- Redacción
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- 2017-09-11 15:24:12
Desde la antigüedad el vino se guardaba y transportaba en barriles o ánforas de barro. En el siglo xiii la república de Venecia comienza a trabajar el vidrio, pero fue en el xvii cuando se produce una revolución que cambiaría el mundo del vino con la aparición de la botella.
P arece un milagro que de la mezcla de arenas sometidas a altas temperaturas surja un material tan duro, frágil y utilizado como el vidrio. Pero así es y prueba de ello es que diariamente se fabrican en el mundo 33 millones de botellas, lo que nos da cada año la cifra de 12.000 millones.
Utilizada en principio por las clases más pudientes en sus banquetes, los comerciantes y consumidores del siglo xvii empezaron a reclamarla por las ventajas que suponía para el transporte y almacenamiento de vinos y licores. Además, antes del vidrio, el vino, expuesto a la oxidación, debía consumirse con celeridad, un problema que en ese momento se reducía y permitía almacenarlo.
Aquellas botellas eran nuy diferentes a las actuales, su aspecto obedecía a la forma más sencilla que podía obtenerse mediante el soplado del vidrio en la época y eran redondeadas, casi rechonchas, y de cuello corto. Fue con la irrupción del Champagne cuando las botellas, obligadas a resistir la presión del gas carbónico, comenzaron a ser más gruesas y estilizadas hasta llegar en el siglo xviii a tener largos muy similares a las de hoy en día. Eran botellas de color verde oscuro por las impurezas que contenía un vidrio que aún no se sometía a técnicas de filtrado, pero esa coloración facilitaba la conservación de los vinos al protegerlos de la luz excesiva.
La falta de tecnología también explica que las botellas no siempre fueran iguales ni de la misma capacidad. Un peso razonable para el transporte era de un kilo, con lo que su capacidad oscilaba entre los 700 y los 800 ml. Fue H. Ricketts & Co. Glass Works Bristol quien en 1821 patentó la manera de fabricar mecánicamente las botellas, aunque para muchos el verdadero inventor de la moderna botella de vino fue Kenelm Digby, un peculiar personaje cruce de filósofo, cortesano, diplomático, autor de textos filosóficos y de botánica, alquimista, charlatán, gastrónomo, inventor de los polvos de la simpatía para curar las heridas a distancia y pirata, en el segundo cuarto del siglo xvii, al mando del buque Eagle, con el que asaltaba barcos españoles y flamencos en aguas de Mallorca y Gibraltar.
Amigo de Descartes, Cromwell y el rey Jaime, Digby, nacido en 1603, poseía una fábrica de vidrio de donde salían las botellas más resistentes al utilizar un horno de carbón al que se aplicaba un túnel de viento para lograr temperaturas muy elevadas y se añadía al vidrio más arena para conseguir botellas translúcidas de color verde y marrón que retrasaba la degradación del vino. Además, las botellas eran de forma cilíndrica con el cuello como un cono, lo que permitía un mejor almacenamiento que el de las de forma redondeada.
Todo parecía ir bien para Kenelm Digby hasta que en 1642 acabó en la cárcel por matar a un hombre en duelo. Sus competidores en el mundo del vidrio aprovecharon para copiar su método de fabricación e incluso hacerse pasar por inventores del sistema, algo que, finalmente, el propio Parlamento de Londres desmintió en 1662, tres años antes de la muerte de Digby, cuando le reconoció su derecho a patentar su revolucionaria botella de vino.