterdam y tras la guerra llegó antes que sus competidores a San Petersburgo, donde el zar Alejandro juró que era el único champagne que se bebería en su corte. La demanda se disparó, pero era difícil atenderla por lo lento del proceso de la eliminación de sedimentos. Fue la propia viuda quien encontró la solución agujereando una mesa para construir la primera tabla de cribado con las botellas inclinadas, lo que permitía una rápida retirada de sedimentos y que mantuvo oculta a sus competidores durante décadas. Así, la producción artesanal pasó a convertirse en industrial y el delicado champagne dejó de ser privilegio exclusivo de las clases más pudientes y adineradas.