- Laura López Altares
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- 2018-09-11 00:00:00
Esta fiesta vinícola ancestral celebra desde hace siglos la fertilidad de una tierra protegida por dioses y adorada por mortales. Fascinante unión entre lo divino y lo terrenal, con esos sempiternos pero efímeros frutos brotando cada nuevo ciclo
A dentrarnos en el significado de la vendimia a lo largo de la Historia supone abordar ese instante mágico en el que dioses y hombres se entremezclan: cuando la tierra se revela con toda su grandeza y generosidad, mostrando su exuberante fruto.
El término vendimia –"arrancar la viña"– es poéticamente poderoso, con un ancestral legado de apego a las incontrolables fuerzas de la naturaleza.
No es de extrañar que las grandes civilizaciones miraran al cielo mientras acariciaban la tierra buscando una divinidad que explicara un acontecimiento tan sagrado como profano.
En el antiguo Egipto se atribuyó el origen del vino al dios Osiris, a quien el historiador Plutarco identificó con el dios griego Dioniso.
Como cuenta Demetrio-Enrique Brisset en su libro "La rebeldía festiva: historias de fiestas ibéricas", ese dios del vino que simbolizaba la juventud y vida eterna en la antigua Grecia terminó alzándose como divinidad suprema a la que se rindió culto por todo el mundo. En aquellas primitivas festividades de la vendimia griegas se pisaba la uva recogida y se probaba con alegría el primer vino, dedicado a ese dios ambivalente que encarnaba la fertilidad en su estado más profundo, pero que también traía la muerte anual de las viñas al morir él mismo, cerrando un ciclo estacional inapelable que volvería a iniciarse en primavera, con su resurrección y la renovación de los frutos.
Las festividades de la vendimia eran muy importantes en Grecia, y en ellas el pueblo se entregaba al regocijo y al desenfreno durante días: cantos, bailes, pasiones descontroladas... Y en mitad de aquel fantástico arrebato, dicen que nació una de las más bellas artes: el teatro. La vendimia simbolizaba una fascinante unión entre lo divino y lo terrenal, con esos inmortales y efímeros frutos brotando cada nuevo ciclo.
En Roma, Dioniso se convirtió en Baco, aunque también existía una divinidad itálica arcaica, Liber –protector de la viña y los frutos húmedos y asociado a la fertilidad de los campos–, a la que se rendía tributo el 17 de marzo en la Liberalia. Al ser considerados dioses equivalentes, ciertas fiestas liberales en honor al dios Baco –las bacanales, prohibidas en el 186 a.C.– se llevaron a cabo en esta misma fecha, pero en obligado secreto para evitar la persecución.
Otras fiestas de las que formaba parte Baco/Liber –aunque dedicadas a Júpiter y Venus– eran las Vinalia, en las que se pedía protección para las viñas y la vendimia y se ofrecía el primer mosto de la cosecha. Él reinaba sobre el vino profano y el ritual sagrado era competencia de Júpiter.
Con el auge del cristianismo, el vino se tornó sangre sagrada y los dioses paganos se volvieron santos –el 7 de octubre se festeja San Bacchi–. Pero, por supuesto, los habitantes de las diferentes regiones vitivinícolas no olvidaron su atávica devoción por la tierra, ni su costumbre ancestral de celebrar la recolección anual de las uvas con juegos, música y todo tipo de actividades festivas.
Y en cada uno de ellos se mantiene viva una tradición muy honda, grabada en los centros, vertiéndose como el mosto de las primeras uvas sobre las generaciones venideras.
La lista de localidades españolas que celebran sus fiestas de la vendimia –la gran mayoría aún dedica el primer vino a sus patrones– este mes es muy extensa: Montilla, Valdepeñas, Jerez, Requena, Aranda de Duero, Logroño, Rueda, Toro, Olite, Cariñena... una ocasión inmejorable para asomarnos a la historia y el alma de todas ellas.